La escuadra
cruzó el Atlántico y se dirigió primero a Martinica para reabastecerse de
combustible, pero allí no le suministraron el carbón que necesitaba y tuvo que
llegar hasta Curaçao, donde pudo cargar solo parcialmente. Escasamente
aprovisionada puso la derrota hacia Cuba pero temiendo no llegar en buenas
condiciones hasta La Habana, entró en la bahía de Santiago, donde pensaba que
podría abastecerse convenientemente.
El hecho de
resguardarse en la bahía sin haber sufrido ningún encuentro con la armada
estadounidense se consideró en un primer momento un éxito, ya que había burlado
el bloqueo que los yanquis habían establecido en la isla para intentar que no
llegaran refuerzos procedentes de la península.
Los barcos que
el día 19 entraron en la amplia ensenada fueron el acorazado Colón, los cruceros María Teresa, Vizcaya y Oquendo, los destructores Furor y Plutón (el Terror había
quedado abandonado en Martinica ante la imposibilidad de que continuara
navegando), 2 vapores y 3 torpederos con las calderas tan deterioradas que
tenían que ser remolcados.
Al conocerse la
noticia los barcos americanos que había frente a La Habana empezaron a
dirigirse a Santiago, de modo que el día 23 de mayo quedó totalmente despejado
el horizonte frente a la capital. Entonces se empezó a plantear la posibilidad
de salir de la bahía antes de que un bloqueo más efectivo hiciera imposible
emprender esa maniobra. Cervera reunió a sus mandos y por unanimidad decidieron
permanecer al abrigo, el abastecimiento iba muy despacio y los buques solo
habían podido ser provistos hasta ese momento con una tercera parte del
combustible necesario, y además la estrechez de la bocana de salida obligaba a
navegar de uno en uno y a poca velocidad, con lo que serían fácil presa para
los barcos apostados al otro lado. Por lo tanto decidieron abastecerse por
completo y aguardar alguna circunstancia que permitiera emprender la salida con
algunas garantías de éxito.
El día 26 una
fuerte borrasca obligó a los barcos norteamericanos a retirarse de la costa
para capear el temporal en alta mar. Cervera convocó una reunión de sus mandos
para dilucidar si era el momento de intentar la salida. Se decidió efectuarla a
las cinco de la tarde y se encendieron todas las calderas de los buques, pero
no se salió. Dos horas después del mediodía empezó a aclarar el tiempo y se
detectó la presencia de tres navíos enemigos en la proximidad de la bocana. Se
dio marcha atrás en la primera decisión. Cervera prefirió apoyar a las fuerzas
terrestres con parte de la marinería mientras continuaba con dudas e
indecisiones sobre el destino de los barcos. Se sucedieron reuniones con los
mandos e intercambio de mensajes con el Capitán General y el Ministro de
Marina, mientras los yanquis iban reforzando el bloqueo. El día 29 la escuadra
norteamericana ya había colocado frente a la bahía veintiún buques, de ellos
seis acorazados.
En La Habana
seguíamos los acontecimientos con creciente preocupación. Aunque la retirada de
los buques americanos se había acogido con cierto alivio, las noticias que
llegaban del otro extremo de la isla eran cada vez más inquietantes. El momento
de euforia que se vivió con la presencia de la escuadra se diluyó muy deprisa.
El padre Patrocinio se iba enervando a medida que pasaban los días sin
vislumbrarse ninguna acción positiva.
-¡Pero qué
políticos más inútiles tenemos! -decía mientras intentaba aflojar el alzacuello
que se le enroscaba al garguero dificultándole hasta la respiración-. ¡Qué
inutilidad más absoluta en los gobernantes y en algunos mandos del
ejército!
-Pero padre,
¿qué está diciendo? ¿Ya no confía en las autoridades?
-¡Ay, Señor! Si
estuviera don Antonio Cánovas esto no estaría pasando. Pero el Señor se lo
llevó a su lado. Antes de tiempo, Señor -decía mirando al cielo-, perdóname si
peco de osado, Dios mío, pero creo que lo reclamaste antes de tiempo. Con él
aquí esto no estaría pasando. ¿Pero quién les mandó entrar en Santiago en vez
de venir a La Habana? Es aquí donde debería celebrarse la batalla. Aquí tenemos
excelentes defensas, estamos bien abastecidos, disponemos de suficientes
fuerzas bien dispuestas para la lucha. ¿Pero qué hay allí? Unas tropas escasas
y desmoralizadas, agotadas, mal alimentadas y rodeadas por los guerrilleros.
Todo lo más, tendrán víveres para sobrevivir unas pocas semanas. ¿A quién se le
ocurre llevar el centro del conflicto al lugar más desfavorable? Nunca deberían
haber entrado, aquello es una ratonera, se puede minar la entrada para que no
accedan los yanquis, pero también ellos pueden minar la salida y nuestros
barcos quedarán inutilizados por completo. Sería lo último que cayeran en su
poder, los buques no deben entregarse al enemigo, las ordenanzas exigen antes
hundirlos o estrellarlos contra las rocas. Deben salir de allí de inmediato.
¿Qué están esperando?
-Padre, puede
que sea producto de una estrategia que desconocemos.
-¿Estrategia?
Estos políticos están demostrando que no saben dónde tienen la mano derecha. No
han previsto nada, están actuando a salto de mata. Les ha pillado el toro como
a un novillero novato.
-Ha pasado usted
en unos días de la euforia al más absoluto pesimismo.
-Es que antes
desconocía aspectos fundamentales de la realidad. Y no soy el único, en la
Comandancia se están enterando ahora de la auténtica situación. Pensaban que
teníamos una escuadra con garantías y resulta que no es así ni de lejos. A eso se
le añade el desbarajuste en el mando y la catástrofe está servida. ¡Pero si el
gobernador Blanco y el almirante Cervera ni se hablan! Se comunican a través
del general Linares que es el que tiene el mando en Santiago, pero así no hay
modo, tiene que haber un jefe único. Es imperativo. Ya dijo Maquiavelo que es
mejor dar el mando a un mediocre que repartirlo entre dos ilustres. Eso debería
saberlo todo el mundo. Y como además el gobierno no toma ninguna decisión, se
van pasando los días y los yanquis van reforzando sus posiciones con absoluta
comodidad. ¿Pero qué va a saber hacer este gobierno ahora si en todos los
últimos años no lo ha sabido? Ellos nos han llevado a esta situación de
inferioridad. ¡Qué vergüenza! ¡Qué basura de políticos! Si le hubieran hecho
caso a don Isaac Peral les barreríamos en un decir amén. Su ingenio submarino
hubiera sido a día de hoy una máquina de guerra imparable. Tuve el honor de
conocer al señor Peral en la guerra de los diez años y ya por entonces andaba
dándole vueltas a su invento, ¡qué cerebro!, un portento. Más tarde logró que
la Reina se interesara por su proyecto y lo apoyara, y así consiguió botar su
submarino en el 88 en La Carraca, en San Fernando.
-¡En mi tierra!
-Allí fue. El
ensayo se realizó a plena satisfacción, cumpliendo todas las expectativas, un
éxito absoluto. ¿Se imaginan en las actuales circunstancias un navío capaz de
navegar bajo el mar y lanzar torpedos? Sería demoledor. Pero no, no disponemos
de él. ¿Y por qué? ¿Qué pasó después de la exitosa botadura? Que los políticos
empezaron a incordiar y todo se fue al traste. En otro ensayo posterior el
ministro de Marina del momento, el almirante Beránguer, emitió un informe
desfavorable y se inició una campaña de desprestigio contra don Isaac en la
prensa. ¡Otra vez la prensa! Tal fue el ensañamiento y el inusitado afán por
desacreditarlo que Peral, harto de insidias, acabó abandonando la marina. Así
es como tratamos a nuestros hombres más ilustres. Pobre España mía.
-Padre, me
parece que después de animarnos usted durante tanto tiempo, ahora vamos a ser
nosotros los que tengamos que darle ánimos.
-¡Ay, hija mía!
Estoy viendo las cosas muy mal.
-¿Y qué cree que
va a pasar?
-No lo sé, pero
me temo lo peor. Tengo la impresión de que el Gobierno no quiere que el
conflicto se prolongue porque las protestas en España son cada vez mayores y es
muy probable que tema un levantamiento popular. Y el modo más rápido de acabar
la guerra es perdiéndola.
Yo ya había tomado la decisión de regresar a España y los pesimistas
augurios del cura solo sirvieron para que intentara acelerar la marcha.Fragmento de "La indiana Manuela", novela que se desarrolla a finales del siglo XIX, en la isla de Cuba. Disponible en Amazon en digital y en papel.
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