“La desventura de España es la escasez de hombres dotados de
talento”, decía Ortega y Gasset hace un siglo. Desde entonces hemos ido a peor.
Nuestra desventura consiste en que cualquier individuo mediocre se cree capacitado
para dirigir la vida de los demás, y a nadie le sorprende tamaño disparate. Un
médico, un ingeniero, un juez, un arquitecto o cualquier otro profesional de
cierto nivel, necesita muchos años de estudios y acreditar fehacientemente los
conocimientos necesarios para ejercer su profesión antes de que la sociedad
acepte que la ejerza. A un político no se le exige ni el certificado de
estudios primarios, nada se le exige. Es inconcebible que a una persona que va
a controlar millones de euros de nuestros impuestos, de nuestro dinero por
tanto, y que va a incidir de modo muy directo en las vidas de todos nosotros,
no le exijamos que acredite unos determinados conocimientos antes de acceder a
la política. Cualquier ignaro sin preparación, sin experiencia, sin currículo
que lo acredite, dice que va a arreglar el mundo y la gente se lo traga y le
vota. Es un hecho ciertamente asombroso.
Para ser político bastan tres simples condiciones. A saber:
1-Una buena dosis de ambición personal (no necesariamente sana).
2-Una cierta capacidad verbal (hablar mucho y no decir casi nada).
3-Habilidad para halagar a los que pueden impulsar la trayectoria
del aspirante.
Hasta no hace mucho se hacía necesaria una cuarta condición, y
esta era ofrecer una presencia agradable, pero a la vista está que ese
requisito ha desaparecido por completo. Incluso es de creer que se ha tornado
180 grados y ahora prima presentar un aspecto desagradable, casi hediondo. Los
estándares estéticos son muy sensibles a las modas y parece que ahora estamos
en el ciclo de la cutrez y el mugrerío.
El primero de los requisitos es consustancial al individuo, no se
puede aprender, va en la naturaleza de cada uno. Así pues la gran mayoría de
los que optan a la política son personas ambiciosas que ven un medio para
progresar personalmente con rapidez. Al mismo tiempo tienen que estar
convencidos de que sus capacidades les van a permitir dirigir la vida de sus
conciudadanos. En este sentido es muy interesante el efecto Dunning-Kruger, que
demuestra que cuanto menos inteligentes son las personas, más seguras de sí
mismas tienden a mostrarse. Es muy posible que los aspirantes a políticos estén
afectados por dicho síndrome. Se sienten seguros de sus capacidades sin ningún
dato objetivo que lo sustente. Este requisito enlaza con el segundo, al hablar
deben transmitir seguridad porque de lo contrario no tendrán seguidores. De
hecho, entre las primeras cosas que aprenden está el decir frases como: “Estoy
absolutamente convencido de que…”, o “tengo la completa seguridad de que…”, de
lo que sea, da igual ocho que ochenta, una cosa o su contraria, lo importante
es que el pueblo perciba que su seguridad en lo que afirman es suficiente y no
necesita ninguna otra comprobación. Aunque lo que afirmen sea la mayoría de las
veces de difícil comprensión. Cualquier político que se precie debe saber hacer
comentarios de un alto nivel intelectual, tal que:
“Estoy
absolutamente convencido de que las líneas rojas que hemos puesto encima de la
mesa en un escenario de diálogo de progreso, cumpliendo el mandato de la
ciudadanía, van a abrir espacios de convivencia para articular un debate de
progreso en este país, porque siendo más lo que nos une que lo que nos separa
vamos a encontrar las herramientas para una confluencia de progreso, y por ello
se hace más necesario que nunca mover ficha para explorar otras vías
alternativas de progreso.”
Es importante
redundar en el progreso porque es algo que suena muy bien.
Hablar mucho y no decir casi nada es uno de los atributos más apreciados
por los potenciales votantes. El paradigma de esta capacidad podría ser la
alcaldesa de Barcelona. Si le ponen un micrófono delante puede estar horas
hablando muy deprisa sin decir nada en concreto, o incluso diciendo una cosa y
la contraria sin solución de continuidad y sin traslucir el menor rubor. Pero se
podrían poner muchos más ejemplos de personajes de ese jaez.
La tercera condición es menos evidente para la población en
general porque se desarrolla en el interior de los partidos y pertenece al
funcionamiento de los mismos.
La cuestión es que los más hábiles manejando esas variantes
acceden a puestos de responsabilidad para los que no están capacitados y a los
que nunca deberían haber accedido.
Las consecuencias de ese desatino es que tenemos que sufrir una
clase dirigente de ínfima calidad que desde sus posiciones de privilegio se
dedican a joder la vida de los demás. Y así nos va.
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