El día 21 de septiembre todos los nobles del
territorio fueron convocados por el Virrey Marqués de Caracena para un asunto
que se sospechaba era de la máxima gravedad. Mi señor acudía junto a su hijo y
me ordenó que los acompañase. Tuve que ir con ellos, dejando a mi joven esposa
al cuidado de la guarnición, ¿cómo iba a suponer que dentro de las murallas
podía correr algún peligro?
Una vez congregados en su Palacio, el señor Marqués
dio cuenta a los nobles del Real Decreto que el día 11 de ese mismo mes había
firmado S.M. el Rey Don Felipe III, en el que se ordenaba la inmediata
expulsión de todos los moriscos.
Se daba un plazo de tres días para que todos fuesen
embarcados. Tres días. Bajo pena de muerte. No se les permitía sacar de sus
viviendas más que los bienes que pudiesen llevar consigo y se prohibía que al
marchar destruyeran sus casas o cosechas.
La noticia se venía rumoreando desde hacía semanas,
o incluso meses, pero un hecho de tanto respeto, aún esperado, siempre alcanza
desprevenido. Mi primer deseo fue regresar de inmediato junto a mi esposa, pues
debo decir que aunque la orden de expulsión excluía a las mujeres moriscas que
hubiesen desposado con cristianos viejos, enseguida intuí que nos veríamos
atrapados por los acontecimientos que se iban a precipitar.
El Bando que el Virrey nos anticipó, el mismo que
iba a pregonarse por las calles del Reino, era terminante: Su Majestad el Rey,
agotadas todas las diligencias y medidas de gracia tendentes a instruir a los
moriscos en la Santa Fe, constatando el poco aprovechamiento logrado, su
pertinacia en la apostasía, su prodición, y consciente del evidente peligro de
todo ello se infería para sus reinos, habiéndose hecho encomendar a Nuestro
Señor y confiando en su divino favor, resolvía que se sacaran todos los
moriscos de nuestro Reino de Valencia y se echaran a Berbería.
En consecuencia, el Virrey ordenaba que todos los
moriscos del Reino, así hombres como mujeres con sus hijos, salieran del lugar
donde tuvieren sus casas y fuesen a embarcarse en el plazo de tres días para
pasarlos a Berbería. Que no llevasen consigo sino los muebles que pudiesen
sobre sus personas. Los que no cumplieren con lo establecido incurrirían en
pena de vida.
A los efectos de asegurar el viaje, las autoridades
cuidarían de que no recibieran mal trato, ni de obra ni de palabra, y les
proveerían del bastimento necesario para su sustento durante la embarcación.
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