Y me gusta. Estoy contento de ser español, creo
que la diosa Fortuna se ha portado bien conmigo, me considero un privilegiado
por haber nacido en este lugar y en esta época. Llevamos setenta años sin
guerras, toda una larga vida. No todos, desgraciadamente, pueden decir lo
mismo. Incluso sin salir de Europa, ahí están los Balcanes, y si no, Ucrania. La
paz nunca está asegurada, el ser humano es beligerante por naturaleza y debe
hacer un esfuerzo continuo para contener sus impulsos destructivos. Es peligroso
forzar los conflictos, hay que ser consciente de que se puede romper la cuerda
si se la estira demasiado.
Me gusta España tal como es, con las medidas que tiene. No la
quiero más pequeña. En todo caso me gustaría algo más grande. Me gustaría que
España y Portugal fueran un solo país. Deberían serlo por cultura, por
historia, por carácter, casi por idioma y desde luego por geografía. Mirando un mapamundi parece
obvio que la península ibérica debería ser un solo país. Un solo país, no
varios.
Me gusta España y me gusta su historia. Estoy orgulloso de mis antepasados. Y agradecido. Gracias a ellos estoy yo aquí. Si la
historia hubiera sido distinta, ninguno de nosotros habría nacido. Sería suficiente
la más pequeña desviación en los hechos pretéritos para que hubiera otra
persona dentro de mis zapatos. Esos derrotistas del pasado, que solazan su ocio
con imprecaciones contra nuestros abuelos de los siglos XV y XVI, deberían pararse
a pensar qué habría pasado si el Descubrimiento hubiera sido al revés. Si en vez
de ir nosotros allí, hubieran venido ellos aquí. Cabe la posibilidad de que todos
nuestros ancestros hubieran concluido sus días dentro de una marmita, bien
condimentados.
Gracias a aquellos extraordinarios exploradores llenos de
entusiasmo y energía, más de quinientos millones de personas nos comunicamos en un
mismo idioma. Porque los idiomas deben servir para unir a las personas y
facilitar su comunicación, no para levantar fronteras como pretenden algunos.
Otros hay, que para justificar el repudio a su propia
naturaleza dicen: “Es que yo me siento ciudadano del mundo”. Aparte se ser una
memez, hay que recordarles que el mundo tuvo conciencia de su dimensión por
primera vez en la historia gracias a los españoles. Españoles fueron los que
unieron las dos orillas del Atlántico, los que pusieron en contacto a unos
seres que se ignoraban por completo, los que globalizaron definitivamente el
mundo, los que “cerraron” el globo terráqueo. Españoles fueron los primeros que
circunnavegaron el mundo. Españoles los que fundaron innumerables ciudades a lo
largo y ancho del continente americano. Podrían haber sido otros, pero fueron
los españoles. Por eso me siento orgulloso de aquellos antepasados.
De todas formas, hay que decir que estos voceros de la negatividad
no son muy originales, esta tendencia autoflagelante existe, alimentada por los
interesados propagadores de la Leyenda Negra, desde que España es España.
Joaquín Bartrina (Reus 1850 – Barcelona – 1880), nos dejó
estos versos:
Oyendo hablar a un
hombre, fácil es
saber dónde vio la luz
del sol.
Si alaba a Inglaterra,
será inglés,
Si os habla mal de
Prusia, es un francés,
y si habla mal de
España, es español.
Si Bartrina tenía razón, los independentistas deben ser los
más españoles de España. Ellos, y esos otros que se regodean insultando a sus conterráneos.
Portadores de un buenismo impostado que me temo no es más que un disfraz para
socavar los cimientos de esta nación centenaria, entiendo que por pura y simple
devoción destructiva.
Se le atribuye a Otto von Bismark, el Canciller de hierro, una
reflexión en ese sentido: “Estoy
firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva
siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido.”
Antonio Cánovas del Castillo, varias veces Presidente del Consejo
de Ministros de España, al ser preguntado, cuando se estaba redactando la
Constitución de 1876, cómo definiría ser español, contestó con una boutade que
podría ser malinterpretada: “Pongan que
son españoles los que no pueden ser otra cosa”. Hay que aclarar que lo dijo
en privado y en plan chocarrero. También dijo, y esta vez en público: “Con la Patria se está, con razón o sin ella”.
¿De qué nos quejamos? Tenemos mejor clima que los suecos (¡dónde
va a parar!), comemos mejor que los ingleses, vivimos más años que los rusos, nos
divertimos más que los japoneses, y jugamos al fútbol mejor que los
norteamericanos. Prefiero un vaso de Rioja a una copa de champagne, una
tortilla de patatas antes que una hamburguesa y donde esté un arroz al senyoret que se quite el sushi.
Deseo fervorosamente que Bismark tuviese razón y España siga
durante mucho tiempo intentando destruirse sin conseguirlo. No me gustaría que nuestros descendientes nos recordaran como la generación de la desintegración.
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