Rosa
intentó apartarle los brazos y recibió una bofetada que la dejó aturdida. Oleg
la empujó contra una mesa y la dejó medio sentada, después notó cómo le desgarraba
las bragas y le separaba las piernas haciendo presión con las suyas. Gritó
pidiendo auxilio pero con la barahúnda que había afuera era imposible que nadie
la oyese. Volvió a intentar apartar al médico y este le dio otro fuerte bofetón
y la sujetó por el cuello haciendo tanta presión que le dificultaba la
respiración. Angustiada y dolorida, sintió un asco infinito cuando percibió que
el hombre trataba de introducirle su miembro, apretó los muslos con todas sus
fuerzas y flexionó con las rodillas para evitar que consumara su deseo. Oleg,
volvió a abofetearla y probó de nuevo a separarle las piernas, al cabo de unos
segundos de esfuerzo se convulsionó violentamente. Después de unas cuantas
sacudidas y unos gruñidos de animal se derrumbó sobre ella. Al verse liberada
de la presión en la garganta, hizo acopio de todas las fuerzas que le quedaban
y consiguió apartar a un lado el cuerpo del hombre. Se puso en pie y
mecánicamente se limpió los rastros de semen y se arregló la ropa y el cabello.
El médico había quedado apoyado en la mesa jadeando y resoplando. Rosa lo
contempló con una mezcla de odio, asco y miedo. Estaba desolada, dolorida,
encolerizada y entristecida. Solo quería escapar de allí, abrió la puerta y
salió al pasillo. Casi tropieza con Teodoro que venía en su busca.
-¿Qué
te ha pasado? -exclamó al verla en aquel estado. Rosa llevaba la ropa a medio
vestir, el cabello todavía desordenado, y un hilillo de sangre le caía de la
fosa nasal.
-¿Qué
te ha pasado? ¿Qué te ha pasado? -repitió gritando, sujetándola por los
hombros.
La
joven no podía articular palabra, se limitaba a sollozar y negar con la cabeza.
Teodoro
desvió la vista al interior del cuarto y vio a Oleg que se estaba incorporando
abrochándose el cinturón.
-¡Te lo
dije! -rugió-, ¡te lo advertí! Menudo hijo de puta.
Soltó
a Rosa y se lanzó violentamente a la habitación. Rosa vio que los dos hombres
se enzarzaban a puñetazos, y corrió por el pasillo a pedir ayuda. La gente
seguía bailando, cantando y gritando, y nadie parecía percatarse de su angustia.
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