Por
razones bien ignotas,
el
más prudente mortal
infravalora
el gran mal
que
origina un simple idiota.
Si
el susodicho pilota
un
avión descomunal,
es
cálculo elemental
que
la nave acabe rota.
¡Ay!,
¡gente desprevenida!
Un
tonto, lo es para rato;
si
ponéis hacienda y vida
en
manos de un mentecato,
auguro,
no una caída,
¡Un
morrón de campeonato!
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