IX – NOVGOROD
Los siguientes días continuaron llegando trenes
cargados de voluntarios hasta completar 19 expediciones con un total de casi veinte
mil hombres.
A Daniel le gustó el campamento. Le pareció enorme,
estaba flanqueado por un frondoso bosque y contenía un espléndido lago y varios
campos de deporte. Los modernos pabellones se hallaban rodeados de jardines y
avenidas asfaltadas. Hasta podían disfrutar de cine y teatro. Los acomodaron en
grandes barracones de madera, con habitaciones habilitadas para acoger a doce
hombres en literas de dos plazas. Daniel se ubicó con todos los amigos de su
hermano. Ricardo, el líder del grupo, alto, enérgico, vanidoso, carismático. Víctor,
rechoncho, bromista, ingenioso, siempre buscando el lado divertido de los
acontecimientos. Paco, curioso y entremetido hasta resultar insolente, no había
pregunta que no se atreviera a formular. Arturo, el más reservado del grupo,
magro de carnes, nariz aguileña, pómulos salidos, hablaba poco y pausadamente,
como si le supusiera un esfuerzo. Adán el Negro, llamado así por el tono
atezado de su piel y por el pelo azabache, alegre y mujeriego, aseguraba
enamorarse varias veces cada día. Isaías completaba el clan de los más íntimos,
era el más vivalavirgen, el que peor se llevaba con la disciplina, el que a
primera vista parecía el menos adecuado para la milicia, fuerte pero
desgarbado, desmañado, de ademanes lentos, en constante conflicto con el
uniforme, los correajes, la gorra o el armamento, era difícil entender qué
hacía en aquel ambiente. Con ellos Daniel se sentía a gusto, aunque era cinco o
seis años más joven que el resto, se había integrado enseguida en el grupo, lo
habían acogido con agrado y se llevaba bien con todos. La habitación la
completaban otros cinco voluntarios que habían conocido en el tren, todos muy
jóvenes, ilusionados y llenos de energía.
Por la mañana empezaron a distribuir el nuevo
equipamiento, cascos, uniformes, botas, mochilas, abrigos, ponchos, armamento
compuesto de machete y fusil, y multitud de objetos para el aseo personal. Las chanzas
continuaron a cuenta de las prendas recibidas. A los más livianos, caso de
Daniel, la camiseta les llegaba hasta las rodillas y los calzoncillos hasta el
pecho. Las mangas de la camisa debía recogerlas para que asomaran las manos y
el capote le arrastraba por el suelo.
Durante unos pocos días hicieron instrucción intensiva
y se empezaron a familiarizar con el ambiente de la milicia, con el uso del
nuevo armamento y con el manejo de vehículos y caballos. El 31, todos los
divisionarios formaron en el campo de entrenamiento, frente a una tribuna en la
que se hallaban los mandos flanqueados por las banderas de España y Alemania.
Asistieron a la misa de campaña, y al acabar, un toque de corneta les conminó a
colocarse en posición de firmes. En medio de un absoluto silencio, por los
altavoces resonó la voz del jefe alemán leyendo el juramento de lealtad, a
continuación, el coronel divisionario repitió las palabras en español:
-¿Juráis ante Dios y por vuestro honor de españoles
absoluta obediencia al jefe del Ejército alemán, Adolf Hitler, en la lucha
contra el comunismo, y juráis combatir como valientes soldados, dispuestos a
dar la vida en cada instante por cumplir este juramento?
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