Nací en Tánger
hace más años de los que me gustaría, cuando la ciudad tenía un Estatuto
Internacional; mítico lugar de libertades y tolerancia. En el 63 vine a
estudiar a España y ya seguí por aquí; así que conviví con el régimen de Franco
12 años.
Aunque Tánger había
dejado de ser Internacional en el 56, y ya se había reintegrado a Marruecos, se
mantenía en el ambiente una cierta inercia de la ciudad cosmopolita que había
sido durante décadas y, lógicamente, encontré diferencias con la vida a la que
estaba acostumbrado, pero las asumí con bastante naturalidad. No me produjeron
ningún trauma. Es más, durante cinco o seis años seguí yendo a Tánger en
vacaciones y comprobé que las diferencias se acortaban muy deprisa, y que en
muy poco tiempo, daban un vuelco y la calidad de vida en España superaba a la
tangerina. Seguramente yo viví los años buenos del franquismo; pero los viví. Estaba
allí. Acabé la carrera, hice la mili, encontré trabajo, y a los 23 me
independicé. Leía a Machado, Lorca, Miguel Hernández, León Felipe, Kafka, Camus,
Sartre o a quien me diera la gana. Y me divertía. Vivía.
Cuando oigo a jóvenes
que han nacido mucho después del final del franquismo hablar de aquellos años
con la absoluta seguridad del que está en posesión de la verdad, he llegado a
preguntarme: “¿Pero dónde estaba yo?”. Es tal la certeza que muestran, que me
hacen dudar de mis vivencias, de mis recuerdos, de mi vida. ¿Pero esta gente, cómo
sabe tanto? ¿Han viajado en la máquina del tiempo? ¿Han tomado el elixir de la
verdad absoluta? ¿Estaba yo ciego y sordo durante aquellos años? Por supuesto
no se me ocurre debatir (palabra mágica donde las haya) con ellos, ¿cómo vas a
discutir con el que está en posesión de la más absoluta verdad? Cualquier argumento
que se pudiera plantear le rebotará como una pelota en un frontón. Y encima te
llamará facha.
Franco murió en
el 75. Y no pasó nada. El país estaba organizado y siguió su curso con absoluta
normalidad. Las cortes franquistas se disolvieron, tomó posesión el Rey, y
arrancó un periodo de prosperidad como no se había conocido nunca. Había una
base sólida sobre la que sustentar la nueva andadura. Fraga y Carrillo se
abrazaron y decidieron mirar al futuro. Seguramente a los dos les interesaba
olvidar el trágico pasado. Y a todos los demás. A los millones de españoles que
simplemente querían para ellos y para sus hijos el mejor entorno posible.
Fuimos viviendo
en un país moderno y próspero hasta que en el 2004 llegó a la Presidencia un
idiota. Un idiota es por definición: “Alguien que ocasiona un daño a otra
persona o a un grupo de personas, sin obtener al mismo tiempo un beneficio para
sí” (C. Cipolla). Es el tipo de persona más peligroso que existe, y cuanto más
elevado sea su rango más posibilidades tiene de causar daños. A este idiota se
le ocurrió hacer una ley que llamó, con la solemnidad que caracteriza al ridículo
personaje, de Memoria Histórica. Desde entonces, el daño causado en la
convivencia ha sido incalculable. Se despertaron las fuerzas del mal. Al amparo
de la malhadada ley volvieron los rencores que ya estaban olvidados. Los medios
de comunicación, con la televisión al frente, han contribuido a crear un clima
de confrontación y revanchismo. Y como todo efecto de acción provoca otro de
reacción, diría que hay ahora más franquistas que cuando vivía Franco. Yo mismo,
nunca fui un devoto del general, ni siquiera simpatizante, más bien al
contrario, pero de un tiempo a esta parte me está empezando a caer bien. Las unanimidades
siempre me han repelido. La unanimidad es la seña de identidad del fascismo.
Teniendo en
cuenta que Franco, a los 43 años de su muerte, no le importa realmente a casi nadie,
sospecho que el ataque no va hacia el muerto, sino a su legado, una España
unida y regida por una Monarquía. Si se establece que Franco fue el ser más
abyecto y abominable que ha existido, todo cuanto hizo merecerá el más completo
rechazo. Hay que borrar de la historia, no solo su figura, sino todo cuanto realizó.
¿Es necesario recordar que reinstauró la monarquía? Pues seguramente por ahí
van los tiros.
No debería haber
escrito tiros, pero ya está hecho y no lo voy a borrar. La Monarquía es ahora
mismo el único mínimo nexo de cohesión entre los españoles. Los separatistas
estarían encantados de que desapareciera, y los comunistas también. Después,
llegado el caso, ya se pelearían entre ellos. A tiros. El ser humano no
evoluciona y la historia se repite una y otra vez.
Después de la
Primera Guerra Mundial el mundo quedó tan espantado que la gente pensaba que
nunca más habría una guerra. Solo tardaron dos décadas en emprender otra aún más
cruenta y destructiva. Hace poco tiempo en los Balcanes tuvo lugar una terrible
guerra que todavía no ha curado las heridas. ¿Alguien piensa que los españoles
somos más civilizados que los balcánicos? Hace muchos años hice un viaje en
coche por varios países. Al pasar la frontera de lo que entonces era Yugoslavia
empecé a ver señales, de las que anuncian las poblaciones, que habían sido tachadas
y corregidas, escribiendo encima otro nombre. Me hizo mucha gracia, “como en
España”, pensé. Pues eso, como en España.
Vamos bajando por
una pendiente pronunciada con unos frenos muy defectuosos y un precipicio al
fondo. Y hay gente que anda detrás empujando. O arreglamos los frenos, o cambiamos
de pendiente. O nos caemos por el barranco.
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