Y así se ha perdido el pueblo
mexicano, el tlatelolca. Ha dejado abandonada su ciudad. En Amáxac estábamos
todos, ya no teníamos escudos, no teníamos macanas, no teníamos comida, no
teníamos nada para beber. Toda la noche llovió sobre nosotros.
Salen del agua Cuauhtemoctzin,
Topantemoctzin, Temilotzin y Coyohuehuetzin. Ya los llevan a donde está el
capitán. Allí está el capitán con Malintzin y con Tonatiuh Alvarado. Ya los
hacen prisioneros. Ya sale la gente del pueblo de sus escondites. Ya no hay
escondites. Van con andrajos, van sucios, llevan los huesos a flor de piel. Las
mujeres solo llevan trapos viejos en sus cabezas. Marchan como si ya no fueran
de este mundo. Ya no son de este mundo. Ya no tienen mundo. Las más jóvenes se
envejecen, se afean, embadurnan sus caras con lodo, ensucian sus cabellos.
Desean ocultar los restos de hermosura. Por todas partes buscan los cristianos,
les abren las faldas, les pasan la mano por sus senos, por sus brazos, por sus
piernas.
En un año 3-Casa es conquistada la
ciudad. Le gente que queda se dispersa por los pueblos vecinos.
Los cristianos buscan oro. Se
pregunta a las personas, ¿dónde está el oro? Se registra, se investiga, se mira
si lo esconden en los escudos, si en las insignias de guerra, si en el bezote,
si en la luneta de la nariz, si en el pendiente de la oreja. En todas partes se
mira.
Se ha perdido el pueblo mexicano. El
llanto se extiende, las lágrimas corren por Tlatelolco. Llorad mexicanos, la
nación se ha perdido, el pueblo se ha perdido. Abandonan la ciudad. ¿Adónde
irán? Nadie les quiere, los otros pueblos les han dado la espalda, los afligen,
se burlan de ellos, los matan a traición. Llorad amigos, solo nos quedan las
lágrimas.
Cuauhtémoc estaba esperando el
ataque y tenía preparadas cincuenta canoas cargadas con sus pertenencias y
listas para partir si se veía obligado a abandonar la ciudad. Cuando vio que
las naves se le venían encima pensó que la situación era insostenible y se
embarcó con toda su familia y sus principales, intentando escapar del cerco.
Avisaron de la maniobra a Sandoval y este envió tras él a García Holguín, que
comandaba el bergantín más marinero de los que teníamos. Entre las docenas de
canoas que escapaban distinguió una más grande y mejor aderezada, y se dirigió
a ella dándole pronto alcance. Bajo un toldo iba el gran señor de México. Al
apresarlo no opuso resistencia, solo pidió que le llevaran a él y que
respetaran a sus mujeres y familia. Holguín ya tenía instrucciones de mostrarse
respetuoso, le hizo subir a bordo junto a su mujer y sus principales, y puso
proa hacia el real de Cortés. Enterado Sandoval de que se había detenido a
Cuauhtémoc, apremió a sus remeros para alcanzar el navío de Holguín y le
reclamó el prisionero. Se negó este alegando que él lo había detenido y a él
correspondía el honor de entregarlo. Se enzarzaron en una discusión, Sandoval
argüía que era él quien estaba al mando, y Holguín que él había sido el autor
material del arresto. Avisaron a Cortés y este envió a los capitanes Luis Marín
y Francisco Verdugo para que sin más dilación ordenaran a los dos hombres dejar
sus cuitas y traer al prisionero. Finalmente los dos acompañaron a Cuauhtémoc
ante Cortés, llevándolo cada uno asido de un brazo. Era un hombre joven, no
aparentaba más de veinte años.
Cuando se encontró ante el capitán
se arrodilló y dijo:
-Señor Malinche, hice cuanto pude
por defender mi ciudad y mi pueblo. No he podido hacer más. Puesto que me
habéis vencido, tomad ese puñal que lleváis en el cinto y dadme muerte. Solo os
pido que respetéis la vida de mi mujer y la de mi familia.
Cortés le ayudó a incorporarse y le
invitó a sentarse en un sillón que había dispuesto. Le dijo que lo consideraba
un bravo hombre que había cumplido con su deber y que no pensaba matarlo sino,
antes al contrario, respetar su condición de rey de su pueblo.
Era 13 de agosto de 1521, martes,
día de San Hipólito, tronaba y llovía como si se hubieran abierto de golpe las
compuertas de los cielos.
Ese día terminó el Imperio de
México-Tenochtitlan.
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