El
grave problema que han generado los independentistas del noreste de España no
es en esencia político, es fundamentalmente estético. Y se resolverá por la
simple aplicación del buen gusto. No hay más que ver a los líderes y lideresas
que se han situado al frente del prusés para comprender que el movimiento no
tiene ningún futuro. Es imposible que un pueblo tan instruido, culto y elegante
como el catalán, se deje guiar por esa turba de paletos provincianos que hacen
daño a la vista de cualquier espíritu medianamente sensible. Duele verlos
entrar en un lugar tan venerable como un Parlamento, templo de representación
de todo el pueblo, con esos andares chabacanos y ese aspecto de hidrófobos y
jabonófobos. ¿Es que los espléndidos sueldos que se autoasignan no les alcanzan
para una simple pastilla de jabón? Si obligan a los ujieres a ir de punta en
blanco, ¿por qué los diputados y diputadas van como si se acabaran de levantar
de la cama después de haber dormido con la ropa puesta? Una nueva nación
necesita personajes eminentes, dotados de fuerte personalidad y especial
carisma. Gente que consiga que las generaciones posteriores se sientan
orgullosas de los padres fundadores. ¿Alguien puede imaginarse Montserrat con
las caras esculpidas de Puigdemont, Junqueras y la señora de la CUP? La montaña
entera se vendría abajo avergonzada.
Un
pueblo que ha regalado a la humanidad delicatessen como la butifarra o el pa
amb tumaca, y que ha engendrado personalidades de la talla y sensibilidad de
Gaudí, Rusiñol, Dalí, Peret o Guardiola, no puede dejarse embaucar por
personajes tan zafios, garrulos, lerdos y churrientos como los que manejan el
llamado prusés. Empezando por el Molt Honorable con ese casco capilar propio de
los años sesenta del siglo pasado. ¿Qué futuro le aguardaría a la nueva
república en manos de un personaje tan esperpéntico? ¿Y qué decir del
vicepresidente? Nunca lleva corbata, quizás porque las dimensiones del gollete
no le permiten abrocharse el último botón de la camisa. ¡Home, Oriol! Cómprate
una camisa más grande, pero a un acto tan solemne como la declaración de
independencia hay que ir un poco aseado. Teniendo en cuenta que tiene aspecto
de cura de aldea, me gustaría saber qué piensa de su comportamiento la madre
superiora, guía y faro del independentismo, señora de acreditada elegancia y
muy viajada; sobre todo a Andorra y Suiza. ¿Y qué pensará esa augusta dama de
las ninfas de la CUP? Aunque ahora aparenten ir de la mano, es muy posible que cambiase
de acera si viera venir de frente a alguna de esas náyades enflequilladas.
Por
no hablar ya de personajes secundarios como Tardá o Rufián, capaces de hacer
llorar a tiernos infantes o espantar a candorosas viejecitas con su aspecto
feroz y sus constantes exabruptos y procacidades.
Me
pregunto si la gente vota sin saber a quién vota, o sin mirar a quién vota, porque
no entiendo que un pueblo moderno, culto y educado, elija a personajes de ese
jaez como sus representantes. Quizás si se pudiera oler a los candidatos y candidatas,
el voto sería distinto en ocasiones. El olfato es un sentido potente que nos
hace rechazar aquello que hiede, y en la política hay mucho hedor. Cada vez
más.
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