La negra la agarró por la muñeca y
tiró de ella sin muchos miramientos. La llevó por un arriate que costeaba un
hermoso jazmín en el que aún sobrevivían algunas flores. La planta camuflaba
con su frondosidad una estrecha puerta por donde se introdujeron accediendo a
un pequeño habitáculo en el que solo había un jergón, un pequeño ataifor y unos
cuantos trastos desordenados en un rincón.
Una vez en el interior, la mujer se
plantó ante la muchacha con las piernas separadas y los brazos en jarras y la
miró de arriba abajo con expresión de desagrado. Detuvo su vista en el vientre
intentando adivinar,
-¿Cuánto hace? -preguntó con una
voz ronca que intimidaba a la joven.
-Dos meses -respondió en un
susurro.
La negra movió la cabeza con
disgusto y profirió unas palabras que la chica no comprendió.
-¿Cuánto dinero llevas?
Zaida metió la mano en la
faltriquera y le enseño el saquito con las monedas.
La mujer se lo arrebató, lo sopesó
y lo dejó sobre el ataifor.
-Bien, voy a preparar un bebedizo.
Espera aquí. Tardaré un poco.
La muchacha se sentó en el camastro
con la cabeza entre las manos. Al quedarse sola volvió a sentirse aterrada. Por
un instante tuvo deseos de salir corriendo, volver a su casa y dejar que la
vida siguiera su curso.
Al instante siguiente rechazó el
impulso.
Nadie se lo iba a perdonar,
probablemente ni Abdelaziz entendería la situación. Había escuchado muchísimas
veces a las mujeres hablar de tal o cual joven a la que le había ocurrido lo
que a ella. Quedaban marcadas para toda la vida. La mayoría acababa en los
burdeles del río. Su padre ya no estaba y no podría repudiarla, pero ahora
ejercía la autoridad en la casa el hermano, Hassán el rojo, que era todavía más
estricto. Sentía pánico al imaginar lo que podría llegar a hacer si se
enterara. Nadie debía saberlo, ni siquiera su madre. Cuando se hablaba de estas
cosas, las mujeres siempre decían que la negra era una experta, que no dejaba
trazas, que hacía un trabajo rápido y limpio, que lo había hecho tantas veces
que para ella era tan sencillo como ir al pozo a por agua.
Cierto era que no le había gustado
su aspecto; era una mujer desagradable, olía mal, despedía un repugnante tufo a
rancio, tenía un expresión irritante con ese labio superior como arrugado. La
cabeza era enorme y el pelo crespo y sucio la hacía parecer aún más voluminosa,
y su cuerpo era tan grande y gordo que la agobiaba con su presencia. Un momento
antes, cuando estaba en el centro del pequeño cuarto, llegó a pensar que le
faltaba el aire, que todo se lo quedaba la negra.
Pero ya no había remedio. Además no
conocía a nadie más y en cualquier caso, todas decían que esta era la mejor.
Tenía que tener en cuenta que la había despertado en mitad de la noche, en
cierto sentido era normal que estuviera molesta. Tardaba mucho en regresar,
¿qué estaría haciendo?, un bebedizo dijo, ¿qué clase de bebedizo?, ¿tanto se
tarda en preparar uno?
Fragmento de "La perla de al Ándalus", novela histórica que se desarrolla en los inicios del siglo XI en Qurtuba, la capital de al Ándalus, cuando, tras la muerte de Almanzor, inició su declive.
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