Decía el gran filósofo
Peter que, en una organización suficientemente grande, todos tendemos a
ascender hasta llegar a nuestro nivel de incompetencia. No hay organización más
grande que la burocracia de un Estado y España está en primera línea en cuanto
a estructura funcionarial. Así, como el Principio de Peter es incuestionable, vemos
cómo la mayoría de puestos importantes se van ocupando por absolutos incompetentes.
Una vez pasada la primera euforia de verse ubicado en un gran despacho, con un sueldo
colosal y una ingente multitud de ayudantes y asesores, el ungido por el dedo
de la divina burocracia, seguramente sentirá el deseo de demostrar al mundo que
su ascenso es totalmente merecido. Cuando su legítima ilusión se da de bruces
con la cruda realidad y percibe que hay asuntos que parecen enormes montañas
imposibles de escalar, el susodicho se busca rápidamente otras colinas más accesibles
donde pueda poner su huella y así justificar ante sí mismo y ante los demás su
meteórica promoción.
A lo mejor es por
el Principio de Peter por lo que ante problemas como la invasión masiva y
descontrolada de nuestras fronteras, o la viabilidad de las pensiones, o la
amenaza de quiebra del país, la mayor y más urgente preocupación de las autoridades
se centra en la tumba de alguien que lleva casi 50 años sepultado.
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