lunes, 19 de octubre de 2015

Yo soy español, español, español.

Y me gusta. Estoy contento de ser español, creo que la diosa Fortuna se ha portado bien conmigo, me considero un privilegiado por haber nacido en este lugar y en esta época. Llevamos setenta años sin guerras, toda una larga vida. No todos, desgraciadamente, pueden decir lo mismo. Incluso sin salir de Europa, ahí están los Balcanes, y si no, Ucrania. La paz nunca está asegurada, el ser humano es beligerante por naturaleza y debe hacer un esfuerzo continuo para contener sus impulsos destructivos. Es peligroso forzar los conflictos, hay que ser consciente de que se puede romper la cuerda si se la estira demasiado.
Me gusta España tal como es, con las medidas que tiene. No la quiero más pequeña. En todo caso me gustaría algo más grande. Me gustaría que España y Portugal fueran un solo país. Deberían serlo por cultura, por historia, por carácter, casi por idioma y desde  luego por geografía. Mirando un mapamundi parece obvio que la península ibérica debería ser un solo país. Un solo país, no varios.
Me gusta España y me gusta su historia. Estoy orgulloso de mis antepasados. Y agradecido. Gracias a ellos estoy yo aquí. Si la historia hubiera sido distinta, ninguno de nosotros habría nacido. Sería suficiente la más pequeña desviación en los hechos pretéritos para que hubiera otra persona dentro de mis zapatos. Esos derrotistas del pasado, que solazan su ocio con imprecaciones contra nuestros abuelos de los siglos XV y XVI, deberían pararse a pensar qué habría pasado si el Descubrimiento hubiera sido al revés. Si en vez de ir nosotros allí, hubieran venido ellos aquí. Cabe la posibilidad de que todos nuestros ancestros hubieran concluido sus días dentro de una marmita, bien condimentados.  
Gracias a aquellos extraordinarios exploradores llenos de entusiasmo y energía, más de quinientos millones de personas nos comunicamos en un mismo idioma. Porque los idiomas deben servir para unir a las personas y facilitar su comunicación, no para levantar fronteras como pretenden algunos.
Otros hay, que para justificar el repudio a su propia naturaleza dicen: “Es que yo me siento ciudadano del mundo”. Aparte se ser una memez, hay que recordarles que el mundo tuvo conciencia de su dimensión por primera vez en la historia gracias a los españoles. Españoles fueron los que unieron las dos orillas del Atlántico, los que pusieron en contacto a unos seres que se ignoraban por completo, los que globalizaron definitivamente el mundo, los que “cerraron” el globo terráqueo. Españoles fueron los primeros que circunnavegaron el mundo. Españoles los que fundaron innumerables ciudades a lo largo y ancho del continente americano. Podrían haber sido otros, pero fueron los españoles. Por eso me siento orgulloso de aquellos antepasados.
De todas formas, hay que decir que estos voceros de la negatividad no son muy originales, esta tendencia autoflagelante existe, alimentada por los interesados propagadores de la Leyenda Negra, desde que España es España.
Joaquín Bartrina (Reus 1850 – Barcelona – 1880), nos dejó estos versos:
Oyendo hablar a un hombre, fácil es
saber dónde vio la luz del sol.
Si alaba a Inglaterra, será inglés,
Si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español.
Si Bartrina tenía razón, los independentistas deben ser los más españoles de España. Ellos, y esos otros que se regodean insultando a sus conterráneos. Portadores de un buenismo impostado que me temo no es más que un disfraz para socavar los cimientos de esta nación centenaria, entiendo que por pura y simple devoción destructiva.
Se le atribuye a Otto von Bismark, el Canciller de hierro, una reflexión en ese sentido: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido.”
Antonio Cánovas del Castillo, varias veces Presidente del Consejo de Ministros de España, al ser preguntado, cuando se estaba redactando la Constitución de 1876, cómo definiría ser español, contestó con una boutade que podría ser malinterpretada: “Pongan que son españoles los que no pueden ser otra cosa”. Hay que aclarar que lo dijo en privado y en plan chocarrero. También dijo, y esta vez en público: “Con la Patria se está, con razón o sin ella”.
¿De qué nos quejamos? Tenemos mejor clima que los suecos (¡dónde va a parar!), comemos mejor que los ingleses, vivimos más años que los rusos, nos divertimos más que los japoneses, y jugamos al fútbol mejor que los norteamericanos. Prefiero un vaso de Rioja a una copa de champagne, una tortilla de patatas antes que una hamburguesa y donde esté un arroz al senyoret que se quite el sushi.

Deseo fervorosamente que Bismark tuviese razón y España siga durante mucho tiempo intentando destruirse sin conseguirlo. No me gustaría que nuestros descendientes nos recordaran como la generación de la desintegración. 

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