viernes, 6 de febrero de 2015

Es asombroso

Una de las características más sorprendentes de la condición humana es la osadía que muestran algunos sujetos que, sin haber hecho nada relevante en sus vidas, se postulan sin el menor rubor para dirigir las de sus semejantes. ¿Cómo una persona que no ha hecho absolutamente nada de valor a lo largo de su existencia se siente con la capacidad para liderar las de los demás? Y más asombroso todavía, ¿cómo encuentran gente dispuesta a creerse lo que dicen y a seguirlos como seguían las ratas al flautista de Hamelín? ¿No sería lógico examinar cuidadosamente la tarjeta de visita del aspirante a líder y darle credibilidad o no, en función de su currículo?
Los que se ofrecen para gestionar la vida se sus semejantes se podrían clasificar en dos tipos, los que se creen realmente que tienen la capacidad necesaria para hacerlo, y los que solo buscan su provecho personal. De estos últimos, desaprensivos oportunistas, poco hay que añadir. De los primeros, gente que con un exiguo o nulo bagaje de éxitos personales se siente realmente con la competencia necesaria para gestionar las vidas de sus congéneres, solo se puede pensar que se trata de presuntuosos engreídos o de idiotas inconscientes, o ambas cosas a la vez. Sin embargo, basta con que tengan un verbo fluido (y a veces ni eso), y que hagan fantásticas promesas de llevar el rebaño al Paraíso, para que una legión de encandilados oyentes marchen tras ellos a los sones de la flauta, camino del río donde van a ahogarse. Estos aspirantes a próceres de la comunidad ni siquiera necesitan fundamentar sus promesas con argumentos más o menos sólidos, es suficiente con que suenen bien. Las melodías no se razonan, van directas a los sentidos y con eso basta. Pasa desde que los hombres se bajaron de los árboles y por lo visto va a seguir pasando. Y pasa en todos los pueblos y en todas las culturas. Observar la catadura de la mayoría de los lideres mundiales debería sobresaltarnos, da igual que hayan llegado por la fuerza o aupados por procesos electorales.
No obstante, en los lugares donde teóricamente se nos da la oportunidad de elegir, persistimos con ingenuidad y contumacia, como si se tratase de una maldición irremediable, en confiar en todo aquel que ofrece duros a cuatro pesetas, lo mismo da que esté en un mercadillo o en una tribuna, para el caso es lo mismo. Las últimas elecciones son un buen ejemplo.         

Es ciertamente asombroso.

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