miércoles, 13 de diciembre de 2023


 

No hablemos de política.

Se viene otra Navidad. Son fechas de celebraciones y reuniones festivas con familiares y amigos. Días propicios para el bullicio, alegría, fraternidad y buen rollo. Pero eso sí, siempre que no hablemos de política. Es el mantra redundante, nos reunimos tal día pero no hablemos de política. Vaya. ¿Y qué es política? ¿De qué se puede hablar y de qué no? Todo es política. Los políticos son unos señores y señoras que se meten en nuestras vidas, en nuestras casas, hasta en nuestras camas. Constantemente hacen o dicen algo que nos afecta. ¿Y no podemos ni siquiera comentar lo que hacen o dicen? ¿Tanta es la crispación generada en la sociedad que es mejor hacer como si no existieran? La crispación viene de arriba abajo, la generan los propios políticos e infectan a la población. Todo se ha polarizado, o blanco o negro. No hay matices. Puede ser una maniobra para que no hablemos de sus estúpidas decisiones, de sus trapicheos, de sus chanchullos. De unos y de otros. Dejemos que hablen solo los comentaristas teledirigidos por unos y por otros. Nosotros no. Mejor no hablamos. Mientras nosotros callamos ellos hacen. El que calla otorga. Estamos en la fase de mejor no hablar. La siguiente fase es mejor no pensar. Ya nos dirán qué es lo que tenemos que pensar. Para eso se han inventado lo de delito de odio. ¿Quién define el odio? Ellos, por supuesto. Ya se lo decía Humpty Dumpty a Alicia: “Cuando yo uso una palabra, esa palabra quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.” “La cuestión –preguntaba Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen cosas diferentes”. “La cuestión –concluía Humpty Dumpty- es saber quién manda. Eso es todo”.

Pues eso. Que pienso hablar de política.    

martes, 17 de octubre de 2023


 

Reflexiones de un espectador inerme.

Viví los últimos tiempos del franquismo. A finales de los sesenta y principios de los setenta se apreciaba que en general, el entorno ciudadano mejoraba de año en año. Tras la muerte del dictador no solo continuó esa mejoría sino que se incrementó. Se construían nuevas autopistas, nuevas edificaciones, pabellones deportivos, se hermoseaban las calles, se inauguraban nuevos parques, se abrían buenos comercios, cada vez se veían más y mejores coches, cada vez la gente vestía mejor, se respiraba un ambiente de optimismo y prosperidad. Atravesamos algunas de esas crisis mundiales redundantes sin apreciables quebrantos. En general las cosas seguían progresando. A principios de siglo llegaron los atentados de las torres gemelas, algo pareció quebrarse pero aquí continuamos en una buena dinámica. En 2004 sufrimos los atentados de los trenes de Atocha. La inercia hizo que la sociedad siguiera caminando con aparente firmeza pero ya iba herida. En 2007 estalló la burbuja inmobiliaria y se hizo evidente el declive. Desde entonces todo se ha ido degradando. Basta caminar por una ciudad cualquiera, en mi caso Alicante, para observar cómo poco a poco, los comercios lujosos van dejando sitio a tiendas de todo a cien, los ultramarinos a fruterías tercermundistas, el pequeño comercio va desapareciendo, locales grandes se quedan vacíos durante meses o años, la gente viste peor, lo que va envejeciendo no se renueva, la suciedad es más palpable, hay más pobres pidiendo por la calle, hay una impresión generalizada de declive constante. La decadencia se va acelerando. Puede que sea la constatación de que la clase media va desapareciendo y va aumentando la pobreza al tiempo que unos pocos muy ricos son cada vez más ricos. Mientras tanto no cesan de llegar pateras con inmigrantes ilegales, unos 50.000 en lo que va de año. El 99% jóvenes varones, ni mujeres ni niños, solo hombres. Seguramente vienen en busca de un mundo mejor pero es muy probable que contribuyan a acelerar el deterioro. En fin, solo son disquisiciones sin ninguna base científica. Puede que mis impresiones sean consecuencia de mi provecta edad. O puede que no. Puede que todo se vea según el color del cristal con que se mire y puede que el mío esté algo empañado. A saber.

lunes, 2 de octubre de 2023


 

Unión vs separación

 

En los años sesenta del siglo pasado Alemania todavía andaba recuperándose de las heridas de la guerra. La derrota la dejó arrasada y la dividió en dos países, uno cayó en la órbita de occidente y el otro en la soviética. Por esas fechas Yugoslavia era un estado grande que tenía voz en el mundo, durante la Guerra Fría promovieron el Movimiento de Países No Alineados, una asociación que quería ser equidistante entre los dos bloques.

En 1980 falleció el mariscal Tito, había gobernado el país desde el final de la Guerra Mundial logrando mantenerlo cohesionado. A partir de su muerte empezaron los problemas entre los territorios que componían el estado y rápidamente se enfrentaron en una terrible guerra que se prolongó durante diez años y causó 200.000 muertos, varios millones de desplazados, ruina y penurias generalizadas. Las heridas aún no están cerradas y los conflictos perduran con mayor o menor intensidad. El resultado es que lo que era un país grande hoy son seis o siete pequeños países que pintan poco en el concierto internacional. Supongo que eso habrá sido negativo para sus habitantes.

El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. El 28 de ese mes el canciller Helmut Kohl presentó su programa de unidad nacional. El 3 de octubre de 1990 se concluyó la reunificación de los dos territorios en una sola Alemania.

Alemania después de esa reunificación se ha convertido en un país de 85 millones de habitantes que está a la cabeza de Europa e impone su voluntad a los demás países del continente. Sin duda eso será positivo para sus habitantes.

A principios de los setenta hice un viaje en coche por la antigua Yugoslavia. Recuerdo que al acercarnos a una ciudad vimos una señal anunciando su proximidad, el nombre de la misma había sido corregido con pintura para cambiarlo por otro parecido. Nos hizo mucha gracia: “como en España”, dijimos. Sí, aquí ya se había iniciado ese afán de algunos lugareños en marcar lo que consideran sus territorios.

En Yugoslavia el proceso de desintegración fue muy rápido. Aquí está siendo lento pero sostenido. En la fauna política nacional no se vislumbra ningún Helmut Kohl que capitanee una unión sólida y sostenida, solo se ven petimetres provincianos que aspiran a ser líderes de pequeños paisitos insignificantes, débiles y vulnerables. Para colmo tenemos al mando, ahora en funciones, a un tipo sin escrúpulos, un mentiroso compulsivo, un tramposo, un felón que ha encontrado en los separatistas a sus socios ideales. No los ha encontrado por casualidad u obligado por las circunstancias, los ha encontrado porque los ha buscado y está encantado con ellos porque sirven a sus planes.

España se desliza por la misma pendiente que la antigua Yugoslavia. Mientras la mayoría nos limitamos a contemplar asombrados los acontecimientos, unos pocos se dedican a empujar pendiente abajo.

Es posible que nuestros descendientes tengan que vivir en algún pequeño país gobernados por algún petimetre.

miércoles, 20 de septiembre de 2023


 

Don Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano (1795-1861), dramaturgo, poeta, pintor, historiador y estadista, es más recordado como Duque de Rivas.

En su poema “Un castellano leal” clama:

“No profane mi palacio

un fementido traidor

que contra su rey combate

y que a su patria vendió.”

Parece como si los versos estuvieran dedicados a quién hoy ocupa La Moncloa.

Fementido: Que no tiene fe ni palabra. Que es engañoso o falso.

Traidor: Que comete traición, conjunto de actos en contra del país al que pertenece. Que defrauda a la gente que le otorgó su confianza haciendo lo contrario de lo que se había comprometido.

Contra su rey combate: Desde el primer día intenta menospreciar, ningunear, puentear, soslayar la autoridad del rey seguramente persiguiendo su sueño de ser el primer presidente de la República de los pueblos ibéricos o como quiera que se haya imaginado el nombre para esa ensoñación.

Que a su patria vendió: La está vendiendo en cómodos plazos a los que no quieren ser españoles, sus socios.

Si creyera en milagros pensaría que las urnas le han dado la milagrosa posibilidad de hacer lo que está haciendo. Milagroso es que el recuento de los votos determinara que ganaran los otros pero que no pudieran gobernar. Un milagro que perdiendo él pudiera gobernar reuniéndose con todos los otros perdedores. Más milagroso todavía que necesitara incluso los votos del perseguido por la justicia, por lo que no tiene más remedio que concederle la amnistía, por supuesto por el bien mayor de la gobernabilidad del país. Que para ello el rey tenga que desdecirse de todo lo que dijo en su discurso después del golpe de 2017 no solo no es enojoso o perturbador sino que contribuye milagrosamente a su recurrente ofensiva, a su constante menosprecio. Todo resulta muy milagroso. Tanto más cuando hace siglos que ya no se producen milagros.

miércoles, 6 de septiembre de 2023


 

Una victoria pírrica.

Epiro fue un reino situado al norte de la actual Grecia entre los siglos V y II a.C. Pirro fue su rey desde 307 a 272 a.C. Considerado uno de los grandes generales de la antigüedad se pasó la vida batallando. Se enfrentó dos veces a la poderosa Roma venciendo en ambas ocasiones pero a costa de enormes pérdidas de sus propias fuerzas. Después del primer triunfo parece que dijo: “Otra victoria como esta y tendré que regresar a Epiro solo”. Tras el segundo éxito fue aún más concluyente: “Otra victoria como esta y estaré vencido”.

Después de aquello pasó al acervo popular la expresión obtener una “victoria pírrica” cuando el logro no ofrece la satisfacción esperada.  

Pirro murió como era natural batallando, aunque de una manera no muy gloriosa. Se encontraba luchando en el interior de la ciudad de Argos cuando al parecer una señora de edad avanzada le lanzó una teja desde una terraza que le impactó en la cabeza y le derribó del caballo quedando inconsciente. Un soldado enemigo aprovechó el momento para cortarle la cabeza.

Afortunadamente en nuestra sociedad esa costumbre ancestral de cortar las cabezas se ha ido perdiendo aunque sigue presente en otras zonas del planeta. Estoy hablando de cortar físicamente pero entre nosotros se sigue practicando la amputación metafórica.

Estos días atrás hemos tenido una representación paradigmática de lo que es una victoria pírrica. Es difícil encontrar una victoria que haya sido más demoledora para los victoriosos. Sin ninguna duda, si pudieran rebobinar, los afectados preferirían haber perdido la final del campeonato de fútbol femenino, incluso por goleada. Si hubieran sido derrotados nada de lo que pasó hubiera sucedido. Ni el obsceno gesto de agarrarse los escrotos en el palco, ni el beso consentido o no, ni el escándalo planetario, ni las miles de horas de recriminaciones en los medios. Todos los personajes implicados continuarían tranquilamente con sus vidas, con sus chanchullos más o menos consentidos, con sus virtudes y defectos, con sus aptitudes y sus incompetencias. Incluso a lo mejor se les hubiera generado a todos y todas un fuerte deseo de ganar la próxima vez. Y ese sentimiento es muy positivo.

Ya nada de eso es posible, al entrenador ya le han cortado la cabeza, metafóricamente, y al presidente andan buscando el modo de hacerlo, al parecer con cuidado por si acaso tiene material sensible de sus antiguos conmilitones, las jugadoras no han podido disfrutar con serenidad y alegría su sufrida victoria, y no parece que toda esta historia haya sido muy beneficiosa para el fútbol femenino en general.  

El que le cortó la cabeza a Pirro se supone que era un enemigo, pero a saber. 

 

jueves, 27 de julio de 2023


 

Jacques Dutronc es un cantante francés que obtuvo varios éxitos en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado. En 1966  sacó el tema “Et moi, et moi, et moi”, donde ironizaba sobre sus pequeños problemas personales frente a la enorme cantidad de gente que habitaba el mundo. Hoy tiene 80 años y las cifras que mencionaba en su canción han cambiado sustancialmente. La letra decía: 700 millones de chinos y yo, y yo, y yo; hoy, 57 años después, son 1.400 millones. Decía: 80 millones de indonesios y yo, y yo, y yo; hoy son 280 millones. Decía: 3 o 400 millones de negros (en aquellos años aún se llamaba negros a los subsaharianos); hoy suman unos 1.200 millones. Decía: 50 millones de vietnamitas y yo, y yo, y yo; hoy son 100 millones, a pesar de haber sufrido una terrible guerra.

En total en los años sesenta del siglo pasado vivíamos en el mundo unos 3.000 millones de personas. Hoy, seis décadas después, somos 8.000 millones en el planeta. En España vivíamos por entonces 32 millones, si hubiéramos seguido la proporción mundial hoy seríamos 85 millones, pero somos 47 millones y eso gracias a ocho o diez millones de inmigrantes que han venido a vivir con nosotros. Siguiendo esa tendencia es posible que para finales de este siglo los españoles en particular y los europeos en general nos habremos diluido en otras culturas más dinámicas, vitalistas y prolíficas.

jueves, 13 de julio de 2023


 

La derrota de Europa.

En 1850 la población mundial alcanzó los mil millones de habitantes. En 1930 llegó a los 2.000 millones. En 1960 se sobrepasaron los 3.000 millones. Hoy, en 2023, ya andamos por los 8.000 millones.

En 1967, un informe de la OCDE, "Population Control and Economic Developement", establecía tres supuestos de crecimiento de la población mundial para el año 2050. Estos eran, 7.000 millones para la variante baja, 9.000 millones para la media, y 11.000 millones para la alta. La primera variante la hemos superado con creces casi treinta años antes. Las últimas previsiones se corrigieron y ahora anuncian que alcanzaremos los 9.000 millones, la variante intermedia, para el 2030. A este ritmo es previsible que superaremos con amplitud la variante más alta, la más pesimista, en el 2050. En apenas 200 años la población mundial habrá crecido en más de 10.000 millones de seres. ¿Cuánto más puede aumentar?

Este crecimiento desorbitado no está regularmente repartido por el planeta. Naciones Unidas prevé que en 2050 la mitad de la población mundial estará concentrada en tan solo 9 países y 5 serán africanos. Según esas previsiones, Nigeria, que actualmente ocupa la séptima plaza y es el único país africano entre los diez primeros, pasará a ocupar el tercer lugar, desbancando a Estados Unidos. Los restantes serán China, India (14% de población musulmana), Pakistán (95% de musulmanes, más de 1.000 mujeres asesinadas “por honor” cada año, según la Pakistan´s Human Rights Commission), República Democrática del Congo (mayoritariamente cristiana), Etiopía (33% de musulmanes), Tanzania (35% de musulmanes), Estados Unidos, Indonesia (90% de musulmanes), y Uganda (mayoritariamente católicos).

En nuestros días, en Bangladés (90% musulmanes), el país con mayor densidad de población del mundo, el 60% tiene menos de 25 años. En contraste, los países europeos no hacen más que envejecer. En 2050, uno de cada tres europeos tendrá más de 60 años, mientras en América Latina y Asia la proporción será del 25%. En España el grupo de los menores de 25 no llega al 30%, siendo ya de un 23% el de mayores de 60 años.

En Egipto (90% de población musulmana) se producen cada año más de 2,5 millones de alumbramientos, en términos proporcionales cuatro veces más que la media de los países occidentales. En España el promedio de hijos por mujer es de 1,2. Las cifras son similares en el resto de países de la UE. En muchos países africanos pasa de 6.

Se está produciendo desde hace décadas una explosión demográfica en unos países mientras en otros los nacimientos no alcanzan a reemplazar las defunciones. Los distintos sistemas sociales y de ámbito cultural no hacen más que incrementar las diferencias. En países con sistemas de pensiones deficitarios o inexistentes, el tener muchos hijos da una cierta esperanza de sustento para la vejez. En España es justo lo contrario, durante los años de crisis, muchos ancianos, con sus pensiones, han tenido que amparar a sus hijos y nietos. También afecta significativamente a la tendencia la distinta forma de enfrentar el aborto. El Islam es contrario al aborto, en ese sentido no se diferencia del cristianismo, la diferencia está en que en la inmensa mayoría de los países musulmanes se respetan los preceptos religiosos, mientras que en los occidentales no, y el aborto se considera un derecho. Mientras “nosotras parimos, nosotras decidimos”, en otras culturas deciden tener cinco, siete, o nueve hijos. El 97% de los abortos practicados en España, más de 100.000 al año (más de un millón en el conjunto de la UE), se hacen bajo el supuesto de protección de la salud psicológica de la madre. Estas cifras inciden poderosamente en el descenso de la natalidad en Europa.

Los países más pobres son los que más crecen en población, mientras los más ricos se estancan. En ese contexto el trasvase de personas hacia los países con más oportunidades es inevitable por muchos muros que se levanten. En Europa está pasando desde hace décadas y se ha acelerado dramáticamente en los últimos años.

Los primeros emigrantes que empezaron a llegar poco después de la Segunda Guerra Mundial, perdían en gran manera el contacto con sus países de origen y se veían obligados a integrarse en su nuevo lugar de residencia intentando adaptarse a sus usos y costumbres. Los que llegan ahora, debido a internet y la globalización, pueden permanecer en constante contacto con los países de procedencia, no tienen ninguna necesidad de cambiar sus hábitos ni su modo de vida. Pueden residir en un sitio y actuar como si estuvieran en otro. 

La inmigración masiva, siendo en sí misma un problema, se agrava hasta límites insostenibles cuando los que llegan no se integran ni se adaptan a las costumbres del país de acogida, sino que, o bien se aíslan en guetos donde viven de modo muy similar a sus países de origen, o bien pretenden imponer su modo de vida a la sociedad que les acoge. Estos colectivos son más vulnerables a las crisis por educación, idioma, relaciones familiares, etc, y ello genera, por comparación, una disposición a la revuelta. Son terreno propicio para prender la llama de la radicalidad y la violencia. La juventud está siempre dispuesta a comportamientos extremistas, y en juventud los inmigrantes ganan por goleada. Los dramáticos sucesos de hace pocas semanas en Francia son una muestra evidente.

Según el sociólogo alemán Gunnar Heinsohn, los hombres de entre quince y treinta años conforman la parte más violenta de cualquier sociedad. Una sociedad sobrecargada de gente joven tiene muchas probabilidades de sufrir episodios violentos. Los jóvenes tienen gran dificultad para hallar un sitio de prestigio en la sociedad y buscan otras alternativas, que suelen ser de tipo violento.   

Muchos de los jóvenes desarraigados que pueblan las grandes urbes europeas se sentirán en mayor o menor medida próximos a los que perpetran atentados contra intereses occidentales y desearán emularlos.

Cada vez que se produce un atentado, cada vez con más frecuencia, en suelo europeo, los noticiarios dicen que los terroristas son belgas, o franceses, o ingleses. No es cierto, son extranjeros con pasaporte de algún país de la UE. Aunque hayan nacido aquí, son más extraños al sentimiento europeo que cualquier otro que nunca haya pisado Europa. Odian y desprecian todo lo que representa el modo de vida de un europeo, o un occidental. Sus valores son otros. Durante años han ido rumiando el odio al entorno en el que viven.

En los años 30 del pasado siglo no todos los alemanes eran fanáticos nazis, pero la mayoría se dejó arrastrar, o se puso de perfil, o comprendió, toleró o amparó a los asesinos nazis. No todos los rusos era fanáticos estalinistas, pero la mayoría se dejó arrastrar, o se puso de perfil, o comprendió, toleró o amparó a los asesinos estalinistas. Podemos decir lo mismo de lo sucedido en China, en Japón, en Ruanda, o en Camboya. La mayoría de sus habitantes querrían la paz, pero eso no impidió que se produjeran millones de muertes. Huelga decir que la mayoría de los musulmanes son pacíficos y lo que desean es vivir en paz, pero unos pocos fanáticos asesinos pueden arrastrar a muchos miles de prosélitos, mientras otros cientos de miles de pasivos congéneres se dejarán arrastrar, o se pondrán de perfil, o comprenderán, tolerarán o ampararán la violencia. Nos lo enseña la historia una y otra vez. Y otra. Y otra. El ser humano es así.

Todos los pueblos tienen señas con las que se identifican, idioma, cultura, religión, modo de vida, costumbres, gastronomía, forma de vestir, aspecto físico, y un sinfín de características que, si lo desean o lo necesitan, les sirve para agregarse a unos colectivos y separarse de otros. Las minorías violentas apelan a esas diferencias para seducir a las mayorías y suelen tener un éxito rotundo.

Europa se ha ido llenando de inmigrantes que buscaban una vida mejor que la que padecían en sus lugares de nacimiento. Los que se han integrado han contribuido a enriquecer a la sociedad, siempre la unión y la fusión son enriquecedoras. Los que no se han integrado han generado un grave problema. Viven entre nosotros pero no conviven. El rechazo engendra odio y el odio agresividad y venganza. “Es triste condición humana que más se unen los hombres para compartir los odios que para compartir un mismo amor”, decía Jacinto Benavente. Y odiar significa sentir asco por la simple existencia del otro, desear eliminarlo. Si además eliminar al otro está premiado con el Paraíso ¿cómo se puede detener esta deriva? El virus del odio se extiende muy deprisa y no tenemos vacuna.  

El primer síntoma de la decadencia de una civilización es la demografía. Una sociedad que no es capaz de crecer está condenada a desaparecer, por simple extinción, o por asimilación de otra más prolífica.

Europa ha sido invadida por una civilización más joven y dinámica, resuelta a imponer sus costumbres y su modo de vida. Dispuesta a reemplazar a la civilización existente. No es una cuestión de asimilación o integración. Es una cuestión de sustitución. 

Es un comportamiento cuanto menos incongruente, y desde luego violento y agresivo. Para entrar en un club se necesita una invitación o pagar una entrada. Y una vez dentro hay que respetar las normas establecidas. Si no te gustan es mejor quedarse afuera o buscar otro club. Lo que no parece de recibo es entrar sin que te inviten y encima pretender cambiar las normas.

Es muy duro emigrar, dejar atrás tu tierra, tus vivencias, tu entorno, para empezar de cero en un sitio nuevo. Pero si emigras a otro lugar es porque piensas que vas a vivir mejor, porque has decidido que en ese nuevo lugar las condiciones son más favorables que las que dejas atrás. Si al llegar a él, pretendes que la situación se equipare a la que abandonaste, ¿para qué hacer el viaje? La razón última no queda clara.

Es muy duro emigrar, pero hay una forma de emigración que no necesita desplazamiento. Se puede emigrar sin moverse del sitio. Se pueden perder la tierra, las vivencias, la cultura, las tradiciones, estando quieto, inmóvil. Basta con no hacer nada. Es suficiente con olvidarse del esfuerzo que costó a nuestros antepasados legarnos un lugar donde vivir. O lo que es peor, renegar de esa herencia.

Basta con mirar para otro lado, dudando de nuestras esencias, y confiando de un modo irracional en que no existe un problema, y que en caso de que existiese se va a arreglar solo. Si persistimos en ese camino, habrá que contemplar la posibilidad de que nuestros descendientes se vean obligados a vivir en algún tipo de exilio interior. 

La Europa que conocemos, o que hemos conocido, se está yendo por el sumidero de la historia. Una sociedad que no es capaz de crecer está condenada a desaparecer, por simple extinción, o por asimilación de otra más prolífica. En España llevamos dos años con más defunciones que nacimientos, y el 20% de los recién nacidos son hijos de madres inmigrantes. El año pasado nacieron 400.000 niños. En Argelia, con un 20% menos de población, nacieron 1, 2 millones. Al mismo tiempo aquí se perpetraron 100.000 abortos en el año. El orgullo cada vez más imperante tampoco ayuda mucho a mejorar las cifras. Según Naciones Unidas en 2050 la mitad de la población mundial estará concentrada en tan solo 9 países y 5 serán africanos. Ahora mismo, en Holanda y Bélgica más de la mitad de los que nacen son hijos de madres musulmanas. ¿Quién va a resistir ese asalto? No es una cuestión de asimilación o integración. Es una cuestión de sustitución. 

jueves, 25 de mayo de 2023

Cuba y el Maine.

 


El 8 de agosto de 1897 el Presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Cánovas, estaba pasando unos días de descanso en el balneario donostiarra de Santa Águeda. Leía tranquilamente la prensa sentado en un banco cuando se le acercó por detrás un hombre joven que se alojaba en el establecimiento. Cuando estuvo a un par de metros, sacó de su bolsillo un revolver y le disparó al pecho y a la cabeza. El político cayó al suelo y el asesino lo remató con un tercer tiro. Después se quedó quieto, esperando que lo detuvieran. Cuando lo interrogaron alegó que había cometido el magnicidio para vengar la muerte de sus compañeros anarquistas fusilados algún tiempo antes en Barcelona.

El asesino resultó ser Michelle Angiolillo, un anarquista italiano que teóricamente actuó solo, movido por un sentimiento de venganza. Se le sometió a un juicio sumarísimo y fue condenado a muerte y ajusticiado con garrote vil doce días más tarde, en la cárcel de Vergara. Cuando se investigó su pasado se supo que tenía relaciones con grupos cercanos al doctor Betances, un conocido defensor de la insurrección cubana. Cánovas era el más firme defensor de la españolidad de Cuba y el máximo sostén del general Weyler y su dura línea de actuación. Se había comprometido en defender la presencia de España en la isla “hasta el último hombre y la última peseta”. ¿Cui prodest?

En octubre la Reina regente María Cristina encargó formar nuevo gobierno a Práxedes Mateo Sagasta. Se constituyó el día 4, y en el primer Consejo de Ministros, el día 6, se planteó el cese de Weyler y la concesión de la autonomía a la isla. El 9 de octubre fue destituido sin poder completar la recuperación del territorio.

El general Blanco, sucesor de Weyler, llegó a la isla el día 31. Inmediatamente cambió la política implantada hasta entonces por su antecesor. Las instrucciones del Gobierno eran intentar pacificar a toda prisa el país o al menos atemperar los violentos métodos de combate empleados por Weyler, para calmar las cada vez más agresivas advertencias de los Estados Unidos. El 25 de noviembre se otorgó una Constitución autonomista a Cuba con la esperanza de que la medida apaciguara la rebelión, pero la medida llegaba demasiado tarde. Los mambises no tenían ya más que un objetivo, la independencia.

A raíz de un altercado en La Habana el cónsul Lee aprovechó para exigir a su gobierno una intervención más comprometida. El diplomático era sobrino del famoso general sudista de la Guerra de Secesión, y tan beligerante como su tío. Alegó que la situación se había vuelto tan inestable que las autoridades no eran capaces de garantizar la seguridad de los súbditos americanos y de sus intereses, y que se hacía necesaria la presencia de al menos algún barco de su armada. El presidente McKinley se apresuró a declarar fracasada la autonomía. No se le podía acusar de premioso, esa declaración la hizo a los ¡once días! de su implantación. A la solicitud de Lee respondió situando en los cayos de las Tortugas, a cuatro horas de navegación a Cuba, una armada compuesta por 4 acorazados, 6 cruceros y 5 torpederos. Al mismo tiempo anunció el envío a La Habana del acorazado “Maine”, en visita de “cortesía”.

Solo unos días más tarde, la noche del martes 15 de febrero, se iluminó el cielo sobre el puerto, el Maine se convirtió en una antorcha monstruosa, hierros, maderos, trozos del casco y la cubierta volaban por los aires en todas direcciones, decenas de cuerpos se debatían en las aguas pidiendo auxilio.

El barco se escoró por estribor y se hundió en las lóbregas aguas. El miércoles 16, se enterraron los primeros 19 cadáveres rescatados la noche anterior. El agobiante calor no permitía disponer del tiempo necesario para intentar identificar los cuerpos y hubo que darles sepultura sin el pertinente reconocimiento. A media tarde apareció el último ser que se pudo rescatar con vida del fárrago de restos humeantes, el gato Tom, mascota de la tripulación del barco.

La explosión había provocado 266 muertos, todos marineros rasos salvo dos oficiales. El capitán y los mandos principales habían resultado ilesos. Enseguida unos calificaron el trágico suceso de accidente y otros de atentado. La prensa norteamericana se apresuró a acusar a las autoridades españolas de la destrucción del barco. El suceso hizo saltar por los aires los escasos puentes de diálogo que quedaban.

Hasta ese momento la guerra había costado la vida a más de 100.000 hombres jóvenes. Una mínima parte, menos del diez por ciento, caído en batallas, la inmensa mayoría a causa de enfermedades, fiebre amarilla, paludismo, viruela, desnutrición, agotamiento… solo uno de cada diez por acciones de guerra. Nueve de cada diez jóvenes en la flor de la vida no fueron a combatir, fueron directamente a morir, algunos enfermaban a las pocas horas de llegar. Solo la fiebre amarilla se llevó a más de 12.000. Por eso decían que los mejores generales de la revolución eran el general Trópico y el general Manigua.

A primeros de abril de 1898, el cónsul Lee aconsejó a los súbditos norteamericanos que fueran evacuando la isla.

En ese momento el ejército español contaba con más de 200.000 mil hombres de los que 30.000 estaban enfermos de paludismo, viruela, agotamiento o desnutrición. También los insurrectos caían enfermos aunque en mucha menor medida. Para entonces la guerra ya había costado la vida de más de 100.000 hombres y 1.300 millones de pesetas. La inmensa mayoría de las muertes habían sido por enfermedad. Unos 30.000 habían sido repatriados al declararlos inútiles para el servicio, volvían en tan malas condiciones que muchos morían durante la travesía y tenían que ser arrojados al mar. Los tiburones seguían la estela de los barcos para alimentarse con los cadáveres.

Por su parte, la prensa de Estados Unidos intensificaba la campaña de acusación contra el salvajismo del ejército, y el gobierno español se veía obligado a emitir desmentidos continuamente. Los jingos partidarios del enfrentamiento armado eran conscientes de que la insurrección se iba debilitando por momentos y podía concluir en poco tiempo, por lo que intentaban acelerar al máximo la intervención directa de su ejército.

Acabando el siglo XIX la población cubana era de 1.600.000 habitantes. 200.000 españoles peninsulares, 800.000 cubanos blancos, criollos, 500.000 negros ex esclavos, algunos miles de chinos y otras minorías.

El 10 de abril, el gobierno de Sagasta, cada vez más presionado por el americano, ordenó al General Blanco establecer una suspensión unilateral de hostilidades para contentar una demanda de Estados Unidos.

El gesto de buena voluntad no sirvió para nada, el presidente McKinley ya había solicitado poderes al Congreso “para establecer en la isla un gobierno fuerte capaz de mantener el orden y de cumplir los deberes internacionales, garantizando la paz y la seguridad de sus ciudadanos, así como los de los nuestros”. No hacía ninguna mención a la independencia de la isla. El día 20 lanzó un ultimátum a la nación española, “…el Gobierno de los Estados Unidos exige que el Gobierno de España renuncie inmediatamente su autoridad y gobierno en la isla de Cuba y retire del territorio de esta y de sus aguas sus fuerzas militares y navales”. “Si a las doce del mediodía del próximo sábado 23 de abril, el Gobierno de España no ha ofrecido una completa y satisfactoria respuesta a esta demanda, en términos tales que la paz quede garantizada en la isla, el Presidente procederá a usar, sin posterior aviso, el poder que le han concedido y en los términos que sean necesarios para surtir efecto”. 

Quedaba trágicamente patente que la autonomía promulgada en enero no había servido para nada ni había contentado a nadie. No contentó a los peninsulares residentes, ni fue suficiente para los insurgentes que solo querían la independencia, ni sirvió para evitar la intervención de los Estados Unidos.

El 22 de abril ya había barcos norteamericanos bloqueando el norte de la isla, el 23 doce buques se instalaron frente a La Habana, aunque alejados de las baterías del Morro. El general Blanco informó del estado de guerra publicando un llamamiento a las armas en la Gaceta de La Habana.

El 27 de abril los americanos bombardearon Matanzas, el 29 Cienfuegos y el 30 intentaron un desembarco en Cabañas, en la provincia de Pinar del Río, que fue rechazado.

El 1 de mayo la escuadra española de Filipinas fue destruida en Cavite.

El día 7 el parlamento autónomo insular presentó una denuncia de agresión por las acciones emprendidas por Estados Unidos con el pretexto de liberar al pueblo cubano, aduciendo que el pueblo ya era libre.

El Papa León XIII intentó mediar para evitar la guerra, y lo mismo hicieron las grandes potencias, Rusia, Francia, Gran Bretaña, Italia, Austria-Hungría, y Alemania, pero todos los intentos de apaciguamiento fueron inútiles, Estados Unidos había puesto su maquinaria bélica a funcionar y no tenía ninguna intención de detenerla. Había iniciado su hegemonía mundial.

Tras la destrucción de la de Filipinas todas las esperanzas se pusieron en la flota que comandaba el Almirante Cervera, prestigioso marino, pero nadie sabía dónde estaba. Unos decían que se dirigía a Filipinas, otros, que iba hacia Cuba, los más optimistas, que iba hacia las costas americanas a bombardear sus ciudades. Los pesimistas aseguraban que, ya en camino, había dado media vuelta y regresaba a Cádiz para proteger las costas españolas de un posible ataque americano. Pero ¿dónde estaba en realidad?

La realidad era que la escuadra estuvo varios días en Cabo Verde esperando órdenes del Gobierno, o mejor dicho, intentando que se modificaran las órdenes recibidas. Cervera estaba convencido de que sus vetustos barcos no tenían ninguna posibilidad en un enfrentamiento con los modernos buques norteamericanos y trató por todos los medios de persuadir con datos e informes de la insensatez de encarar un combate en mar abierta. Llevaba ya más de dos años alertando de la insuficiencia técnica y armamentística de sus buques sin conseguir que nadie en el gobierno hubiera emprendido alguna acción para paliarlas. El 2 de abril, en carta al ministro de Marina, reiteraba las consideraciones que ya había hecho anteriormente sin resultado alguno:

“Mis temores se realizan porque el conflicto se aproxima en tren expreso y el Colón no tiene sus cañones gruesos; el Carlos V no está recibido y le falta la batería de 10 cm; al Pelayo le falta terminar el reducto y me parece que la artillería mediana; la Victoria está sin artillería y de la Numancia no hay que hablar”. Y añadía: “Insensato sería negar que lo que racionalmente podemos esperar es la derrota, que nos haría perder la isla en las peores condiciones”.

En otro escrito del 6 de abril, el Almirante reclamaba un plan de acción solicitado ya dos meses antes sin haber obtenido respuesta, “interesa, y mucho, tener pensado lo que se ha de hacer, para no andar con vacilaciones, si llega el caso, sino obrar rápidamente con medidas que puedan ser eficaces, y no ir, como el famoso hidalgo manchego, a pelear con los molinos de viento, para salir descalabrados”.

Por su parte, los gobernadores de Cuba y Puerto Rico no cesaban de apremiar al ministro de Ultramar para que les enviaran la escuadra que suponían, ignorantes de su estado real, iba a defender sus costas con garantía.

Ajenos a las fuertes prevenciones del Almirante y sus mandos más próximos, los diarios y revistas españoles mantenían una exaltada campaña de incitación a la guerra, aduciendo una supuesta superioridad de nuestras fuerzas ante un enemigo bisoño e inexperto en esas lides. Todos los periódicos exhibían artículos de opinión triunfalistas, poemas satíricos y grabados que intentaban ridiculizar la capacidad militar y logística de la nación americana. Influenciada por ese impostado optimismo, la gente en la calle respiraba un aire de victoria fácil, los curas aprovechaban los púlpitos para arengar a los fieles, y hasta los toreros se sumaban al generalizado ardor bélico. El Guerra, en una plaza abarrotada y entregada, brindó al público uno de sus toros con estas palabras: “Yo no quisiera otra cosa, sino que se volviera yanqui el toro que voy a matar”.      

El Blanco y Negro, publicaba: “es injusto con los cerdos a los yanquis comparar, porque el cerdo es provechoso y el yanqui perjudicial”.

Finalmente Cervera recibió la orden definitiva:

“Como Canarias está perfectamente asegurada y conoce V.E. telegramas de Washington  sobre salida próxima de Escuadra volante, salga con todas las fuerzas para proteger la isla de Puerto Rico, que está amenazada, siguiendo derrota que V.E. se trace, teniendo presente la amplitud que las instrucciones le conceden y que le renuevo”.

A esta orden, taxativa e imprecisa, contestó Cervera con una larga carta llena de reproches a los que la habían formulado.

“La sorpresa y estupor que ha causado a todos estos Comandantes la orden de marchar a Puerto Rico, es imposible de pintar, y en verdad, tienen razón, porque de esta expedición no se puede esperar más que la destrucción total de la Escuadra, o su vuelta atropellada y desmoralizada…”

Hacía una extensa consideración de todas las peticiones que había realizado para mejorar los barcos sin obtener la menor respuesta, y concluía: “Presumo que ya es tarde para nada que no sea la ruina y desolación de la Patria… y ya no le molesto más, considero ya el acto consumado, y veré la mejor manera de salir de este callejón sin salida”.

El enfrentamiento se produjo el 3 de julio frente a la bahía de Santiago.

Toda la escuadra de Cervera quedó destruida en 4 horas de combate.

La cifra de bajas de la rápida contienda fue:

Españoles: 350 muertos, 160 heridos, y 1.670 prisioneros.

Norteamericanos: 1 muerto y 2 heridos.

La guerra entró en su fase terminal. En España se sucedían las manifestaciones, unas de fervor patriótico y otras exigiendo el fin de las hostilidades y el sufrimiento de los pobres soldados. El Gobierno de Madrid ya solo estaba preocupado por alcanzar rápidamente una paz lo más honrosa posible, pero el de los Estados Unidos se veía en una posición de fuerza absoluta que no estaba dispuesto a soslayar.  El 30 de julio dieron a conocer sus exigencias: España debía renunciar a todos sus derechos sobre Cuba, ceder Puerto Rico y todo lo que poseía en las islas occidentales a los Estados Unidos, y entregar el puerto y la bahía de Manila; el resto del archipiélago quedaba en suspenso, pendiente de futuras negociaciones.

El 4 y 5 de agosto el gobierno de Sagasta se reunió con los mandos militares más importantes para consultarles sobre la actitud a adoptar. De trece generales y almirantes consultados, tan solo dos, Romero Robledo y Weyler, se mostraron contrarios a aceptar las condiciones impuestas por el enemigo y apelaron a continuar la guerra, el resto decidió que había que plegarse al ultimátum.

El 12 de agosto se firmó el protocolo de paz en el que España renunciaba a sus derechos sobre Cuba, cedía la isla de Puerto Rico y las demás islas de las Indias Occidentales bajo soberanía española, más una isla en las Ladrones que sería escogida por los EE.UU., y accedía a que estos ocuparan y conservaran la ciudad, la bahía y el puerto de Manila en espera de la conclusión de un tratado de paz que determinaría la intervención definitiva. España se veía obligada a la evacuación inmediata de Cuba, Puerto Rico, las demás islas y Manila, quedando por dilucidar el resto de Filipinas. En el documento firmado los vencidos se comprometían a abandonar las islas “inmediatamente”.

De hecho, ya había empezado la retirada el día 10. Ese día, el vapor Alicante zarpó de Santiago con los primeros soldados repatriados. Los hombres, después de muchos meses de dura lucha y, tras la rendición, de varias semanas internados en campos de concentración en condiciones lamentables, estaban heridos, enfermos, y al borde de la extenuación. Muchos de los evacuados ni siquiera consiguieron volver a ver sus casas ni sus seres queridos. De los mil que subieron al barco, sesenta murieron durante la travesía. Sus cuerpos fueron arrojados al fondo del océano.

El 1 de enero de 1899, el general Jiménez Castellanos, que había sustituido a Blanco, hizo entrega del gobierno de la isla al comandante John R. Brooke.

A las doce en punto se inició la ceremonia con un primer cañonazo que retumbó en el Morro. Le siguieron otros 20 y al terminar se arrió la bandera española. Habían pasado cinco siglos desde que Colón llegara a la isla en su primer viaje y, al desembarcar en la bahía de Bariay, exclamase: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás”.

La duda sobre las causas de la destrucción del Maine siguió planeando durante décadas. En 1975 un equipo de expertos dirigido por el almirante Hyman Rickover, creador de la marina de guerra nuclear, concluyó que la explosión había sido interna y que quizá los oficiales no obraron con las debidas cautelas. A buenas horas mangas verdes.


sábado, 20 de mayo de 2023

La expulsión de los moriscos del Reino de Valencia.

 


Cuando los Reyes Católicos culminaron la Reconquista con la Toma de Granada y el destierro de Boabdil firmaron unas capitulaciones en las que se ofrecía a la población musulmana la posibilidad de quedarse en el territorio conservando su religión y sus costumbres. Los que decidieron quedarse pasaron a llamarse mudéjares. Esta situación duró poco tiempo. En 1502 la Corona decretó la conversión forzosa de todos ellos y entonces los musulmanes convertidos pasaron a denominarse moriscos.

Durante el siglo XVI la población morisca la estiman algunas fuentes en unas 350.000 personas para un total de 7.000.000 de habitantes en el conjunto de España, pero en las zonas donde estaban establecidos representaban un porcentaje muy elevado. En el Reino de Granada era del 50% llegando al 100% en las Alpujarras. En el Reino de Valencia un tercio de la población era morisca. En los territorios con mayor concentración de nuevos cristianos no fue fácil la convivencia con los cristianos viejos.  Muchos de estos aseguraban que todos los moriscos eran apóstatas, que andaban en tratos con el Gran Turco, con los moros de Argel y con los piratas berberiscos, que siempre que podían profanaban los templos y destruían las imágenes sagradas, que se mofaban de los sacramentos, que hacían desaparecer a mujeres y niños cristianos, unas veces asesinados y otras vendidos a los piratas, ya para esclavos, ya para engrosar las filas de los infieles. Que no descansaban en sus conspiraciones contra el Rey, bien fuere con sus compinches de la morería, bien con franceses o ingleses.

Se temía su número creciente, se aseguraba que su población no cesaba de aumentar porque se casaban casi niños, porque eran prolíficos, porque no morían en guerras extranjeras ni se recluían en conventos como los cristianos viejos.

Se les acusaba de amancebarse sin pudor, de ser lujuriosos, afectos al fornicio, de reproducirse como la maleza.

Se les inculpaba de herejes, apóstatas y traidores a su rey, se deseaba que abandonaran para siempre las tierras de España.

La animadversión se había ido gestando a lo largo de muchos años y la situación devino insostenible.

Finalmente las autoridades adoptaron una decisión radical.

El 22 de septiembre de 1609 se hizo público el decreto firmado por S.M. el Rey Don Felipe III en el que ordenaba la inmediata expulsión de todos los moriscos del Reino de Valencia.

Se daba un plazo de tres días para que todos fuesen embarcados. Tres días. Bajo pena de muerte. No se les permitía sacar de sus viviendas más que los bienes que pudiesen llevar consigo y se prohibía que al marchar destruyeran sus casas o cosechas.

El Bando era terminante: Su Majestad el Rey, agotadas todas las diligencias y medidas de gracia tendentes a instruir a los moriscos en la Santa Fe, constatando el poco aprovechamiento logrado, su pertinacia en la apostasía, su prodición, y consciente del evidente peligro que de todo ello se infería para sus reinos, habiéndose hecho encomendar a Nuestro Señor y confiando en su divino favor, resolvía que se sacaran todos los moriscos del Reino de Valencia y se echaran a Berbería.  

En consecuencia, ordenaba que todos los moriscos del Reino, así hombres como mujeres con sus hijos, salieran del lugar donde tuvieren sus casas y fuesen a embarcarse en el plazo de tres días para pasarlos al otro lado del mar. Solo se les permitía llevar consigo los muebles que pudiesen sobre sus personas. Los que no cumplieren con lo establecido incurrirían en pena de vida.

A los efectos de asegurar el viaje, las autoridades cuidarían de que no recibieran mal trato, ni de obra ni de palabra, y les proveerían del bastimento necesario para su sustento durante la embarcación.

Pasados los tres días, se autorizaba a cualquiera que hallare algún morisco por caminos fuera de su lugar, a prenderlo, desvalijarlo, y entregarlo a Justicia, o a darle muerte si se defendiera.

Incurrirían en pena de muerte los moriscos que escondieran o enterraran la hacienda que no pudieran llevar con ellos, así como los que prendieran fuego a sus casas o sembrados.

A los que cumplieren con lo ordenado en el Bando, ningún cristiano viejo, ni soldado, podría tratar mal de obra ni de palabra. El que escondiera en su casa alguno de los moriscos, o sus mujeres o hijos, o prestara ayuda para que se ocultasen, sería condenado a seis años de galeras.

Tan sólo se permitía quedar a los que de tiempo atrás considerable vivieren como cristianos sin acudir a las juntas de las aljamas, a los que recibieren el Santísimo Sacramento con autorización de sus prelados, y a los niños menores de cuatro años cuyos padres así lo tuvieran a bien.

El día 23 se leyó el Edicto Real en todos los pueblos, villas, alfoces y caminos. Sólo podían permanecer seis familias de cada cien, entre las más antiguas de cada pueblo, las reputadas como más cristianas, para que instruyeran a los nuevos moradores que vendrían a ocupar las plazas abandonadas.

La evacuación se organizó de inmediato, con singular presteza y competencia.

Desde varias semanas atrás se había comenzado a disponer el plan de expulsión en el mayor de los secretos. Para los efectos se acercaron bajeles de Génova, Nápoles, Sicilia y Portugal. Miles de hombres, mujeres y niños fueron conducidos a los puertos de Vinaroz, El Grao, Denia y Alicante, para ser embarcados en las naves que habían de llevarlos a tierras de Berbería. En pocas jornadas se completaron más de cien galeras y galeones, que zarparon rumbo al África.

Las expulsiones siguieron produciéndose durante las siguientes semanas.

Eran otros tiempos.

¿O no?


El piloto adecuado para un momento crítico

 


El piloto adecuado para un momento crítico.
El 15 de enero de 2009, a las 03,08 p.m., un avión de la compañía US Airways, con 150 pasajeros a bordo, despegó del aeropuerto La Guardia de Nueva York con destino Charlotte, en Carolina del Norte. La visibilidad era buena, el viento suave y la temperatura de 7º C. Todas las variables presagiaban un vuelo sin sobresaltos.
A los pocos segundos de elevarse el avión, una bandada de gansos se cruzó en su trayectoria. Al menos una de las aves fue absorbida por la turbina derecha y el motor explosionó. El comandante de la aeronave tuvo que dilucidar en unos breves segundos cual era la decisión más conveniente. Determinó que los daños provocados en el avión no le permitían regresar a la pista y que la única posibilidad de supervivencia era intentar amerizar sobre las aguas del río Hudson. La operación de amerizaje para una aeronave de las características del Airbus 320 es de extrema dificultad. Si en el momento del contacto con el agua, la velocidad o el ángulo de inclinación no son los adecuados, el avión se hundirá inmediatamente o rebotará en la superficie y saltará en pedazos. El comandante, antiguo piloto de cazas durante la guerra de Vietnam, con cuarenta años de experiencia en la aviación comercial, y experto en seguridad aérea, realizó la arriesgada maniobra con absoluta precisión y logró que el aparato se posara sobre la superficie del río. La tripulación, experimentada y competente, contribuyó a que el pasaje soportara la tensa situación con la adecuada disciplina. Los servicios de emergencia funcionaron con parecida competencia, los 150 pasajeros y todos los tripulantes fueron rescatados sanos y salvos de las frías aguas del río Hudson antes de que el aparato se hundiera en sus profundidades.
No hay ninguna duda de que el comandante John Walker, era la persona idónea para estar a los mandos en una situación de extremo riesgo.
España es un gran avión al que una inmensa bandada de virus le ha quemado un motor. El comandante ni es antiguo piloto de cazas, ni tiene cuarenta años de experiencia, ni es experto en seguridad aérea ni en ninguna otra cosa. Hay incluso quien dice que el título de piloto lo obtuvo de manera incierta. Le encanta volar pero sobre todo le encanta mirarse en el espejo con su gorra de plato y sus gafas de aviador. Los copilotos, directamente lo que desean es estrellar el aparato. Ellos y ellas ya se han provisto de un buen paracaídas para saltar antes del impacto. La tripulación está mal preparada y es incompetente, en vez de atender y calmar al pasaje se dedica a encrespar los ánimos de los cada vez más aterrados viajeros. Los del ala derecha y los del ala izquierda del avión han empezado por insultarse y ya se están lanzando toda clase de objetos sin que nadie contribuya a serenar la situación, más bien al contrario. Hay que ser muy optimista o muy ingenuo para suponer que la nave va a conseguir aterrizar sin sufrir enormes daños.
Ya lo dijo el poeta:
Por razones bien ignotas,
el más prudente mortal
infravalora el gran mal
que origina un simple idiota.
Si el susodicho pilota
un avión descomunal,
es cálculo elemental
que la nave acabe rota.
¡Ay!, ¡gente desprevenida!
Un tonto, lo es para rato;
si ponéis hacienda y vida
en manos de un mentecato,
auguro, no una caída,
¡Un morrón de campeonato!