jueves, 23 de noviembre de 2017

La desventura de España

“La desventura de España es la escasez de hombres dotados de talento”, decía Ortega y Gasset hace un siglo. Desde entonces hemos ido a peor. Nuestra desventura consiste en que cualquier individuo mediocre se cree capacitado para dirigir la vida de los demás, y a nadie le sorprende tamaño disparate. Un médico, un ingeniero, un juez, un arquitecto o cualquier otro profesional de cierto nivel, necesita muchos años de estudios y acreditar fehacientemente los conocimientos necesarios para ejercer su profesión antes de que la sociedad acepte que la ejerza. A un político no se le exige ni el certificado de estudios primarios, nada se le exige. Es inconcebible que a una persona que va a controlar millones de euros de nuestros impuestos, de nuestro dinero por tanto, y que va a incidir de modo muy directo en las vidas de todos nosotros, no le exijamos que acredite unos determinados conocimientos antes de acceder a la política. Cualquier ignaro sin preparación, sin experiencia, sin currículo que lo acredite, dice que va a arreglar el mundo y la gente se lo traga y le vota. Es un hecho ciertamente asombroso.
Para ser político bastan tres simples condiciones. A saber:
1-Una buena dosis de ambición personal (no necesariamente sana).
2-Una cierta capacidad verbal (hablar mucho y no decir casi nada).
3-Habilidad para halagar a los que pueden impulsar la trayectoria del aspirante.
Hasta no hace mucho se hacía necesaria una cuarta condición, y esta era ofrecer una presencia agradable, pero a la vista está que ese requisito ha desaparecido por completo. Incluso es de creer que se ha tornado 180 grados y ahora prima presentar un aspecto desagradable, casi hediondo. Los estándares estéticos son muy sensibles a las modas y parece que ahora estamos en el ciclo de la cutrez y el mugrerío.
El primero de los requisitos es consustancial al individuo, no se puede aprender, va en la naturaleza de cada uno. Así pues la gran mayoría de los que optan a la política son personas ambiciosas que ven un medio para progresar personalmente con rapidez. Al mismo tiempo tienen que estar convencidos de que sus capacidades les van a permitir dirigir la vida de sus conciudadanos. En este sentido es muy interesante el efecto Dunning-Kruger, que demuestra que cuanto menos inteligentes son las personas, más seguras de sí mismas tienden a mostrarse. Es muy posible que los aspirantes a políticos estén afectados por dicho síndrome. Se sienten seguros de sus capacidades sin ningún dato objetivo que lo sustente. Este requisito enlaza con el segundo, al hablar deben transmitir seguridad porque de lo contrario no tendrán seguidores. De hecho, entre las primeras cosas que aprenden está el decir frases como: “Estoy absolutamente convencido de que…”, o “tengo la completa seguridad de que…”, de lo que sea, da igual ocho que ochenta, una cosa o su contraria, lo importante es que el pueblo perciba que su seguridad en lo que afirman es suficiente y no necesita ninguna otra comprobación. Aunque lo que afirmen sea la mayoría de las veces de difícil comprensión. Cualquier político que se precie debe saber hacer comentarios de un alto nivel intelectual, tal que:
“Estoy absolutamente convencido de que las líneas rojas que hemos puesto encima de la mesa en un escenario de diálogo de progreso, cumpliendo el mandato de la ciudadanía, van a abrir espacios de convivencia para articular un debate de progreso en este país, porque siendo más lo que nos une que lo que nos separa vamos a encontrar las herramientas para una confluencia de progreso, y por ello se hace más necesario que nunca mover ficha para explorar otras vías alternativas de progreso.”
Es importante redundar en el progreso porque es algo que suena muy bien.
Hablar mucho y no decir casi nada es uno de los atributos más apreciados por los potenciales votantes. El paradigma de esta capacidad podría ser la alcaldesa de Barcelona. Si le ponen un micrófono delante puede estar horas hablando muy deprisa sin decir nada en concreto, o incluso diciendo una cosa y la contraria sin solución de continuidad y sin traslucir el menor rubor. Pero se podrían poner muchos más ejemplos de personajes de ese jaez.
La tercera condición es menos evidente para la población en general porque se desarrolla en el interior de los partidos y pertenece al funcionamiento de los mismos.
La cuestión es que los más hábiles manejando esas variantes acceden a puestos de responsabilidad para los que no están capacitados y a los que nunca deberían haber accedido. 
Las consecuencias de ese desatino es que tenemos que sufrir una clase dirigente de ínfima calidad que desde sus posiciones de privilegio se dedican a joder la vida de los demás. Y así nos va.

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