Según el INE a 1/01/18 vivíamos en España 46.659.302 de personas, 22.882.286 hombres y 23.777.015 mujeres; en esa cifra, 4.572.055 de extranjeros.
De todos los que
compartimos territorio, 11.728.600 tenemos más de 60 años, es decir nacimos
antes de 1958. Franco murió en 1975, por eso no cuento a los que nacieron hasta
17 años antes, porque de niño se está a otras cosas y uno no se preocupa de
quién gobierna, ni cómo lo hace, ni en qué entorno vive. Por lo tanto, los que
convivimos conscientemente en la España franquista somos casi 12 millones de personas,
y algunos conservamos cierta memoria todavía. Observando lo que a diario se
dice de esa época en las televisiones y en la inmensa mayoría de los medios no
tengo más remedio que pensar, ¿qué se contará cuando por la inexorable ley de
vida, no quede nadie que pueda decir: Yo estuve allí? Porque, francamente, es
tal el poder persuasivo de las consignas propagadas con machacona insistencia
que yo mismo, ahora, llego a preguntarme: ¿Pero realmente estuve allí? A ver si
todo es una ilusión de mi memoria, o estaba abducido, o ciego, o sordo. Porque
sucede que yo recuerdo mi juventud como una época feliz, dentro de lo que ese
adjetivo se puede aplicar sin exageraciones poéticas. Cuando menos, tan feliz
como pueda ser la de cualquier joven de este tiempo. Más o menos. Aunque un
joven de este tiempo, probablemente me mirará con malos ojos si le digo que yo
no veía asesinar en las cunetas, ni sentía la enorme represión sobre mis rozagantes
espaldas. No podíamos votar; cierto, pero para lo que sirve…, ahora votamos
cada poco tiempo para que hagan con nuestro voto lo contrario de lo que dijeron
que iban a hacer antes de votar. O para que se pongan de acuerdo los que no han
sido votados y al final gobierne uno que no era el que querían los que votaron.
O sea, más o menos. Más o menos como si no hubiéramos votado.
Entonces había
una censura institucionalizada, pero vivíamos con unos márgenes de libertad que
nos permitían desarrollar nuestras vidas con el entusiasmo propio de la
juventud. Al menos en la época de los sesenta y setenta, que es de la que puedo
dar fe.
¿Es que ahora no
hay censura? Una censura tal vez peor, porque es larvada, subterránea, que no
se manifiesta abiertamente, en forma de Gran Hermano mediático que se lanza al
cuello de cualquiera que osa disentir del pensamiento impuesto. Hasta el punto
de que la gente se autocensura, que es la peor forma de la censura, la más
miserable. La gente no se atreve a decir según qué cosas, y vamos avanzando por
el camino de la censura del pensamiento. Que esa sí que es una terrible
dictadura. La dictadura del pensamiento obligado y del pensamiento prohibido.
Por ese camino vamos.
No tengo ninguna
duda de que la auténtica Democracia es preferible a cualquier Dictadura, pero
reivindico mi juventud y la época que me tocó vivir. Quiero recordarla como la
viví y no como los que no la conocieron quieren que la recuerde.
Y, por otra
parte, ¿quién asegura que vivimos en una auténtica Democracia? ¿No será, esta
obsesión por denostar el pasado, un modo de ocultar las miserias y carencias
del presente? En vez de mirar tanto al pasado, haríamos bien en preocuparnos
más del presente para preparar un mejor futuro.
Dejad la historia
para los historiadores, que, siendo la mayoría rigurosos, los hay de todas las
tendencias y cada uno aplica sus propias convicciones a los hechos, por lo
tanto cada cual puede escoger el que le resulte más verosímil. Pero no
permitáis que otros os obliguen a creer a unos y os oculten a otros, porque eso
sí que es vil censura y va contra el libre albedrío de la persona. Haced caso a
vuestro abuelos, que seguramente son más de fiar que los “expertos” que salen
en televisión. Preocupaos del futuro, que el pasado ya no hay quien lo cambie,
por mucho que lo intenten. Y pensad, que,
siguiendo por este camino, cuando seáis abuelos es muy probable que otros intentarán
que creáis que lo que vivisteis no es lo que recordáis, sino lo que ellos dicen
que vivisteis.
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