martes, 17 de octubre de 2023


 

Reflexiones de un espectador inerme.

Viví los últimos tiempos del franquismo. A finales de los sesenta y principios de los setenta se apreciaba que en general, el entorno ciudadano mejoraba de año en año. Tras la muerte del dictador no solo continuó esa mejoría sino que se incrementó. Se construían nuevas autopistas, nuevas edificaciones, pabellones deportivos, se hermoseaban las calles, se inauguraban nuevos parques, se abrían buenos comercios, cada vez se veían más y mejores coches, cada vez la gente vestía mejor, se respiraba un ambiente de optimismo y prosperidad. Atravesamos algunas de esas crisis mundiales redundantes sin apreciables quebrantos. En general las cosas seguían progresando. A principios de siglo llegaron los atentados de las torres gemelas, algo pareció quebrarse pero aquí continuamos en una buena dinámica. En 2004 sufrimos los atentados de los trenes de Atocha. La inercia hizo que la sociedad siguiera caminando con aparente firmeza pero ya iba herida. En 2007 estalló la burbuja inmobiliaria y se hizo evidente el declive. Desde entonces todo se ha ido degradando. Basta caminar por una ciudad cualquiera, en mi caso Alicante, para observar cómo poco a poco, los comercios lujosos van dejando sitio a tiendas de todo a cien, los ultramarinos a fruterías tercermundistas, el pequeño comercio va desapareciendo, locales grandes se quedan vacíos durante meses o años, la gente viste peor, lo que va envejeciendo no se renueva, la suciedad es más palpable, hay más pobres pidiendo por la calle, hay una impresión generalizada de declive constante. La decadencia se va acelerando. Puede que sea la constatación de que la clase media va desapareciendo y va aumentando la pobreza al tiempo que unos pocos muy ricos son cada vez más ricos. Mientras tanto no cesan de llegar pateras con inmigrantes ilegales, unos 50.000 en lo que va de año. El 99% jóvenes varones, ni mujeres ni niños, solo hombres. Seguramente vienen en busca de un mundo mejor pero es muy probable que contribuyan a acelerar el deterioro. En fin, solo son disquisiciones sin ninguna base científica. Puede que mis impresiones sean consecuencia de mi provecta edad. O puede que no. Puede que todo se vea según el color del cristal con que se mire y puede que el mío esté algo empañado. A saber.

lunes, 2 de octubre de 2023


 

Unión vs separación

 

En los años sesenta del siglo pasado Alemania todavía andaba recuperándose de las heridas de la guerra. La derrota la dejó arrasada y la dividió en dos países, uno cayó en la órbita de occidente y el otro en la soviética. Por esas fechas Yugoslavia era un estado grande que tenía voz en el mundo, durante la Guerra Fría promovieron el Movimiento de Países No Alineados, una asociación que quería ser equidistante entre los dos bloques.

En 1980 falleció el mariscal Tito, había gobernado el país desde el final de la Guerra Mundial logrando mantenerlo cohesionado. A partir de su muerte empezaron los problemas entre los territorios que componían el estado y rápidamente se enfrentaron en una terrible guerra que se prolongó durante diez años y causó 200.000 muertos, varios millones de desplazados, ruina y penurias generalizadas. Las heridas aún no están cerradas y los conflictos perduran con mayor o menor intensidad. El resultado es que lo que era un país grande hoy son seis o siete pequeños países que pintan poco en el concierto internacional. Supongo que eso habrá sido negativo para sus habitantes.

El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. El 28 de ese mes el canciller Helmut Kohl presentó su programa de unidad nacional. El 3 de octubre de 1990 se concluyó la reunificación de los dos territorios en una sola Alemania.

Alemania después de esa reunificación se ha convertido en un país de 85 millones de habitantes que está a la cabeza de Europa e impone su voluntad a los demás países del continente. Sin duda eso será positivo para sus habitantes.

A principios de los setenta hice un viaje en coche por la antigua Yugoslavia. Recuerdo que al acercarnos a una ciudad vimos una señal anunciando su proximidad, el nombre de la misma había sido corregido con pintura para cambiarlo por otro parecido. Nos hizo mucha gracia: “como en España”, dijimos. Sí, aquí ya se había iniciado ese afán de algunos lugareños en marcar lo que consideran sus territorios.

En Yugoslavia el proceso de desintegración fue muy rápido. Aquí está siendo lento pero sostenido. En la fauna política nacional no se vislumbra ningún Helmut Kohl que capitanee una unión sólida y sostenida, solo se ven petimetres provincianos que aspiran a ser líderes de pequeños paisitos insignificantes, débiles y vulnerables. Para colmo tenemos al mando, ahora en funciones, a un tipo sin escrúpulos, un mentiroso compulsivo, un tramposo, un felón que ha encontrado en los separatistas a sus socios ideales. No los ha encontrado por casualidad u obligado por las circunstancias, los ha encontrado porque los ha buscado y está encantado con ellos porque sirven a sus planes.

España se desliza por la misma pendiente que la antigua Yugoslavia. Mientras la mayoría nos limitamos a contemplar asombrados los acontecimientos, unos pocos se dedican a empujar pendiente abajo.

Es posible que nuestros descendientes tengan que vivir en algún pequeño país gobernados por algún petimetre.