-¿No crees que pronto no tendremos más remedio que
combatir? -inquirió Tomás.
-Ya procuraré yo que eso no ocurra -contestó Ahmed-.
Para eso se paga a los mercenarios. Con los eslavos y los beréberes ya tienen
suficiente unos y otros. Nosotros los árabes de pura estirpe estamos para
ordenar y ser obedecidos.
-¿Pero no me aseguraste hace apenas unos días que
eras beréber?
-Según para qué y según para quién, amigo mío. Las
cosas no son tan simples como tú pareces pensar. Yo no voy a ser lo que los
demás quieran sino lo que yo decida. Supongo que estarás de acuerdo en eso.
Tomás se encogió de hombros; desde el alminar de la
gran mezquita resonó poderosa la voz del almuédano llamando a la oración del
mediodía, al tiempo que los rayos de sol caían en picado sobre la plaza y
calentaban lo justo para invitar a disfrutar del paseo sin preocuparse de nada
más.
Mientras deambulaban entre los puestos les iba
asaltando una interminable procesión de olores que les ayudaban a la sensación
de placidez. Al pasar por delante de los tenderetes de los especieros les
llegaban los aromas de la canela recién traída desde Ceilán, o de la pimienta
procedente de la India ,
o del jengibre llegado de la todavía más lejana China. Tomás sabía, porque se
lo había oído muchas veces al viejo Kader Ben Ismail, el hermano mayor de su
padre, que todas estas maravillas que alegraban los sentidos, llegaban desde el
lejano oriente a través de la ruta de las especias, primero por mar desde las
costas indias hasta el golfo Pérsico para, remontando el Tigris, alcanzar Bagdad;
una vez allí, largas caravanas las transportaban hasta los puertos más
orientales del Mediterráneo, y después, de nuevo en barcos en un viaje que
podía durar dos o tres meses, se las hacía llegar hasta Almería, Málaga o
Cartagena.
Cuando todavía era un niño y escuchaba a su tío
contar aquellos relatos, se le alborotaba la imaginación y podía pasarse toda
la noche en vela viéndose él mismo realizando aquel larguísimo recorrido a
lomos de poderosos y enormes caballos, o afrontando la mar embravecida en una
veloz embarcación que siempre conseguía navegar por la cresta de las olas, o
peleando con ímpetu contra los piratas que deseaban arrebatarle los tesoros que
portaba. En una sola noche era capaz de ir hasta los confines de la China y volver cargado de
casia, cardamomo, almizcle, incienso, ámbar o mirra.
Fragmento de "La perla de al Ándalus", novela histórica que transcurre entre 1009 y 1013, periodo en que se inició la desintegración del Califato.
Disponible en Amazon
No hay comentarios:
Publicar un comentario