Escuché
a los sabios más sapientes,
de
este país tan plurinacional,
explicar
que el “hecho diferencial”,
va
en función de donde vive la gente.
Soy
tal vez algo duro de mollera
y
me costó hallar las diferencias
que
al albur del lugar de residencia
obvias
resultan para los lumbreras.
Me
esforcé con denuedo, con vehemencia,
y
examiné con tesón y con templanza
a
personas de engañosa semejanza
sospechando
que ocultaban diferencias.
Norte,
sur, este y oeste visité,
buscando
ese atributo desigual
que
mostrara el “hecho diferencial”,
hasta
que al fin… ¡Eureka, lo encontré!
Consumí
casi toda mi energía
investigando
con determinación,
pero
al final encontré la solución;
y
la encontré en la peluquería.
Las
grandes diferencias insalvables
parecen
ser asuntos provincianos,
del
tipo de flequillos chabacanos
o
el torvo pelucón del honorable.
En
mi mente por fin, la luz se hizo,
sé
dónde están las grandes diferencias
que
frustran la serena convivencia;
están
en los cerebros enfermizos.
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