domingo, 25 de noviembre de 2018

Tonto de capirote.


Ser tonto de capirote es una expresión que tiene su origen en la Edad Media, en tiempos de la Santa Inquisición. Este malhadado tribunal, cuando acusaba a alguien de algún delito menor le obligaba a llevar en la cabeza un gorro en forma de cono invertido, el famoso capirote, y con ese distintivo en la cabeza lo exhibían públicamente para escarnio y vejamen del populacho, que disfrutaba con el espectáculo. Hay que tener en cuenta que entonces no existía la televisión y el pueblo necesitaba solazarse de algún modo. Goya pintó un cuadro en el que da fe de un juicio con los procesados ataviados con el singular sombrero. Parece que los inquisidores entendían que tener el capirote en la cabeza inducía al reo al arrepentimiento, aunque esa deducción no está suficientemente documentada.
Hasta bien entrado el siglo XX en muchos colegios a los niños menos aplicados los mandaban a un rincón del aula, de rodillas y con el bufo gorro en la cabeza para rechifla de sus alborozados compañeros.
El capirote también se colocaba a los que iban a ser ejecutados; a estos además se les vestía con el sambenito, una especie de casulla holgada que cubría desde los hombros hasta las rodillas. De ahí lo de “colgar el sambenito” a alguien, otra expresión que ha llegado hasta nuestros días. Así, con capirote y sambenito eran conducidos al cadalso a lomos de una caballería para que pudieran ser bien vistos y bien humillados por la plebe. Probablemente para que destacasen más, el sambenito era de intenso color amarillo.
Afortunadamente en nuestros días no se señala a nadie con esa clase de distintivos vejatorios, aunque curiosamente hay quien gusta de señalarse motu proprio. Y casualmente es también el color amarillo el escogido por esos amigos de la singularidad.   

domingo, 11 de noviembre de 2018

Extremismos y extremistas.


Todos los medios, prensa, radio y televisión, dan constantemente noticias sobre la extrema derecha. De España y de otros países de nuestro entorno. Normalmente relacionadas con hechos violentos o con acciones xenófobas. Noticias negativas. La negatividad va en el propio vocablo “extremismo”, suena muy mal. Sin embargo, para los medios, el extremismo siempre es de derechas. Se dan muy pocas noticias o casi ninguna sobre la extrema izquierda. Como si no existiera. Si lo que hay a la derecha de lo que llamamos derecha, es extrema derecha, lo que se sitúa a la izquierda de lo que se define como izquierda debería ser extrema izquierda. Y si todo en la vida tiende a equilibrarse sería normal que las noticias sobre una y otra tendencia fueran similares. ¿A qué se debe esa discordancia? ¿Tal vez se enfatizan unas y se disimulan otras?
La consecuencia de este comportamiento es que el brazo de la balanza se inclina hacia la derecha y todo el espectro tiende a resbalar hacia ese lado, de modo que en la percepción de los incautos espectadores la derecha moderada tiende al extremo, el centro tiende a la derecha, y la izquierda tiende al centro. La extrema izquierda cae hacia la izquierda moderada y queda vacío el espacio al extremo izquierdo de la balanza. Como por definición los extremismos son malos, la derecha resulta automáticamente demonizada en el subconsciente colectivo. A alguno, o alguna, para inclinar más la balanza no le basta lo de extrema derecha, ya hablan de extrema extrema derecha. Pronto añadirán la supermegaextrema derecha. No es necesario razonar, tan solo enviar mensajes subliminales.      
En Brasil ha ganado las elecciones un tal Bolsonaro. Según los medios españoles, un señor de extrema derecha; racista, xenófobo, homófobo, y misógino, una auténtica desgracia para la humanidad. Teniendo en cuenta que ha ganado con el 55% de los votos, solo se me ocurren dos posibilidades. Una, que el 55% de los brasileños y brasileñas sean, además de tontos; racistas, xenófobos, homófobos y misóginos; y misóginas. Dos, que los medios españoles mientan como bellacos o cuando menos tergiversen drásticamente las noticias. No conozco al 55% de brasileños y brasileñas, pero sí a los medios españoles, así que yo ya me hago una idea.
Esos mismos medios que se lamentan de la victoria del tal Bolsonaro, que va a gobernar el país con el 55% de los votos, son los mismos medios que aplauden con las orejas que aquí en España, un tal Sánchez esté gobernando con el 22,6% de los votos. Pero nuestra democracia es mucho mejor que la brasileña. ¡Dónde va a parar!