Pero el exilio no duró mucho tiempo, los
acontecimientos se desarrollaban muy deprisa y los vientos no tardaron en
volver a cambiar de dirección.
La guerra civil romana llegó a su
punto culminante en la batalla de Farsalia. César respondió a las agresiones de
sus enemigos cruzando el Rubicón y Pompeyo no quiso enfrentarse a él en la
península itálica, atravesó el Adriático y preparó la lucha definitiva en
Grecia. César venía de obtener un triunfo incuestionable en las Galias y se
sentía invencible, no dudó en perseguir a su rival hasta donde éste se había
acuartelado. Pompeyo disponía de un ejército muy superior en número al de César,
más del doble en infantería y siete veces más numeroso en caballería, además
había preparado con tiempo el escenario de la batalla y estaba aguardando a su
enemigo, parecía que tenía todos los ases para conseguir la victoria. Pero una
vez más se puso de manifiesto el genio militar del gran caudillo romano. Las
legiones de César estaban compuestas por los veteranos que habían conquistado
las Galias, hombres curtidos, disciplinados, aguerridos y valerosos, todos
confiaban en su general y le obedecían ciegamente. Mil brazos con una sola
cabeza. César prefería pocos avezados antes que muchos inexpertos y el
resultado de la contienda refrendó su planteamiento. Su inferioridad numérica
no fue obstáculo para obtener una aplastante victoria. Desplegó una brillante
estrategia sustentada en la movilidad y rapidez de acción de sus legiones, y
consiguió un triunfo fulminante, le bastaron poco más de dos horas para destrozar
las tropas enemigas. Diez mil pompeyanos sucumbieron en la batalla por apenas
unos centenares de cesarianos. Mientras César combatía espada en mano al frente
de sus hombres, Pompeyo huía del campo de batalla desamparando a sus tropas, que
sufrieron una derrota total. Al abandonar la contienda buscó refugio en Egipto,
sin duda pensó que puesto que allí le debían muchos favores, aquél era el sitio
ideal para guarecerse y reorganizar su ejército.
Pero las circunstancias habían
cambiado radicalmente en las pocas horas que duró la lucha. Pompeyo venía de
perder la guerra y sabido es que a los fracasados les desaparecen pronto los
amigos. Las noticias de la severa derrota se adelantaron a su embarcación. El consejero
del faraón, el eunuco Potino, pensó que lo más conveniente era estar al lado de
los vencedores y que la presencia de Pompeyo no podía traerle más que
complicaciones. Dio órdenes a sus esbirros para que lo ejecutaran nada más
poner pie en tierra, y en cuanto desembarcó fue acribillado a puñaladas
mientras su mujer, Cornelia, observaba la escena horrorizada desde la cubierta
de la nave. Por si quedaba alguna duda, después de acuchillarlo le cortaron la
cabeza. El eunuco pensaba que ofreciéndole ese regalo a Julio César se ganaría
u favor.
Se equivocó. Cuando César entró con
sus legiones y se enteró de que Pompeyo había sido ajusticiado montó en cólera,
nadie más que él tenía derecho a disponer de la vida de un cónsul romano.
Entonces Cleopatra volvió a dar muestra de su inteligencia y astucia.Fragmento de "Los libros de Alejandría", novela histórica disponible en Amazon en formato digital.
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