sábado, 4 de agosto de 2018

El desembarco.


En 1973, Jean Raspail publicó “Les camps des saints”, una novela de ciencia ficción considerada apocalíptica. Se ha reeditado hace poco con el título en español de “El desembarco”. Trata de la llegada a Francia de una flota procedente de la India con un millón de inmigrantes que arrasan todo a su paso, simplemente caminando, por aplastamiento. Curiosamente, uno de los personajes que aparece en la novela escrita hace más de cuarenta años es un Papa progresista sudamericano, llamativa coincidencia. Raspail tiene hoy 93 años y en una entrevista reciente cuenta que la idea le vino un día contemplando el Mediterráneo. “¿Y si ellos vienen?”, se preguntó. “En ese momento entendí que se trataba de un fenómeno irreversible y que estábamos perdidos”.
El libro es profundamente racista, pero hay que reconocer la capacidad profética del autor. Incluso se ha quedado corto. Han llegado muchos más de un millón, aunque de forma escalonada y no de golpe como en el libro. Erró también en la procedencia, pensó que llegaban de la India cuando África está mucho más cerca. Claro que cuando escribió el libro la población africana era de unos 500 millones. Hoy sobrepasa los 1.200 millones y está creciendo más deprisa que cualquier otra zona del planeta. A este ritmo en 2050 podría alcanzar los 3.000 millones de habitantes. Si no se adoptan medidas duras que nadie parece dispuesto a adoptar, esos habitantes de países pobres seguirán viniendo a la Europa rica hasta que se igualen las condiciones de vida. Es la ley de los vasos comunicantes. Cuando Europa se sitúe al nivel de los países de origen ya no valdrá la pena el viaje. Eso puede pasar porque mejoren las condiciones de los países de origen o porque empeoren las de destino, que es lo más factible que ocurra a la vista de la incompetencia de los que están en situación de adoptar medidas. De hecho, ya está ocurriendo, y da la impresión de que el proceso se está acelerando dramáticamente. 
Según Raspail no es un problema de integración, ni de invasión, es simple y llanamente un problema de sustitución de una civilización por otra. Como en su novela, por aplastamiento. Ni siquiera es necesario emplear la violencia, basta con ocupar el espacio. Es la preeminencia del número.
Mientras aquí estamos entretenidos en discutir a quién pertenece un trozo del territorio, van llegando nuevos elementos que van ocupando los territorios sin discutir nada.  
Mientras aquí andamos proclamando “nosotras parimos, nosotras decidimos”, por ahí van decidiendo parir en una proporción de seis a uno y nos van enviando los excedentes.
Mientras aquí los dirigentes proyectan laboriosas reuniones para analizar el problema dentro de uno o dos meses, por ahí aceleran los viajes. Cuando aquí se ponen a analizar el problema de 100, el problema ya va por 200 o 500.
La realidad es tozuda y se impone a declaraciones grandilocuentes. Con sus estúpidas actuaciones los dirigentes en vez de solucionar el problema lo agravan y lo aceleran.  
Caminen por cualquier avenida principal o paseo marítimo de cualquier ciudad o pueblo de España y verán el espacio que ocupan los manteros. Cada vez son más y están pasando de ser pasivos a ser agresivos y violentos. Es imposible que el sufrido contribuyente, cada vez más menguado, absorba todo el género falsificado que se le ofrece, cada vez más abundante. Cuando ese mercado entre en recesión se volverán más violentos.
Dice Raspail que Francia, la Francia de sus padres y abuelos, está desapareciendo. Para dentro de veinte o veinticinco años habrá más inmigrantes que autóctonos. Además los primeros serán mucho más jóvenes que los segundos. Es fácil deducir que la parte más joven, enérgica y activa, impondrá sus normas, su cultura y su manera de entender la vida. Aquí vamos por detrás pero podemos ponernos al nivel de los franceses en muy poco tiempo. Ya sabemos lo que pasa cuando le pelan las barbas al vecino.
Al protagonista de la novela se le presenta un dilema moral de muy difícil solución. Disparar a los pobres e indefensos inmigrantes que están desembarcando, o dejarse destruir por ellos.

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