El
golpe de Estado perpetrado por los separatistas ha puesto a España en su peor
escenario desde la restauración de la democracia. La fractura social que se ha
producido en el noreste del territorio es el hecho más dramático que puede
darse en una sociedad libre y avanzada como la nuestra. Es difícil entender que
unos personajes tan ridículos y mediocres hayan podido arrastrar a las masas al
enfrentamiento con sus conciudadanos, pero ahí están los lamentables
resultados. Costará mucho tiempo, esfuerzo y habilidad, restañar heridas tan
profundas.
No
obstante, de estas circunstancias tan aciagas, podría brotar algo bueno. Newton
nos explicó el principio de acción y reacción: Todo cuerpo que ejerce una
fuerza sobre otro, experimenta una fuerza de igual intensidad en sentido
opuesto. Durante muchos meses, incluso años, solo se ha escuchado la voz de los
separatistas, como si fueran una fuerza hegemónica, como si estuvieran
empujando contra la nada. Ante la ausencia de reacción se han ido creciendo y
han ido actuando cada vez más como el matón de la cantina que tiene a todo el
pueblo amedrentado. Ante su agresividad e insolencia, los que no pertenecían a
la banda, se han limitado a apartarse en silencio. Por lo que se va viendo en
las últimas horas, se ha empezado a producir el inevitable efecto de reacción. La
gente se ha hastiado de tantas mentiras, insultos y vejaciones y ha decidido
poner pie en pared. Ya era hora. Por todo el país se han producido manifestaciones
de apoyo al gobierno y en contra de la fragmentación de nuestra tierra. Espero,
deseo, que de este desafío que nos han planteado, resurja un sentimiento que
estaba adormecido en los últimos años, y que solo aparecía de tarde en tarde al
amparo de algún éxito de la selección de fútbol, para desaparecer a los pocos
días. Me refiero al sentimiento de legítimo orgullo de pertenecer a un colectivo,
a una sociedad, a una nación centenaria que a lo largo de la historia ha
contribuido como la que más al desarrollo de la humanidad. Durante décadas, desde
diversos medios, demasiados, se ha ido produciendo un ataque sistemático a todo
lo que ayudase a representar una idea de nación en la que pudiéramos
reconocernos todos. Empezando, precisamente, por evitar llamar España a España,
para sustituirlo por ese ridículo término de “este país”. Por oscuros motivos
que desconozco, se atacan las tradiciones, la bandera, la cultura, la lengua,
cualquier cosa que represente lo que pudiéramos definir a bote pronto como “español”,
siempre con la amenazante espada de Damocles de definir como “facha” a
cualquiera que presumiera de ser y sentirse simplemente español. En una labor
constante y metódica, se exageran los defectos y se ocultan las virtudes, se ha
resucitado la nefanda y mendaz “Leyenda Negra”, se intenta que nos sintamos
culpables de cualquier contratiempo del pasado, y se procura que nuestro
sentimiento de pertenencia a un colectivo fuerte y definido, se diluya como
mucho en un amorfo y melifluo “ciudadano del mundo”. Se debilita la nación y se
potencian los separatismos para acabar de liquidarla. Mientras los xenófobos nacionalismos
periféricos, con la ayuda inestimable de casi todas las televisiones, nos meten
por los ojos su bandera anticonstitucional a todas horas y en todas partes, esos
mismos medios, nos intentan convencer de que enseñar la nuestra es propio de
fascistas.
Resulta
completamente idiota y patético pretender ningunear una lengua en la que se
comunican más de 500 millones de personas por todo el mundo, y eso es lo que se
está intentando hacer desde hace años en una parte de nuestro territorio, empleando
métodos fascistas.
Se
necesitarían muchos libros para reseñar todo lo que los españoles hemos
aportado al desarrollo de la civilización mundial, a la cultura, a la ciencia,
a las artes y a las letras; en definitiva, a hacer un mundo mejor. Tenemos muchos
motivos para sentir un legítimo orgullo, pero como botón de muestra voy a
señalar un único dato; España es el primer país del mundo en trasplante de
órganos, el primero. Desde hace más de 20 años nuestro país encabeza la lista
de donaciones y trasplantes. Tenemos una tasa de donación de 36 personas por
millón de habitantes, cuando la media europea es de 19. Esto significa dos
cosas, la primera, que somos un pueblo solidario y generoso, que nos esforzamos
por ayudar a nuestros semejantes. La segunda, que tenemos un sistema sanitario
de primerísimo nivel, de los mejores del mundo. En esa conjunción de
generosidad de carácter y desarrollo social y científico florecen nuestras
señas de identidad.
Sería
bonito y hasta poético, que el desafío xenófobo y racista de unos pocos españoles
del noreste nos sirva al resto para despertar nuestra conciencia de país fuerte
y unido. Para que podamos gritar con naturalidad, sin esfuerzo, con sencillez:
¡Viva
España!
No hay comentarios:
Publicar un comentario