jueves, 6 de agosto de 2020

Todo es un fraude pero ¿qué más da?

En noviembre pasado se celebraron las últimas elecciones y en enero de este año los ministros del nuevo gobierno prometieron sus cargos. De eso hace pues siete meses. La fórmula que se emplea para hacer efectivo el nombramiento dice:

“Prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de… con lealtad al Rey y guardar y hacer guardar la constitución como norma fundamental del Estado…”

Hace siete meses. A juzgar por las declaraciones actuales de muchos de estos cargos y cargas la lealtad al Rey y la guarda de la constitución se la han pasado por el forro de las gónadas. Ellos y ellas. O son olvidadizos o no tienen conciencia ni honor. O no las tenemos nosotros que toleramos sin inmutarnos estos comportamientos miserables. La indolencia general ante actitudes de esta naturaleza es difícil de entender. A ninguno de los ministros y ministras les han obligado a aceptar el cargo, lo han hecho encantados y lo único que deben hacer es cumplir con la norma establecida para que sea efectivo. Si no están de acuerdo con lo que dice simplemente deberían renunciar al nombramiento. Eso sería lo honesto pero parece que es mucho pedir a estos personajes. ¿Para qué sirve el numerito de la toma de posesión? Se podían ahorrar el paripé.

Parece que todos nos hemos acostumbrado a las mentiras y las aceptamos con absoluta naturalidad. Las asumimos sin rechistar. Al presidente es difícil pillarle en una verdad pero da igual, a nadie parece molestarle que mienta más que habla. Hemos estado tres meses encerrados siguiendo las instrucciones de un Comité de Expertos que ¡no existía! Eso es rizar el rizo pero da igual. Todo da igual. Da igual que nos sometan a un fraude constante.   

Puede que estemos en lo que Aldous Huxley llamaba la dictadura perfecta. Aquella que tiene “la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar”.

A esos presos todo les da igual.

Ante esta situación uno no tiene más remedio que preguntarse si sirve para algo ir a votar. Si todo es un fraude sería sorprendente que los comicios no lo fueran también. Ya decía el gran demócrata Stalin que “lo importante no es quién vota sino quién cuenta los votos”. ¿Servirá para algo que introduzcamos nuestra papeleta en la urna? No lo sé pero da igual. ¿Qué más da?


domingo, 2 de agosto de 2020

Danzad, danzad, malditos.

“Danzad, danzad, malditos”, es una película de 1969 de Sydney Pollack que se desarrolla durante la Gran Depresión americana. En un entorno generalizado de paro y miseria la gente se apuntaba a maratones de baile para intentar sobrevivir obteniendo el dinero del premio a la pareja que resistiera más tiempo bailando sin parar. El público acudía a ver cómo los aspirantes iban cayendo exhaustos y se divertía con tan morboso espectáculo. La Gran Depresión se inició en 1929 con el crack bursátil y se prolongó durante una década. Sucedió a los felices veinte, una época de prosperidad ficticia basada en el crédito, que se suponía iba a durar siempre. Cientos de bancos quebraron, cerraron miles de empresas y millones de personas se quedaron sin trabajo, en la miseria más atroz. Naturalmente, unos años antes, nadie pensaba que tal cosa pudiera ocurrir.

Casi cien años después podríamos cambiar el título de la película por: “Aplaudid, aplaudid, malditos”. El obsceno espectáculo de un grupo de incompetentes aplaudiendo embelesados al incompetente mayor del reino mientras todo se desmorona alrededor guarda una cierta semejanza con aquel público miserable que se divertía mientras jaleaba a los pobres danzantes que intentaban superar la terrible tragedia de sus vidas. Mientras cierran miles empresas y comercios, mientras cientos de miles de trabajadores van al paro, mientras se desploma la economía, los máximos responsables de la hecatombe se dedican a aplaudirse entre ellos. Y a mentir.