sábado, 5 de septiembre de 2015

Colmillo blanco alunado sobre fondo verde.

Federico Martínez fue un niño de apariencia normal, le gustaba jugar y reír como a los otros niños y nada en su comportamiento hacía sospechar que andando el tiempo llegaría a elevarse a las excelsas cumbres que sólo están reservadas para los elegidos. Su adolescencia también transcurrió dentro de lo que podríamos considerar natural para su época y su entorno. Tal vez, si pecáramos de exigentes en la búsqueda de algún motivo que nos alertase de su extraordinaria personalidad posterior, podríamos decir que su despertar al sexo fue algo lento y confuso, pero nunca rebasando unos límites que pudiéramos considerar provocativos. Terminó los estudios elementales dentro del más discreto anonimato, salvando todos los exámenes con la mínima puntuación obligatoria, como si no quisiera llamar la atención antes de tiempo hacia su egregia personalidad. Empezó dos carreras que pronto abandonó, al no ofrecerle respuestas a las múltiples preguntas que se agitaban en su interior, y finalmente obtuvo un diploma de experto en vocalización intralabial cognitiva (EVIC), lo que le valió para conseguir una plaza de profesor ayudante en el colegio de su pueblo.
Se casó, tuvo dos hijos, chico y chica, y pasó unos años tranquilos, entregado a la educación de los niños de su localidad. El profesor D. Federico Martínez era querido y respetado por sus alumnos y podría haber prolongado por mucho tiempo aquella idílica existencia, pero en su interior una pequeña llama le abrasaba y le advertía de que su verdadero destino estaba por llegar.
La Revelación le alcanzó cuando acababa de cumplir los cuarenta y cinco. A Federico le gustaba pasear por los alrededores del pueblo y muchas tardes de verano aprovechaba para dar largas caminatas provisto de un cayado que usaba para remover cualquier cosa que despertara su natural e insaciable curiosidad. Un 15 de agosto, día de la Virgen, bajo un calor sofocante, acompañado por el estridor de las chicharras, reparó en un matorral que para cualquier otro no hubiera merecido un mínimo motivo de atención, pero que en él provocó la inmediata sacudida de su asombrosa sensibilidad. Se acercó, removió las matas con la punta del cayado y descubrió detrás, oculto por la maleza, lo que parecía la entrada de una cueva. Arrastrándose y despreciando las heridas que le causaban las espinas del zarzal, consiguió acceder al interior y con la pequeña linterna que siempre llevaba consigo iluminó la cavidad.
¡Ahí se evidenció de nuevo su extraordinaria clarividencia!
Para cualquier ser humano corriente, lo que se ofreció a sus ojos no habría pasado de un nebuloso cúmulo de manchas y unos dispersos rasguños en la roca.
Para un hombre de la agudeza intelectual de Federico, la visión le abrió un mundo de inabarcables perspectivas.
Inmediatamente comprendió que lo que estaba observando era un mensaje del pasado, una singular comunicación de nuestros predecesores. Ayudado por su sublime intuición, adivinó que aquello que parecían simples arañazos eran signos inteligentes que recreaban un lenguaje. Aquellos trazos en apariencia inconexos, eran la escritura autóctona de los antiguos habitantes de esta tierra. Conservado durante siglos en la umbría húmeda de aquella oquedad, estaba plasmado el espíritu de los primitivos pobladores del territorio. Allí resplandecía la esencia de nuestros ancestros.
Aquel mágico momento cambió su vida y la de todos nosotros.
Pidió una excedencia en el colegio y dedicó toda su energía al estudio del idioma primario. Con la paciencia del investigador y la sabiduría del erudito, fue reconstruyendo el vocabulario y la gramática de nuestra olvidada civilización.
El paraje donde está la cueva era conocido desde siempre como el monte de los cochinos, porque en tiempos pretéritos los cerdos salvajes hozaban por allí sin impedimentos. Federico intuyó enseguida que “jabalí” era un término de la lengua original incautado por el idioma invasor. Con esclarecida tenacidad inspeccionó infatigablemente las paredes de la gruta hasta encontrar la palabra en su grafía natural. Esa fue la piedra sobre la que pudo edificar todo el armazón de nuestra cultura autóctona, la de nuestros auténticos antepasados, el pueblo jabal.
Su labor pronto encontró el apoyo entusiasta de otros estudiosos que se integraron, bajo su presidencia, en un equipo de doctores que hoy es ya reconocido y respetado en todo el mundo, la Asociación Autóctona Projabal (AAP). Podemos decir sin temor a equivocarnos que el profesor Federy Marthy es, hoy por hoy, el mayor jabalólogo mundial, y sus conferencias son escuchadas con enorme expectación en los más ilustres foros.
Hay que aclarar que el profesor Federico Martínez es ahora Federy Marthy, en su autentica pronunciación autóctona.
Una de las singulares características del idioma jabal es que no tiene género y por lo tanto ninguna palabra acaba en o ni en a. Esta sobresaliente peculiaridad demuestra a las claras que el jabal es un idioma igualitario y solidario, un lenguaje avanzado que excede en virtudes, de forma categórica, al que los invasores nos impusieron y nos obligaron a utilizar durante los últimos siglos.
Las profundas investigaciones del profesor Marthy han fructificado en hallazgos de una extraordinaria relevancia. Calculando la distancia recorrida por una familia de jabalís en una semana, el profesor ha podido determinar con exactitud los márgenes del territorio jabalense. Ha estudiado profusamente la morfología de los habitantes de esa zona y ha constatado que, en un porcentaje muy elevado, tienen el hueso de la rodilla izquierda más desarrollado que el de la derecha. Exactamente igual que ocurría con el esqueleto que se encontró cerca de la cueva de los cochinos. A esos restos óseos se les ha calculado en un primer análisis una antigüedad de dos mil años. O más.   
En su estudio de los topónimos y antropónimos ha cosechado igualmente extraordinarios logros. Como ejemplo podemos reseñar el caso de la charca de los mosquitos, paraje bien conocido de nuestra geografía. Pues bien, el profesor ha descubierto que el nombre deriva del original, “lachar mosqui ros”, que en jabal significa “agua que no has de beber”.
Es igualmente significativa la proliferación del apellido Caballero en nuestras tierras, hecho que siempre se ha considerado una característica particular sin explicación razonada. Ahora, gracias al insigne profesor sabemos que su origen está en los primitivos pobladores, ya que el nombre deriva de “jabal yhe ros”, que significa “el que bebe como un jabalí”. Su auténtica definición fue adulterada, deformada y preterida por los invasores.
Y así podríamos continuar con innumerables evidencias.
Podemos afirmar con rotundidad que gracias a la titánica labor del profesor Marthy, nuestro pueblo jabal está cada día más concienciado de sus orígenes y más orgulloso de sus raíces.
Pero después de felicitarnos por estos innegables avances, hay que decir que no podemos conformarnos con lo conseguido hasta ahora. Todos los esfuerzos son pocos en pro de la definitiva reimplantación de nuestro acervo cultural y de nuestro reconocimiento como pueblo soberano. La subvención que el Ministerio de Cultura del Gobierno Central da para la recuperación de las lenguas autóctonas no pasa de ser un mero óbolo con el que pretenden silenciar nuestras justas reivindicaciones y acallar sus malas conciencias. Necesitamos la colaboración activa de todo el pueblo jabal para desarrollar en el más breve plazo posible nuestra autentica identidad. Para facilitar las aportaciones hemos abierto cuentas en los principales bancos del país a nombre de la Asociación Autóctona Projabal (AAP). ¡Jabalenses! Contamos con vuestra colaboración, ya es hora de expulsar a los conquistadores que nos han oprimido durante siglos. No descansaremos hasta que nuestra bandera, colmillo blanco alunado sobre fondo verde, ondee orgullosa en todos los edificios oficiales. La nueva constitución ya está siendo redactada por un comité de expertos, pronto todas las escuelas educarán a nuestros hijos en el jabalense y todos los funcionarios estarán obligados a dominar la lengua vernácula.
Gracias al Profesor Marthy podemos lanzar al mundo nuestro grito de pueblo libre:
¡Pueblo jabal! ¡Tal!, ¡Pueblo jabal! ¡Tal! ¡Pueblo jabal! ¡Tal y tal y tal!  

Relato incluido en "El crimen de Lainma y otros horrores", libro que se compone de una novela corta y varios relatos. Disponible en Amazon.

https://www.amazon.es/El-crimen-Lainma-otros-horrores-ebook/dp/B009GY8S3M/ref=sr_1_18?ie=UTF8&qid=1499591256&sr=8-18&keywords=luis+molinos

El crimen de Lainma y otros horrores de [Molinos, Luis]

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