En noviembre pasado
se celebraron las últimas elecciones y en enero de este año los ministros del
nuevo gobierno prometieron sus cargos. De eso hace pues siete meses. La fórmula
que se emplea para hacer efectivo el nombramiento dice:
“Prometo por mi
conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de… con lealtad
al Rey y guardar y hacer guardar la constitución como norma fundamental del
Estado…”
Hace siete meses.
A juzgar por las declaraciones actuales de muchos de estos cargos y cargas la
lealtad al Rey y la guarda de la constitución se la han pasado por el forro de
las gónadas. Ellos y ellas. O son olvidadizos o no tienen conciencia ni honor. O
no las tenemos nosotros que toleramos sin inmutarnos estos comportamientos
miserables. La indolencia general ante actitudes de esta naturaleza es difícil
de entender. A ninguno de los ministros y ministras les han obligado a aceptar
el cargo, lo han hecho encantados y lo único que deben hacer es cumplir con la
norma establecida para que sea efectivo. Si no están de acuerdo con lo que dice
simplemente deberían renunciar al nombramiento. Eso sería lo honesto pero
parece que es mucho pedir a estos personajes. ¿Para qué sirve el numerito de la
toma de posesión? Se podían ahorrar el paripé.
Parece que todos nos
hemos acostumbrado a las mentiras y las aceptamos con absoluta naturalidad. Las
asumimos sin rechistar. Al presidente es difícil pillarle en una verdad pero da
igual, a nadie parece molestarle que mienta más que habla. Hemos estado tres
meses encerrados siguiendo las instrucciones de un Comité de Expertos que ¡no
existía! Eso es rizar el rizo pero da igual. Todo da igual. Da igual que nos
sometan a un fraude constante.
Puede que estemos
en lo que Aldous Huxley llamaba la dictadura perfecta. Aquella que tiene “la apariencia
de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los
presos ni siquiera soñarían con escapar”.
A esos presos
todo les da igual.
Ante esta situación
uno no tiene más remedio que preguntarse si sirve para algo ir a votar. Si todo
es un fraude sería sorprendente que los comicios no lo fueran también. Ya decía
el gran demócrata Stalin que “lo importante no es quién vota sino quién cuenta
los votos”. ¿Servirá para algo que introduzcamos nuestra papeleta en la urna? No
lo sé pero da igual. ¿Qué más da?
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