Llegar a
Santiago de Compostela después de recorrer centenares de kilómetros, caminando
durante muchos días seguidos, es uno de los mayores gozos que puede
experimentar el ser humano.
Alcanzar la
catedral es la culminación de un objetivo conquistado a base de un esfuerzo
sostenido, de un festivo sacrificio constante, de una tenacidad y determinación
mantenidas durante muchas jornadas.
La alegría
que experimenta el ánimo al constatar que hemos logrado el fin que nos
propusimos estalla en un abanico de felicidad que se amalgama con las
venerables piedras del templo. El alma se funde con las de los millones de
peregrinos que a lo largo de los siglos nos precedieron por el camino de la
búsqueda y purificación de nuestro yo intangible. Sentimos la inmensa emoción
de haber llegado a un lugar santo, de haber culminado un viaje existencial.
Al contemplar
el enérgico balanceo del botafumeiro, llenando de suaves aromas las naves de la
catedral, se olvidan de un plumazo todos los afanes pasados, nos sentimos
ligeros como nunca antes, y sentimos que podríamos volar al compás del
majestuoso incensario.
Todo
el mundo debería hacer el Camino al menos una vez en la vida.
Peregrino es
una de las más hermosas palabras del idioma castellano, de armonioso sonido,
suave, reposado, sedoso. Tiene diversos significados.
Peregrino es
el que va de romería a un santuario o lugar sagrado.
Peregrino es
el que anda por tierras extrañas.
Peregrinas
son las aves que migran de un lugar a otro, como el halcón peregrino.
Peregrino es
algo extraño, raro, insólito. Peregrino es también, aquello que resulta absurdo
y sin sentido.
Peregrino es en
fin, poéticamente, algo que está adornado de singular hermosura y perfección.
Peregrinar
es, en sentido figurado y familiar, andar de un lugar a otro buscando o
resolviendo algo.
Los seres
humanos hemos estado durante miles de años, cientos de miles de años tal vez,
moviéndonos sin cesar, yendo de un lugar a otro en busca de comida y agua,
huyendo de los depredadores o escapando de un entorno adverso.
Esa necesidad
de desplazarnos forma parte de nuestra naturaleza.
Los hombres
no solo se trasladaban por necesidades físicas, sino también por anhelos
anímicos. Cuando creían conocer perfectamente su entorno inmediato se
preguntaban qué había más allá y partían en busca de nuevos horizontes, de
nuevos retos. El hombre primitivo veía cada mañana asomar el sol por el mismo
lugar, recorrer el cielo y ocultarse por el lado opuesto. ¿Adónde iba cada día
el sol?, se preguntaba, ¿dónde se ocultaba y por qué? En pos de ese sol que le
calentaba y le daba la vida marcharía hacia el poniente, hasta llegar al fin de
la tierra.
Fragmento de "El Camino de Santiago para jubilados", un libro que tiene el propósito de animar a las personas poco habituadas a las largas caminatas a lanzarse a realizar el Camino.
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