Hacía poco más
de un mes que Gustavo había cumplido doce años y pensé que ya tenía edad para
conocer su historia y entender las circunstancias que me habían hecho
ocultársela hasta entonces. La fallida visita de Mauricio me aconsejaba no
demorar más la conversación si no quería que el niño acabase enterándose por
otro conducto, lo que resultaría mucho más traumático. Pero aunque tenía tomada
la decisión no acababa de encontrar el momento idóneo para transmitírsela.
Mientras tanto
la vida se aceleraba afuera. Como anticipó el general del Estado Mayor, el
cónsul Lee aprovechó el altercado de los periódicos para exigir a su gobierno
una intervención más comprometida. El diplomático era sobrino del famoso
general sudista de la Guerra de Secesión, y tan beligerante como su tío. Alegó
que la situación se había vuelto tan inestable que las autoridades no eran
capaces de garantizar la seguridad de los súbditos americanos y de sus
intereses, y que se hacía necesaria la presencia de al menos algún barco de su
armada.
A raíz del
suceso, el presidente McKinley se apresuró en declarar fracasada la autonomía.
No se le podía acusar de premioso, esa declaración la hizo a los ¡once días! de
su implantación. A la solicitud de Lee respondió situando en los cayos de las
Tortugas, a cuatro horas de navegación a Cuba, una armada compuesta por 4
acorazados, 6 cruceros y 5 torpederos. Al mismo tiempo anunció el envío a La
Habana del acorazado “Maine”, en visita de “cortesía”.
Tomasita estaba
colgando ropa en la terraza y lo vio atravesar la bocana. Corrió a avisarme:
-¡Doña Manuela!
-dijo a gritos muy excitada-. Está entrando en el puerto un barco de guerra muy
grande, lleva desplegada la bandera de los Estados Unidos del norte, es un
buque enorme, ¡llenito de cañones!
Subimos a verlo
en el momento en que lanzaba las salvas de saludo reglamentarias. Lentamente se
fue acostando al muelle para colocarse a escasos metros del Alfonso XII, buque insignia de la armada
española, que ya llevaba tiempo amarrado.
Enseguida se
propagó la noticia por la ciudad y empezó a bajar gente hacia el puerto para
contemplarlo de cerca.
-¡Ay! Doña
Manolita, ¿esto es bueno o malo?
-Nada que lleve
cañones puede ser bueno, Tomasita.
Fragmento de " La indiana Manuela", novela que se desarrolla en la isla de Cuba en las postrimerías del siglo XIX, cuando España perdió las últimas colonias.
Disponible en Amazon, en formato digital y en papel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario