domingo, 27 de septiembre de 2015

Análisis (profundo) de la estupidez humana.

Hace pocos días se ha destapado un escándalo monumental de repercusiones todavía imprecisas, pero que sin duda tendrán una enorme trascendencia. Volkswagen, el mayor fabricante mundial de automóviles, ha estado durante años confundiendo a los organismos encargados del control de emisiones contaminantes con un sistema expresamente diseñado para cometer el fraude. Asombra que alguien pensara que una estafa de esas proporciones pudiese pasar desapercibida indefinidamente. Hay que ser cretino para no prever que, con unas cifras de producción millonarias, alguien, más tarde o más temprano, tendría forzosamente que percatarse de un engaño tan zafio. Además del daño causado al medio ambiente, el perjuicio que ha provocado a la propia empresa, a la industria europea del automóvil en general, y a Alemania en particular, es incalculable. Es posible que pasemos del: “Es fiable, es alemán”, a “Es alemán, no te fíes”. Hasta que pase algún tiempo no sabremos con exactitud la dimensión del estropicio, pero lo lógico es que sea inmensa.  
Esto solo es otra prueba más de que el Antiguo Testamento estaba en lo cierto al asegurar que el número de idiotas es infinito. Hay que añadir, además, que se distribuyen por todo el espectro social, desde las posiciones más humildes hasta las de mayor prestigio, no hay más que repasar la lista de líderes mundiales. Asusta pensar en manos de quién están las armas más destructivas de que ha dispuesto la humanidad en toda su historia. Y da igual que esos individuos ocupen el poder por métodos golpistas o hayan sido elegidos democráticamente, en lo relacionado con su nivel de cretinez no se diferencian mucho. Ayer, sin ir más lejos, hubo elecciones en Cataluña. Contemplando a los aspirantes a liderar al pueblo, no se entiende que se haya batido el récord de participación ciudadana. ¿Pero alguien de verdad quiere ser administrado, guiado, acaudillado, por cualquiera de los que se han presentado? Parece evidente que la humanidad está en retroceso.
La democracia es el mejor sistema de gobierno que conocemos, sí, y nos sentimos contentos y orgullosos de su disfrute, sí, pero es un sistema que equipara el voto de Leticia Sabater al de Fernando Savater, o el de Paquirrín al de José Antonio Marina. Teniendo en cuenta que hay muchas más Leticias y Paquirrines no hay que asombrarse del jaez de quienes nos gobiernan, o de los que nos quieren gobernar. En este sentido, no hay que olvidar el impagable esfuerzo que hacen las televisiones para incrementar el número de paquirrines.
El siglo XX ha dado a la sociedad una pléyade de investigadores que durante décadas se ha consagrado al estudio de la perniciosa epidemia de la estulticia, a saber: Peter, Bloch, Parkinson, Cipolla, Aprile, y algunos otros. Todos han explorado, desde diferentes enfoques, el ignoto misterio de la estupidez humana. El problema es tan escabroso que ninguno de estos genios ha conseguido aclararlo del todo. No quiero pensar que también ellos están afectados por el virus que investigan, prefiero mantener un mínimo de esperanza en el ser humano.
Laurence J. Peter, descubrió que dada una estructura jerarquizada lo suficientemente grande, y esperando un tiempo adecuado, todo el mundo ascenderá por ella hasta llegar a su nivel de incompetencia, y una vez alcanzado, allí se quedará demostrando su incapacidad hasta que se retire a cuidar sus macetas. El presidente de VW podría ser el paradigma del enunciado.
Arthur Bloch, demostró científicamente con su ley de Murphy, que si las cosas pueden ir mal, irán mal. E incluso que por muy mal que vayan, pueden ir todavía peor. Y advierte de su inevitabilidad en su inquietante corolario: Si algo no puede salir mal, saldrá mal. Y asegura además que la estupidez es expansiva: Cuantas más personas participan en un acontecimiento, menos inteligentes se vuelven todas ellas. Para corroborar el aserto no hay más que contemplar un mitin político.
Produce escalofríos saber que en una sociedad burocratizada no hay modo de frenar el virus. Lord Northcot Parkinson, demostró que toda burocracia tiende a crecer a un ritmo del 5% anual, y además, lo hará sin necesidad de aumentar ni la cantidad ni la calidad del trabajo. O sea, que para realizar las mismas funciones necesitará cada vez un mayor número de idiotas. Pero es más, demostró que esa estructura se seguirá expandiendo aunque el trabajo a desarrollar sea mínimo, y continuará su crecimiento también en el caso extremo de que no tenga absolutamente nada que hacer.     
Carlo M. Cipolla, (se pronuncia Cipola), nos alerta de los peligros de la estupidez: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. E incide en el carácter universal e incoherente de su distribución: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma. O sea, la posibilidad de ser estúpido es indiferente al sexo, raza, religión, o edad, a que haya alcanzado un determinado estatus social, incluso el más alto en la escala, o a que pertenezca a uno u otro colectivo, políticos, militares, religiosos, empleados, deportistas, o cualquier otra profesión. Incluso a que escriba o no en un blog, o participe en las redes sociales. Cipolla va más allá al asegurar que: Una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. Si antes advirtió que siempre se subestima su número, tenemos derecho a temer las peores catástrofes. Afirma con rotundidad que: El estúpido es el tipo de persona más peligroso que existe. Más peligroso que el malvado.
Pino Caprile, es aun más pesimista, asegura que la humanidad ha entrado en un proceso de destrucción de la inteligencia que atribuye a la necesidad de conservación de la especie. La inteligencia ha llegado a ser un peligro para la supervivencia de los seres humanos y se ha puesto en marcha un mecanismo natural para corregir la deriva. Afirma que: En la selección natural y cultural de la especie, prevalece lo peor, si lo peor es más útil.
Atribuye a Greg y Galton el aforismo de que si se poblara una aldea con cien irlandeses estúpidos, analfabetos, borrachos y zafios, y con cien ingleses cultos, bien educados y sobrios (o casi), varias generaciones después habrá varios miles de zafios y ni un solo gentleman. Sustituyan la aldea por el espacio europeo, por ejemplo, y esperen dos o tres generaciones.
Ante estas pesimistas previsiones científicamente demostradas, ¿que podemos hacer?
Y lo que es más inquietante, ¿cómo podemos saber si estamos infectados con el temible virus?
Habrá que seguir investigando pero no pinta bien.

Así está el mundo, Facundo.

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