Llevamos un mes
enclaustrados y este aciago encierro empieza a hacer mella en nuestras adormecidas
defensas. Por las redes se propagan ideas que nos penetran con facilidad, son
ideas presentadas de modo simple, aparentemente inocuas; ideas que enseguida se
convierten en consignas. Por ejemplo: “De esta, o salimos todos unidos o no
salimos”. ¿Quién se va a oponer a un mensaje tan sugerente? Todos juntos
cogidos de la mano, ¡qué bonito! Pero me da que lleva escondido un mensaje
subliminal, que quiere decir: “Hay que apoyar lo que haga el gobierno sin
rechistar”. Como los ciegos del cuadro de Brueghel, todos de la mano hasta caer
en el hoyo. A estas alturas, con 18.579 muertos oficiales a día de hoy, récord
mundial por millón de habitantes, con más de 15.000 sanitarios infectados, otro
triste récord mundial, hay que ser un sectario inquebrantable para intentar
justificar, no digo ya alabar, la gestión de los responsables de dirigir las
actuaciones. En estos momentos no se trata de derechas o de izquierdas. Se
trata de competencia o ineptitud, de conocimiento o ignorancia, de inteligencia
o estupidez. Este gobierno no es responsable de la pandemia, pero lo es de la aplicación
de las medidas para intentar mitigarla. Y la gestión ha sido y sigue siendo
calamitosa. Decía Ortega que “ser de derechas es, como ser de izquierdas, una
de las muchas formas que el hombre puede elegir para ser un imbécil; ambas son formas
de hemiplejía moral”. Estos días podemos comprobar que su afirmación tiene
plena vigencia. No se puede justificar, disimular o ignorar la tremenda torpeza
simplemente porque “son de los nuestros”. Si el ciego que nos guía nos lleva al
hoyo, lo único sensato es soltarle la mano y darle una patada.
O eso, o asumir los
Evangelios; Mateo 15, versículo 14: “Dejadlos, son ciegos que guían a ciegos. Y
si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo”.
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