martes, 24 de enero de 2017

El caballo de Diocleciano

En tiempos del emperador Trajano, Alejandría soportó varias revueltas que destruyeron el templo parcialmente y que asolaron parte de la riqueza de la biblioteca.  No obstante aquello fue sólo un pequeño aviso. Lo peor estaba por llegar.
El emperador Adriano mandó su reconstrucción y el Serapeo volvió a renacer. Siempre ligada al templo, la biblioteca fue poco a poco recuperando su importancia, acogiendo, preservando y aumentando el saber de los hombres, al amparo de una relativa calma.
Sin embargo, unos años más tarde, desde finales del segundo siglo d.C. y sobre todo a lo largo de todo el tercero, la ciudad de Alejandría tuvo que soportar una larga serie de desastres.      

Caracalla la saqueó en 211 y 217, y Valeriano destruyó gran parte en 253. Volvió a sufrir enormes destrozos cuando la conquistó la reina Zenobia de Palmira en 269 y otra vez padeció una sangría cuando Aureliano la reconquistó para los romanos en 273. Por si todo eso no era suficiente, en 297 la ciudad tuvo que soportar un nuevo saqueo cuando Diocleciano la invadió tras un asedio de ocho meses, para abortar la revuelta provocada por Lucio Domicio Domiciano. Contaban las crónicas que una vez sometido el levantamiento, Diocleciano ordenó a sus tropas que no tuvieran piedad de los vencidos, que no se detuvieran ante la rendición y continuaran el escarmiento matando a los sublevados hasta que la sangre de los muertos llegara a las rodillas de su caballo. Acababa de dar esa orden cuando el corcel tropezó y dobló las patas. Aquello se interpretó como un mensaje para que se detuviera la matanza. Esa caída salvó seguramente a muchos alejandrinos de la muerte y para conmemorar el acontecimiento, agradecidos, erigieron una estatua al caballo.

Fragmento de "Los libros de Alejandría", una novela sobre la Gran Biblioteca de Alejandría. Disponible en Amazon.

LOS LIBROS DE ALEJANDRÍA de [Molinos, Luis]

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