Las terribles imágenes que nos llegan de la angustiosa situación que están viviendo muchas familias que intentan abandonar Afganistán para escapar de una matanza cierta, me ha hecho recordar unos sucesos muy parecidos que tuvieron lugar mucho más cerca de nosotros hace apenas seis décadas.
En mi novela “Me
quedé en Tánger” hago una somera relación de aquellos hechos.
“Cuando Francia reconoció
la independencia de Argelia, salieron camino de la metrópoli 700.000 franceses.
Demasiada gente de golpe para ser bien recibidos, la guerra había sido muy
larga y había dejado muchos muertos por el camino, no los miraban con buenos
ojos, no los consideraban auténticos franceses, eran otra cosa, eran pieds noirs.
Muchos de los que mantenían
la nacionalidad española prefirieron distribuirse por la costa levantina. Los más
recalcitrantes estuvieron aguantando hasta última hora, esperando sin
esperanzas a que se produjera un milagro y pudieran permanecer en la tierra en
la que llevaban tres generaciones, en la que habían nacido ellos y sus hijos, y
en la que estaban enterrados sus padres y abuelos. Pero como era previsible no
hubo ningún milagro, hace muchos siglos que ya no se producen.
Al final tuvieron que
escapar precipitadamente. El 27 de junio de 1962 5.500 españoles se agolpaban
en el puerto de Orán esperando a ser embarcados para huir de la masacre
inminente. La revolución se había adueñado de las calles de Oran y todos los
extranjeros eran considerados enemigos que había que eliminar. El gobierno
español había enviado dos vapores, el “Virgen de África” y el “Victoria”, que
esperaban en aguas internacionales el permiso de las autoridades francesas para
entrar en el muelle.
Durante tres días el
gobierno francés denegó la autorización con el consiguiente nerviosismo de las
familias que se amontonaban presas de la angustia. El ejército francés mantenía
acordonados los muelles con un fuerte dispositivo de protección, pero ya se
habían comprometido con las nuevas autoridades en los plazos de la retirada. El
30 de junio sus tropas iban a ser acuarteladas y la gente que permanecía en el
puerto quedaría indefensa. La situación era ya desesperada.
En el límite del tiempo,
desde Madrid se envió un mensaje a París: “Si la vida de los españoles corre
peligro intervendrá nuestro ejército”.
El gobierno francés no
podía tolerar una intervención extranjera. Ese mismo día se concedió el permiso
para que entrasen los dos barcos, atracaron poco después del mediodía y a las
cuatro de la tarde los españoles partieron rumbo a Alicante donde llegaron a
las dos de la madrugada. Aún hubo muchos que se quedaron en la ciudad. Hasta el
5 de julio centenares de europeos fueron asesinados en las calles de Orán.”
A pesar del éxodo masivo todavía se habían quedado en la ciudad varios miles de europeos. Según contaba el diario “El País” en su edición de 29/06/2012, estaba acordado que el 5 de julio de 1962 iba a proclamarse la independencia de Argelia, “pero horas antes los disparos en el transcurso de una manifestación de alegría de argelinos en la plaza de Armas de Orán, desataron primero el pánico y después una matanza de europeos perpetrada por el Ejército de Liberación Nacional, la resistencia armada argelina, y civiles espontáneos provistos de armas blancas. Dispararon contra las terrazas de los cafés, contra los automovilistas; hubo ejecuciones sumarias, secuestros, ahorcamientos y mutilaciones en plena calle hasta que, con horas de demora, el general francés Katz ordenó a sus 18.000 soldados que interviniesen. El balance de víctimas oscila, según las fuentes, entre 400 y 3.000 muertos y desaparecidos en tres horas.”
Los trágicos
sucesos de Kabul tienen precedentes muy cercanos aunque nuestra memoria
selectiva procure obviarlos. La naturaleza humana es olvidadiza pero redundante.
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