Muy
cerca del final del curso, los niños aguardaban ansiosos un acontecimiento
importante. El equipo de fútbol de los chicos españoles había llegado a la
final del campeonato juvenil de Moscú, e iba a enfrentarse con un equipo ruso. Casi
todos los niños de la Casa de Rosa acudieron a presenciar el partido.
Al
entrar vio a Mikhail, el profesor de historia, sentado solo en una de las
gradas y se situó junto a él. El hombre parecía un poco ausente, tenía una
expresión atribulada que contrastaba con el bullicio general. A Rosa le extrañó
y le preguntó si le ocurría algo.
-Ayer
-contestó- leí una noticia en el Pravda
que me ha dejado muy inquieto. Un equipo de arqueólogos ha descubierto en
Samarkanda la auténtica tumba de Tamerlán y ha desempolvado su cráneo. Los
restos van a ser trasladados a Moscú para estudiarlos en profundidad. No
deberían hacer tal cosa. Hay muertos que no conviene molestar. Tamerlán fue un
terrible caudillo del siglo XV, un guerrero y conquistador insaciable y
despiadado. Con un ejército de feroces soldados nómadas dominó enormes
territorios de Asia llegando hasta el Mediterráneo. Doblegó decenas de
naciones, arrasó miles de pueblos y exterminó a millones de sus habitantes. Uno
más de los sanguinarios caudillos que se han distinguido a lo largo de la
humanidad por el desprecio a la vida de sus semejantes. Hay una leyenda que dice
que si su tumba fuese violentada su ira caería sobre los responsables, que
sufrirían una plaga más devastadora aún que las que él causó. Hay que ser más
respetuoso con las profecías, no conviene desoír tan claras advertencias. Podrían
cumplirse.
Era el
22 de junio de 1941, y había estado lloviendo sin parar desde la víspera. Cayó
tanta agua que tuvieron miedo de que no se pudiera celebrar el encuentro. El
campo estaba en muy malas condiciones, embarrado y lleno de charcos, pero después
de hacer una inspección, los contendientes decidieron jugar, y los espectadores
se alegraron y se prepararon para pasar un buen rato. Rosa se olvidó enseguida
de los temores que inquietaban a Mikhail y se unió a los demás niños que animaban
a los españoles con gritos y cánticos. Gritaban exaltados y jaleaban cada
acción con el máximo entusiasmo. Los jugadores hacían lo que podían sobre aquel
barrizal, cuando corrían levantaban con sus pisadas el agua encharcada
salpicando a su alrededor, y cuando caían al suelo se levantaban cubiertos de
lodo. Aquello, lejos de incomodar a los espectadores, les provocaba mayor
excitación y vitoreaban con entusiasmo cualquier acción de los esforzados
jugadores.
Habrían
transcurrido solamente unos quince o veinte minutos del apasionante encuentro, cuando
por los altavoces del estadio sonaron unos intensos pitidos, y a continuación
empezaron a escucharse las notas de La Internacional. El árbitro mandó
detener el juego y todos, jugadores y público, quedaron expectantes,
sorprendidos por la interrupción.
Cuando
acabó de sonar la música, se oyó la voz de Mólotov, grave, firme:
“Camaradas,
hoy a las cuatro de la madrugada, sin declarar la guerra y sin formular
pretensiones de ningún tipo, tropas de la Alemania fascista han atacado la
frontera en muchos puntos, han penetrado en nuestro país, y han bombardeado
desde el aire Zhitomir, Kiev, Sebastopol, Kaunas, y algunas otras localidades.
Debéis prepararos para la guerra. La Unión Soviética es fuerte y sabrá hacer
frente al enemigo. Nuestra causa es justa. El enemigo será derrotado. La
victoria será nuestra.”
Volvió
a sonar La Internacional y el público abandonó el estadio. Rosa buscó
con la vista a Mikhail pero ya se había marchado. Por las calles la gente
andaba deprisa con gesto de preocupación. Enseguida se organizaron colas en las
tiendas, todos querían abastecerse de los productos más necesarios. En el Metro
la gente leía con avidez las inquietantes noticias, comentaban los
acontecimientos, algunos se enteraban allí de lo que estaba ocurriendo, se
asombraban, se mostraban incrédulos, lo que nadie esperaba, lo que nadie deseaba,
estaba sucediendo.
Los
niños regresaron a la Casa cabizbajos y alarmados. Lo que prometía ser un día
de diversión se había convertido en el prólogo de una pesadilla. ¿Qué estaba pasando?
¿Cómo era posible que alguien se atreviera a invadir un país tan poderoso?
Fragmento de "El infierno de los inocentes", novela que narra las vivencias de los niños que fueron enviados a Rusia durante la Guerra Civil y las de los jóvenes que se alistaron en la División Azul. Disponible en Amazon
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