-Almanzor, sí, necesitamos un jefe
como Almanzor -afirmó Ahmed.
-No estés tan seguro.
Les sorprendió la voz que surgía de
la oscuridad, era Abdallah Al Qurtubí el que se agregaba a la conversación.
-No estés tan seguro -repitió
acercándose-, es posible que los aciagos días que estamos viviendo sean
consecuencia de la época de Almanzor.
-¿Cómo dices eso? -preguntó
asombrado Ahmed.
-Almanzor fue un gran guerrero sin
duda, el Victorioso de Dios. Durante treinta años mantuvo a raya a los
cristianos del norte y a las tribus salvajes del otro lado del mar. Controló con
mano de hierro el califato, al tiempo que era el azote de los pueblos
fronterizos, mantuvo la paz y la prosperidad dentro de Al Ándalus...
-¿Y eso te parece mal?
-Desde luego
que no. Tan solo digo que las consecuencias de esa política pueden haber degenerado
en esta mala situación. ¿Qué pasó durante todos esos años?, que el pueblo de
Qurtuba se amansó. Las guerras las ganaban los mercenarios, tropas de
extranjeros que se encargaban de morir y matar mientras los andalusíes
disfrutaban de una vida sin sobresaltos, limitándose a celebrar las victorias y
a beneficiarse en mayor o menor medida del producto de ellas. Las gentes se
sienten cómodas en la protección que les procura un caudillo enérgico si tienen
asegurado el plato de cada día. Se relajan, se amoldan, se acostumbran a no
tener que pelear por la vida. Adoptan la filosofía del gato casero, si hay sol
se ponen al sol, y si no hay, se arriman a la hoguera. Mientras haya calor
igual da de donde venga. Pero cuando se muere el amo y ese gato descubre que nadie
le pone la comida y tiene que salir a buscarla afuera, ya no sabe, y los gatos
callejeros no le dejaran probar bocado. Fuera de casa hace frío, hermanos, y la
vida hay que merecerla y pelearla cada día. Nosotros hemos perdido nuestra
naturaleza de pueblo unido, con un futuro común y con unas convicciones firmes,
y nos hemos quedado a merced de los enemigos. Almanzor era más temido que
respetado. Interrumpió la cadena de la dinastía omeya que era la que nos daba
continuidad y nos hacía proyectarnos en el tiempo. Nos llenó el país de
extranjeros que habitaban con nosotros pero no convivían. Murió y cada facción
quiso imponer su fuerza porque él enseñó a todos que no era necesario
pertenecer a la dinastía para detentar el poder. Pero cuando desaparece la mano
firme y tiránica, surgen inmediatamente los pequeños mediocres que han estado
aguardando el final del poderoso. Ahí empezó el derrumbe y ha sido vertiginoso
porque estábamos muy debilitados. ¿Cuántos pueblos han sido víctimas de sus
caudillos a lo largo de la historia? Yo no quiero caudillos. Yo quiero
convicciones. Todos los caudillos se mueren pero las ideas claras y firmes se
proyectan en el tiempo, sobreviven a los mortales. Al Ándalus ha ido
precipitándose velozmente hacia la insignificancia de no ser más que un
conjunto de personas que ha perdido la cohesión, que no saben a qué cultura
pertenecen. En estos momentos nuestra civilización no tiene un sentido nítido y
bien definido para sus habitantes. ¿Cuál es para vosotros la idea de Al Ándalus?
Los jóvenes lo miraron sorprendidos
sin saber qué responder. Realmente no se habían planteado esa cuestión; vivían
allí y punto. Siempre habían estado allí, ¿qué más se necesita para vivir?, ¿no
basta con estar?
El capitán esperó una respuesta
durante unos instantes y viendo que nadie le contestaba, prosiguió su monólogo.
-Tenemos que tener una idea clara
de lo que somos. Las comunidades de hombres son como el hombre mismo. Nosotros,
cada hombre, necesita movilizarse cada día, comer, aprender, crecer, amar. El
hombre que se abandona, muere. Lo mismo le sucede al colectivo, si no se
mantiene siempre en marcha acaba desapareciendo.
Nosotros nos vamos despeñando por
el precipicio de la desidia. ¿O es que acaso os creéis que el mundo se mueve
siempre hacia delante? La vida hay que merecerla cada día. ¡Mirad a los
cristianos!
-¿Qué tenemos que aprender de esos
bárbaros? -preguntó Ahmed-. Están atrasados, no tienen cultura, no han
progresado como nosotros. No se lavan. Son zafios e inmundos.
-Así es, en verdad. Nosotros somos
mucho más ricos. Nuestra cultura es muy superior. Hay más sabios en esta ciudad
que en todos los territorios cristianos. Tenemos mejores armas y más hombres y
caballos. Levantamos hermosos palacios, construimos floridos jardines,
mantenemos feraces huertas, confeccionamos lujosos vestidos, componemos
bellísimos poemas, poseemos enormes bibliotecas con miles de volúmenes,
disfrutamos de cientos de baños públicos, somos los más instruidos en
geometría, astronomía, botánica o medicina..., -calló un instante,
reflexionando-, en verdad tendría que estar hablando en tiempo pasado, todo eso
era cierto hasta hace un año. ¿Ahora qué?, ¿adónde se han ido todas esas
cosas?, ¿adónde están yendo? Somos como una jauría de chacales que se atacan y
muerden peleando entre ellos disputándose el mejor venado, y mientras se
debilitan llega el tigre y se come la presa. Los cristianos quieren comerse el
venado. Antes vivían enfrentados pero ahora se van uniendo alrededor de un
objetivo común. Ya han estado aquí dos veces y volverán. Almanzor los derrotó
en más de cincuenta ocasiones, asoló sus castillos y sus ciudades, mató a sus
hombres, secuestró a sus mujeres, quemó sus cosechas y les arrebató sus bienes.
Pues bien, ahí siguen. Con más fuerza que antes. La vejación constante a la que
les sometimos les hizo unirse y dotarse de un ansia de resistir más fuerte que
nuestra presión. Si ofendes a un pueblo milenario tienes que aniquilarlo
completamente o prepararte para su venganza. Ahora vienen a cobrar su débito.
Sus mujeres paren más hijos que las nuestras, sus soldados son más arrojados
que los nuestros y su fe es más determinada que la nuestra. Nos invadirán, nos
derrotarán y nos impondrán sus condiciones. Los signos son claros para el que
los quiera ver. Los primeros emires poblaron la tierra con su simiente, Abd el
Rahman II dejó más de cien hijos; Abd el Rahman III, tuvo veintisiete, Al
Hakam, dos, y Hisham, ninguno. ¿Qué más prueba de los cielos queréis?, la
estirpe se ha secado y con ella se ha ensombrecido la perla más brillante del
universo, Qurtuba.
Fragmento de "La perla de al Ándalus", novela que se desarrolla en los primeros años del siglo XI, en el inicio del derrumbe del Califato.
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