El piloto adecuado para un momento crítico.
El 15 de enero de 2009, a las 03,08 p.m., un avión de la compañía US Airways, con 150 pasajeros a bordo, despegó del aeropuerto La Guardia de Nueva York con destino Charlotte, en Carolina del Norte. La visibilidad era buena, el viento suave y la temperatura de 7º C. Todas las variables presagiaban un vuelo sin sobresaltos.
A los pocos segundos de elevarse el avión, una bandada de gansos se cruzó en su trayectoria. Al menos una de las aves fue absorbida por la turbina derecha y el motor explosionó. El comandante de la aeronave tuvo que dilucidar en unos breves segundos cual era la decisión más conveniente. Determinó que los daños provocados en el avión no le permitían regresar a la pista y que la única posibilidad de supervivencia era intentar amerizar sobre las aguas del río Hudson. La operación de amerizaje para una aeronave de las características del Airbus 320 es de extrema dificultad. Si en el momento del contacto con el agua, la velocidad o el ángulo de inclinación no son los adecuados, el avión se hundirá inmediatamente o rebotará en la superficie y saltará en pedazos. El comandante, antiguo piloto de cazas durante la guerra de Vietnam, con cuarenta años de experiencia en la aviación comercial, y experto en seguridad aérea, realizó la arriesgada maniobra con absoluta precisión y logró que el aparato se posara sobre la superficie del río. La tripulación, experimentada y competente, contribuyó a que el pasaje soportara la tensa situación con la adecuada disciplina. Los servicios de emergencia funcionaron con parecida competencia, los 150 pasajeros y todos los tripulantes fueron rescatados sanos y salvos de las frías aguas del río Hudson antes de que el aparato se hundiera en sus profundidades.
No hay ninguna duda de que el comandante John Walker, era la persona idónea para estar a los mandos en una situación de extremo riesgo.
España es un gran avión al que una inmensa bandada de virus le ha quemado un motor. El comandante ni es antiguo piloto de cazas, ni tiene cuarenta años de experiencia, ni es experto en seguridad aérea ni en ninguna otra cosa. Hay incluso quien dice que el título de piloto lo obtuvo de manera incierta. Le encanta volar pero sobre todo le encanta mirarse en el espejo con su gorra de plato y sus gafas de aviador. Los copilotos, directamente lo que desean es estrellar el aparato. Ellos y ellas ya se han provisto de un buen paracaídas para saltar antes del impacto. La tripulación está mal preparada y es incompetente, en vez de atender y calmar al pasaje se dedica a encrespar los ánimos de los cada vez más aterrados viajeros. Los del ala derecha y los del ala izquierda del avión han empezado por insultarse y ya se están lanzando toda clase de objetos sin que nadie contribuya a serenar la situación, más bien al contrario. Hay que ser muy optimista o muy ingenuo para suponer que la nave va a conseguir aterrizar sin sufrir enormes daños.
Ya lo dijo el poeta:
Por razones bien ignotas,
el más prudente mortal
infravalora el gran mal
que origina un simple idiota.
Si el susodicho pilota
un avión descomunal,
es cálculo elemental
que la nave acabe rota.
¡Ay!, ¡gente desprevenida!
Un tonto, lo es para rato;
si ponéis hacienda y vida
en manos de un mentecato,
auguro, no una caída,
¡Un morrón de campeonato!
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