No podría decirse que con serenidad de espíritu, pero
sí que con algo menos de espanto en el ánimo, se encaminaron hacia el
campamento.
El viejo Mulud finalmente había juzgado más
provechoso para su integridad acatar las órdenes de su jefe inmediato que
obedecer al más lejano general por mucho mando que ostentase, así que siguió
al grupo y observó toda la escena camuflado entre los árboles. Los jóvenes, en
su atolondramiento, pasaron cerca de él al retirarse, sin verlo, y lo que
resulta más extraño, sin olerlo. Una vez se hubieron ido, salió el viejo de su
escondrijo y se dedicó a inspeccionar el terreno y la falla. No entendía para
qué habían colocado aquellas piedras alineadas pero en sus incontables batallas
había desarrollado un sentido que se podría calificar como el de la refutación
beneficiosa. Lo que pudiera resultar bueno para el contrario forzosamente debía ser malo para uno mismo, y viceversa. Los jóvenes eran sospechosos y por lo
tanto culpables; y consecuentemente, contrarios. Si habían colocados las
piedras de aquél modo sería por algún oculto interés tendente a beneficiarlos, así que las recogió todas y las trasladó unos pasos a su izquierda. Ese cambio
sería malo para ellos y por lo tanto bueno para él y su jefe Alí.
La noche y el día pasaron como una exhalación. Jamás
imaginó Ahmed que el tiempo pudiera ser tan fugaz. El crepúsculo siguiente se
presentó con implacable celeridad y un rato después apareció Omar llevando un
gran bulto bajo el brazo.
-Vamos -ordenó secamente.
Los dos amigos obedecieron con mansedumbre, como
obedece el cordero que va a ser degollado. Siguieron los pasos del capitán y
tras ellos, amparado por las sombras y a prudente distancia, se deslizó el
viejo Mulud.
Cuando salieron de entre los árboles pudieron
disfrutar de un espectáculo ciertamente hermoso. La luna llena iluminaba
esplendorosamente la pendiente y esparcía su luz por la serena vaguada que
discurría allá abajo. Un airecillo alegre y refrescante entraba desde sus
espaldas y se desparramaba ufano por la pendiente.
-Es la noche perfecta -exclamó Omar eufórico.
Inmediatamente desenredó el fardo que portaba y
extrajo una vestimenta totalmente recubierta de magníficas plumas. Lo exhibió
orgulloso y lo lanzó al aire para mostrar su liviandad.
-Desnúdate completamente -ordenó a Ahmed-,
despréndete del sayal que portas e imbúyete en esta excelsa clámide que sería
la envidia del mismo Creso. Debes sentirla como si fuera tu propia piel. ¡Es tu propia piel! Las plumas son tus
plumas porque tú eres un zorzal.
Obedeció Ahmed, mostrando a la radiante luna su
enteca anatomía y pasó a enfundarse el emplumado atavío. La prenda le quedaba
holgada en el ancho y escasa en el largo, dejando expuestas al aire sus magras
canillas.
-¡Perfecto! -exclamó gozoso Omar señalándole las
pantorrillas-, ¡eres un pájaro! Hasta las patas son de pájaro. Ahora haz lo que
hacen los pájaros. ¡Vuela!
Fragmento de "La perla de Al Ándalus", novela que transcurre en la Qurtuba de principios del siglo XI, un periodo convulso que inició el declive del Califato.
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La opinión de lectores
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