El Ebro se desborda. Otra vez.
En 2004, por una nefasta conjunción astral (no encuentro
otra explicación para comprender tamaña desgracia), llegó al poder alguien que
jamás debería haber llegado. Una de sus primeras decisiones nocivas, de las muchas
que perpetró a lo largo de su aciago mandato, fue derogar el Plan Hidrológico
Nacional que se había aprobado por mayoría unos meses antes. La obra contaba
con la financiación necesaria, proveniente de la Unión Europea, y ya se estaba
iniciando su ejecución. Se expusieron muchas razones para su anulación, una de
las más repetidas fue que el río no tenía caudal suficiente para derivar una cantidad,
por pequeña que fuese, a las tierras del sur, tan asiduamente necesitadas de
irrigación. Desde entonces acá, como ya había sucedido innumerables veces a lo
largo de la historia, y como seguirá sucediendo, las crecidas anuales han sido
constantes, sobrepasando el cauce normal e inundando los terrenos adyacentes. La
de este año es particularmente intensa, pero en menor o mayor medida es raro el
año en que el río no se desborda. Si se hubiera ejecutado el trasvase, mucha de
esa agua que daña haciendas y acaba vertiendo al mar, se aprovecharía para
llenar embalses con los que aliviar durante muchos meses la sequía de otra
tierras necesitadas, y en alguna medida, al evacuar el cauce con mayor rapidez,
serviría para suavizar los destrozos que la crecida provoca. Agua que ahora provoca daños se aprovecharía para crear riqueza.
Las verdaderas razones de la derogación se sospecha que no
fueron técnicas sino políticas. El trasvase vertebraba regiones y hermanaba
tierras que algunos quieren separar, y eso provocaba sarpullidos en los que disfrutan
levantando barreras artificiales. Una obra útil, racional, lógica y beneficiosa,
se fue al garete cuando estaba a punto de iniciarse y este gobierno tampoco ha demostrado
el menor interés por recuperarla. Por motivaciones políticas o simplemente por
estupidez. O por ambas cosas a la vez, porque los motivos políticos y la
estupidez suelen ir de la mano en muchas ocasiones.
En su momento se organizaron manifestaciones multitudinarias
en las que se gritaba: “No al trasvase, el río es nuestro”. No me quiero
acordar pero me acuerdo. Las imágenes que estos días nos muestran los estragos
que producen las aguas desbordadas y las evacuaciones forzosas de la población
mueven a solidarizarse con los damnificados. Una solidaridad que echamos muy en
falta hace unos años con los también afectados por las recurrentes sequías que
se producen en el sureste de España.
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