sábado, 7 de octubre de 2017

El Calimero xenófobo.

En los años ochenta del siglo pasado se hizo muy popular entre los niños la figura de Calimero, un pequeño pollo que adornaba su cabeza con un trozo de su propio cascarón. La cáscara del huevo que le servía de protección guarda una extraña semejanza con el casquete capilar con que se adorna el President Puigdemont. El pollito se sentía perpetuamente incomprendido por los demás y repetía quejas del tipo de: “esto es una injusticia” o, “los mayores no me entienden”. También el supuesto Honorable insiste en lamentos por las injusticias que dice sufrir, con frases del tipo: “España nos roba” (tiene maldita gracia que la región más rica acuse a las demás de robarle). “Tenemos derecho a decidir” (desde luego, y yo, y el que vive en Burgos, en Plasencia o en Sanlúcar de Barrameda, nos afecta a todos, ya nos está afectando, y todos tenemos que decidir). “Nos queremos ir” (mentira, el que se quiere ir coge la maleta y se va, lo que quieren es que se vayan los que no piensan como ellos).
El casco y las lamentaciones son las únicas semejanzas entre el pollito y el pollo; ya no hay más. El pollito en cuestión era un personaje entrañable que no hacía mal a nadie, y el pollo de carne y hueso es un peligro para la convivencia. Un traidor desleal, que se sirve de su cargo en una institución del Estado para socavar al propio Estado. Un golpista que debería estar ya en prisión. Parafraseando a Blaise Pascal podíamos decir que la política tiene razones que la razón desconoce. ¿Por qué sigue este nefando personaje al frente de la Generalitat después de haberse saltado una y otra vez las normas del Estado que le paga? Cuanto más tarde en ser juzgado mayor será el mal que ocasione.

En las últimas horas ha surgido un movimiento que pretende movilizar a la gente para pedir diálogo y entendimiento entre el gobierno de la nación y el de la autonomía. De entrada equipara a ambos bandos como si tuvieran la misma legitimidad y la misma fuerza, y después propone una especie de entente cordial para evitar males mayores. Eso solo serviría para dar más alas a los golpistas, y permitirles reforzarse para que retornaran a la carga con nuevos bríos dentro de pocos meses, o pocas semanas. A estas alturas de la película ya no puede haber diálogo, no puede haber empate entre el Estado de Derecho y los golpistas xenófobos y fascistas. Tiene que haber un claro vencedor y un completo derrotado que duerma tranquilo los próximos quince o veinte años. Cualquier otro final será una catástrofe para la convivencia en España y en Europa.   

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