viernes, 10 de junio de 2016

Raisuni.

La cerrada y abundante barba negra destacaba sobre la alba vestimenta agigantando las proporciones de su redondo rostro. Nos señaló un hueco donde sentarnos y nos dirigió una larga parrafada de salutación y buenos deseos.  
Nos dijo que el padre de Hamido era un buen amigo suyo desde los tiempos en los que estuvo residiendo en Tánger y que se sentía halagado de recibir a su hijo primogénito junto al amigo español que “era como su hermano”. Unos esclavos negros nos aproximaron una bandeja con varios vasitos de té y estuvimos escuchando en silencio durante más de una hora. Y asintiendo a todo lo que quiso decirnos, incluso a lo que no me gustaba.
Habló con voz ronca, casi subterránea, durante un tiempo que se me hizo interminable sin que nadie osara interrumpirle. Sus labios, gruesos como salchichas, apenas se movían para dejar escapar un discurso pausado y monótono que aparentaba no tener fin. Sujetaba en las manos un tasbith con cuentas de ámbar negro que deslizaba sin cesar entre sus recios dedos. Parecía tener una memoria prodigiosa porque adornaba sus explicaciones con anécdotas, fechas y nombres sin un solo titubeo.

Nos dijo que su pueblo lo había elegido a él como cherif porque era descendiente de cherifes y él tenía el sagrado deber de proteger a su gente. Desde que sus manos tuvieron la fuerza necesaria para sostener un rifle, antes de que aparecieran pelos en su cara, se había impuesto la tarea de amparar y liderar a su pueblo. Alá le había concedido la baraka, la gracia bendita, la gente de Yebala lo sabía y por eso su palabra era ley. Si él ordenara a algún hombre que se dejase matar, el señalado no haría preguntas y obedecería sin rechistar. Así estaba dispuesto.
- Los extranjeros quieren imponernos su justicia -decía-, pero son ignorantes, porque no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. ¿Cómo puede un hombre juzgar lo que no entiende? Si me traen un ladrón y queda probada su culpabilidad, allí mismo hay un esclavo preparado con el hacha para segarle el brazo. De un solo tajo se lo corta y a continuación le empapa con brea el muñón.
- Los extranjeros -proseguía-, dependen del juicio de hombres que pueden ser comprados, ¿puede llamarse a eso justicia? Les atemorizan unas cuantas cabezas empaladas en las murallas porque no saben que la gente se olvida pronto del que está oculto en una celda, pero tienen muy presente la cabeza cortada luciendo sobre una pica. Si ves una infección venenosa lo mejor es cortar por lo sano enseguida, en vez de hacer muchos cortes inútiles. Los extranjeros quieren hacer de nosotros buenos europeos pero sólo conseguirán hacer malos árabes. Si se separa a un hombre de sus creencias se queda sin suelo bajo sus pies.
Hablaba sin trazas de fatiga, con un verbo que se asemejaba al torrente de un arroyo, constante e invasor, como hablan los hombres que se imponen a sus semejantes, envolviéndolos y abrumándolos con su verbosidad.
- Si alguien quiere llegar pronto al cielo -nos dijo-, no tiene más que solicitar estar a mi lado en las batallas. Las balas que me disparan se desvían antes de alcanzarme, para pasar a mis costados. En nombre del Dios Misericordioso, el Único, el que Todo lo Sabe y Todo lo Puede, tenemos que ver nuestra tierra libre de extraños que quieren arrebatarnos nuestras riquezas para llevárselas a sus países. Tenemos que vernos libres de esos que mantienen a nuestro pueblo sumido en la miseria mientras nos saquean con absoluta impunidad. 

Fragmento de "Me quedé en Tánger", novela que transcurre entre Tánger y el norte de Marruecos durante la primera mitad del siglo XX.
Disponible en Amazon, en versión digital y en papel.
 ME QUEDÉ EN TÁNGER (Spanish Edition)


Formato: Versión Kindle Compra verificada
Una novela muy interesante. A través de la vida del protagonista se hace un repaso a la historia de los españoles en Tánger y el Norte de Marruecos durante el siglo pasado, con especial incidencia en la catastrófica guerra del Rif. Está llena de anécdotas y se disfruta su lectura hasta la última página. Yo por lo menos he disfrutado leyéndola y me he enterado de muchas cosas que desconocía. La recomiendo.

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