domingo, 13 de septiembre de 2015

Previsiones

En junio de 2006, el diario “El Mundo” publicó un artículo un tanto apocalíptico titulado “La gran invasión”. Exponía las previsiones de Chris Parry, contraalmirante y estratega militar británico, quien con un equipo de cincuenta expertos se dedicaba, ignoro si continúa haciéndolo, a pensar en los posibles peligros que podían acechar a la Gran Bretaña y a los demás países de su entorno. En su informe mostraba la certeza de que las futuras migraciones crearían en Europa una situación similar a la que condujo a la caída del Imperio Romano en el siglo V. Según Parry, el continente europeo se iba a enfrentar a una “colonización a la inversa”: grupos de inmigrantes que no sienten lealtad por el país que los acoge y que permanecen conectados, en virtud de la globalización, a sus países de origen. Calculaba que sería entre 2012 y 2018 cuando se produciría la ruptura del sistema de poder establecido en el mundo en el momento de redactar el informe. Preveía también que la población mundial pasaría de los 6.500 millones existentes en aquel momento a 8.500 millones en 2035. Esta previsión ya se ha quedado corta, los últimos cálculos de la ONU adelantan esa cifra cinco años, señalándola para 2030. Según un informe de ese organismo, los países que más están creciendo son los africanos, prevé que entre 2015 y 2050 la mitad de la población mundial vivirá en 9 países y 5 serán africanos. En un plazo de 35 años se duplicará la población en 28 países de ese continente. En contraste con esas cifras, para 2050, uno de cada tres europeos tendrá más de 60 años. Las cifras de natalidad africanas multiplican por cuatro, cinco o seis, las europeas.
La terrible crisis migratoria provocada por el EI no ha hecho más que acelerar drásticamente un proceso que ya estaba en marcha y que previsiblemente se va a ir incrementando en los próximos años. La tragedia de la guerra en Siria ha venido a sumarse a una situación que ya era dramática. Los gobiernos europeos están claramente desbordados y no saben cómo actuar ante un movimiento migratorio de dimensiones desconocidas y que, lejos de calmarse, se está acelerando como si se hubiese producido una psicosis colectiva por no quedarse el último. Mientras aquí nos lamentamos de la recesión económica a la que no se le ve fin, cientos de miles, millones de personas se juegan la vida por llegar hasta nosotros y alcanzar un supuesto Edén. La migración de los refugiados sirios es en principio puntual pero es muy probable que no sea la última provocada por un país en guerra. La de los países subsaharianos y del Magreb es sistémica y va in crescendo. Los sirios llegan con sus familias, mujeres, niños y ancianos. Los inmigrantes “regulares” son en su inmensa mayoría hombres jóvenes sin mujeres, lo que hace aun más grave el problema.

Es imposible no conmoverse con las imágenes que contemplamos a diario. El drama humanitario remueve las conciencias y ha provocado un lógico movimiento de solidaridad; aún más, se está produciendo en las últimas fechas una especie de competición entre gobernantes para ver quién es más generoso. Estos sentimientos son altamente plausibles y dicen mucho bien de quien los efectúa, pero debemos preguntarnos: ¿Durante cuánto tiempo nuestra convaleciente sociedad podrá absorber una avalancha humana de esta magnitud y al ritmo vertiginoso en que se está produciendo? Es difícil oponerse al discurso políticamente correcto so pena de ser inmediatamente tildado de insolidario, fascista o racista, pero no hay más remedio que reflexionar sobre un asunto que nos desborda y nos amenaza, y hay que hacerlo urgentemente. A la velocidad que está sucediendo no hay mucho tiempo para deliberar intentando buscar soluciones. Los remedios que se van aplicando equivalen a poner una tirita en una hemorragia generalizada. Si no se ataca el problema en origen, corremos el riesgo de que dentro de una o dos generaciones, el movimiento migratorio tenga que hacerse a la inversa para escapar de una Europa arruinada, degradada y destruida.        

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