Según el DRAE, eufemismo es la “manifestación suave o
decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”.
Es una bonita y precisa definición de algo que se suele
utilizar por parte de los políticos simplemente para mentir. Para enmascarar la
abyecta hipocresía de que hacen gala.
El eufemismo es íntimo aliado de lo políticamente correcto,
de la introducción del pensamiento único a través de todos los medios de
difusión.
“-Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty en un tono
desdeñoso-, esa palabra quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni
menos.
-La cuestión es –insistió Alicia-, si se puede hacer que las
palabras signifiquen cosas diferentes.
-La cuestión –cortó Humpty Dumpty-, es saber quién manda.
Eso es todo.”
“Alicia a través del espejo”. Lewis Carroll.
Es el lenguaje el que crea la realidad, sin importar
demasiado cuál sea esa realidad. Es la palabra la que la determina. Surgen nuevos
vocablos sin que a los sabios de la Academia les dé tiempo a actualizar el
diccionario. Supremacismo no lo recoge todavía. Solo supremacía: “Grado supremo
en cualquier línea”. “Preeminencia, superioridad jerárquica”. Algo un tanto desdibujado,
melifluo, muy adecuado a la necesidad del momento de enmascarar la cruda realidad;
que no es otra que un racismo de libro. El más infame y repugnante racismo que
destilan unos personajes repugnantes e infames. La “exacerbación del sentido
racial de un grupo étnico que suele motivar la discriminación y persecución de
otro u otros con los que convive”. Aquí, todavía más sangrante cuando ante la
inexistencia de esa diferenciación de “grupo étnico”, pasa directamente a inventárselo.
Así las apelaciones al ADN, a la proximidad con los suizos, a la raza superior,
o a otras lindezas propias de cerebros enfermizos.
Llamemos a las cosas por su nombre.
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