Tomás le hizo un gesto al visitante indicándole que
estaba listo, mientras se echaba sobre los hombros un albornoz oscuro de espesa
lana y se cubría la cabeza con la capucha. El otro hombre hizo lo mismo y
juntos salieron a la callejuela.
El aire frío de la sierra entrando con ímpetu entre
los muros de las casas se abalanzó sobre los hombres y les incitó a acelerar el
paso. Ali Ibn Mahouda respiraba con dificultad y caminaba con la boca abierta
expeliendo a cada paso un globo vaporoso que quedaba flotando durante unos
instantes a sus espaldas. Con amplia y rápida zancada recorrieron varias calles
semidesiertas hasta desembocar en la pequeña plaza donde se ubicaba el
palacete.
Una sonrisa asomó al rostro de Tomás al pensar en la
cara que iba a poner su amigo Ahmed Ibn Amir cuando le contara que había estado
en la casa de su idolatrada princesa. ¡Lo que habría dado por estar en su
lugar! No podría ni imaginar que él, sin proponérselo y sin hacer el menor
esfuerzo iba a tener la oportunidad de entrar en la casa mucho antes que Ahmed,
a pesar de las argucias y las cavilaciones de éste para conseguir tal
propósito.
El servidor se detuvo jadeando ante el grueso
portalón pintado de azul y agarrando la aldaba la hizo chocar con fuerza tres
veces contra la contera. Luego quedó apoyado en ella intentando recuperar el
resuello.
Tardó poco en oírse el chirrido que producía el
cerrojo al deslizarse sobre sus abrazaderas y a continuación se abrió una de
las hojas de la puerta.
-¡Vamos! -dijo el hombre atravesando el umbral.
Tomás le siguió obediente para acceder a un amplio y
bien cuidado patio repleto de árboles frutales dividido en dos mitades por un
pasillo de suelo de piedra que llevaba hasta el edificio principal. A ambos
lados se distribuían simétricamente naranjos y limoneros y entre ellos pudo
contar hasta ocho fuentes, cuatro a la derecha y otras cuatro a la izquierda,
de las que surgían delgados chorros de agua que con su sonido al impactar con
la piedra contribuían a aumentar la sensación de frío. Intentó imaginar Tomás
cuanto más hermoso estaría el recinto cuando llegase le estación cálida y todos
los parterres se llenasen de flores.
Pasaron bajo el arco de herradura de la entrada para
acceder a una amplia estancia de suelo de mármol y paredes adornadas con ricos
mosaicos de cerámicas de brillantes colores. En el muro frontal una
espléndida ataujía le indicaba a los visitantes que estaban entrando en el
palacio de una persona preeminente. Toda la estancia se hallaba rodeada por
unos pequeños bancos de cuero con los respaldos de guadamecí, que se apoyaban
contra unos espaldares de taraceas. El servidor le indicó que se sentara en uno
de ellos y esperase mientras él iba a comunicar a la señora su presencia en la
casa, desapareciendo tras unas grandes cortinas adamascadas. Desde el cercano
alminar de la gran mezquita le llegó poderosa la voz del almuecín llamando a la
oración del mediodía.
Fragmento de "La perla de al Ándalus" novela histórica que se desarrolla en al Ándalus entre 1009 y 1013.
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