El 8 de agosto
de 1897 el Presidente del Consejo de Ministros, don Antonio Cánovas, estaba pasando
unos días de descanso en el balneario donostiarra de Santa Águeda. Leía
tranquilamente la prensa sentado en un banco, cuando se le acercó por detrás un
hombre joven que se alojaba en el establecimiento. Cuando estuvo a un par de
metros, sacó de su bolsillo un revolver y le disparó al pecho y a la cabeza. El
político cayó al suelo y el asesino lo remató con un tercer tiro. Después se
quedó quieto, esperando que lo detuvieran. Cuando lo interrogaron alegó que
había cometido el magnicidio para vengar la muerte de sus compañeros
anarquistas fusilados algún tiempo antes en Barcelona.
Cánovas era el
más firme defensor de la españolidad de Cuba y el máximo sostén de Weyler y su
dura línea de actuación. Se había comprometido en defender la presencia de
España en la isla “hasta el último hombre y la última peseta”.
Su asesino
resultó ser Michelle Angiolillo, un anarquista italiano que teóricamente actuó
solo, movido por un sentimiento de venganza. Se le sometió a un juicio
sumarísimo y fue condenado a muerte y ajusticiado con garrote vil, doce días
más tarde, en la cárcel de Vergara. Cuando se investigó su pasado se supo que
tenía relaciones con grupos cercanos al doctor Betances, un conocido defensor
de la insurrección cubana.
En cuanto se
conoció la noticia la gente empezó a temer que Weyler fuese relevado.
-Independientemente
de que condeno este atroz magnicidio -decía el padre Patrocinio-, y de que
elevo mis oraciones por el alma de don Antonio, tengo que añadir que su muerte
es muy mala noticia para todos nosotros. Cánovas era el más firme defensor de
Weyler, él fue el que nos lo envió. Y el resultado a la vista está, cuando
llegó, los rebeldes estaban a punto de entrar en La Habana y ahora están al
borde de la aniquilación. Weyler parece hecho para la guerrilla, como si se
hubiera criado en un bohío, es incansable e implacable. Cánovas lo sabía y
confió en él. Don Antonio era un estadista brillante y un hombre fuerte. Los
hombres débiles provocan las guerras o las consienten, los hombres fuertes son
capaces de evitarlas o de aminorar sus efectos. Mucho me temo que la
desaparición de Cánovas no nos va a aportar nada bueno. Tengo muy claro que nos
perjudica notablemente. Entonces hay que preguntarse, ¿beneficia a alguien este
cobarde asesinato? Pues sí, beneficia claramente a los partidarios de la
guerra, a los revolucionarios y a los jingos de los Estados Unidos. Amigo mío,
en acontecimientos de singular trascendencia hay que preguntarse siempre ¿cui prodest?, ¿quién se beneficia? Y es
posible que llegue a encontrar alguna explicación lógica en un hecho en
apariencia irrazonable. Creo poco en el azar. Ese pobre hombre asesinó a don
Antonio, pero ¿quién apretó el gatillo realmente?
Fragmento de "La indiana Manuela", novela histórica que se desarrolla en la Cuba de finales del siglo XIX.
Disponible en Amazon.
No hay comentarios:
Publicar un comentario