En
los años ochenta del siglo pasado se hizo muy popular entre los niños la figura
de Calimero, un pequeño pollo que adornaba su cabeza con un trozo de su propio
cascarón. La cáscara del huevo que le servía de protección guarda una extraña
semejanza con el casquete capilar con que se adorna el President Puigdemont. El
pollito se sentía perpetuamente incomprendido por los demás y repetía quejas
del tipo de: “esto es una injusticia” o, “los mayores no me entienden”. También
el supuesto Honorable insiste en lamentos por las injusticias que dice sufrir, con
frases del tipo: “España nos roba” (tiene maldita gracia que la región más rica
acuse a las demás de robarle). “Tenemos derecho a decidir” (desde luego, y yo,
y el que vive en Burgos, en Plasencia o en Sanlúcar de Barrameda, nos afecta a
todos, ya nos está afectando, y todos tenemos que decidir). “Nos queremos ir” (mentira,
el que se quiere ir coge la maleta y se va, lo que quieren es que se vayan los
que no piensan como ellos).
El
casco y las lamentaciones son las únicas semejanzas entre el pollito y el pollo;
ya no hay más. El pollito en cuestión era un personaje entrañable que no hacía
mal a nadie, y el pollo de carne y hueso es un peligro para la convivencia. Un
traidor desleal, que se sirve de su cargo en una institución del Estado para
socavar al propio Estado. Un golpista que debería estar ya en prisión.
Parafraseando a Blaise Pascal podíamos decir que la política tiene razones que
la razón desconoce. ¿Por qué sigue este nefando personaje al frente de la
Generalitat después de haberse saltado una y otra vez las normas del Estado que
le paga? Cuanto más tarde en ser juzgado mayor será el mal que ocasione.
En
las últimas horas ha surgido un movimiento que pretende movilizar a la gente
para pedir diálogo y entendimiento entre el gobierno de la nación y el de la
autonomía. De entrada equipara a ambos bandos como si tuvieran la misma
legitimidad y la misma fuerza, y después propone una especie de entente cordial
para evitar males mayores. Eso solo serviría para dar más alas a los golpistas,
y permitirles reforzarse para que retornaran a la carga con nuevos bríos dentro
de pocos meses, o pocas semanas. A estas alturas de la película ya no puede
haber diálogo, no puede haber empate entre el Estado de Derecho y los golpistas
xenófobos y fascistas. Tiene que haber un claro vencedor y un completo
derrotado que duerma tranquilo los próximos quince o veinte años. Cualquier
otro final será una catástrofe para la convivencia en España y en Europa.
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