Pasaban unos
minutos de las nueve y media.
Nos quedamos todos
callados, cada uno con nuestros pensamientos, en medio de un profundo silencio.
De repente el silencio
pareció espesarse aún más, se hizo abismal, como si alguna fuerza quisiera succionar
el menor murmullo hacia el centro de la tierra. Un segundo después se iluminó
el cielo por el lado del puerto, una llamarada colosal rompió la noche con un
resplandor inusitado. Al instante un gigantesco estruendo se abatió sobre nuestras
cabezas y nos obligó a encogernos aterrorizados. Parecía que el mundo se venía
abajo.
Tomasita y
Teresita empezaron a chillar, yo me levanté de la hamaca de un salto y Gustavo
se abrazó a mí, todos miramos hacia el lugar de las llamas. El puerto era el
infierno de Dante, el Maine una
antorcha monstruosa, hierros, maderos, trozos del casco y la cubierta volaban
por los aires en todas direcciones. Lenguas de fuego subían al cielo. La luz
que irradiaban permitía ver a decenas de cuerpos que se debatían en las aguas
pidiendo auxilio.
Nos quedamos
paralizados, horrorizados, incapaces de pronunciar algo más que interjecciones
de asombro y espanto.
Pronto vimos
cómo el barco se escoraba por estribor y empezaba a hundir la proa en las
lóbregas aguas. Las llamas empezaron a ser reemplazadas por una espesa y negra
humareda. Algunas chalupas iniciaron un acercamiento al casco para intentar
rescatar a los que intentaban mantenerse a flote.
-Esto es el fin
-acerté a decir-, ahora ya no hay esperanza. La guerra se abalanza sobre
nosotros. Que Dios nos ampare.
-¿Pero qué ha
pasado?
Nadie sabía qué
era lo que había pasado, tan solo contemplábamos aterrados una pavorosa escena
de dolor y destrucción. La isla llevaba varios años en guerra pero nosotros no
la veíamos. Ahora la podía contemplar desde la terraza de la casa.
Enseguida empezó
a correr la gente hacia el puerto para observar de cerca el infausto espectáculo.
Fragmento de "La indiana Manuela", novela que se desarrolla a finales del siglo XIX en la isla de Cuba. Disponible en Amazon.
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