En el verano de 1537, le llegaron noticias de
nuevos incidentes en Cuzco, esta vez causados por las desavenencias con
Almagro. Cuando Martín regresó a España, lo hizo en el mismo barco que traía a
Fernando Pizarro para visitar la Corte. El Emperador quedó tan satisfecho con
el tesoro que trajo y con sus relatos de la conquista, que accedió a sus
demandas y a las de su hermano. Confirmó las concesiones ya acordadas al
gobernador Francisco Pizarro y añadió a su jurisdicción otras 70 leguas al sur
de los límites anteriores. A Almagro le concedió el derecho de descubrimiento y
posesión de hasta 200 leguas de las tierras situadas al sur de las de Pizarro. La
expedición que organizó Almagro para descubrir los nuevos territorios resultó
un completo fracaso. Al principio utilizó la calzada del Inca, pero después
tuvo que internarse en los pasos de la cordillera, caminar por estrechos
senderos que bordeaban barrancos vertiginosos, atravesar ríos caudalosos y
bravíos, y soportar los intensísimos fríos de las alturas. Las bajas
temperaturas mataron a decenas de indios y negros esclavos, algunos perdieron
la vista, a otros muchos se les congelaron las extremidades. Al quedarse sin
víveres tuvieron que comerse algunos caballos. Cuando salieron de la trampa de
las montañas, solo encontraron nativos salvajes y aguerridos que les dieron
cruenta guerra, y ningún oro del que pensaban hallar. A la vista de la
dificultad de la empresa y de los nulos resultados decidieron volver. Tardaron
dos años en recorrer más de dos mil kilómetros en condiciones extremas, salvando
cumbres nevadas y áridos desiertos, perdiendo más de quinientos hombres, y
exponiendo a todos los demás a seguir el mismo fin. Almagro volvió con la
intención de asentarse en Cuzco, consideraba que la ciudad entraba dentro de la
jurisdicción que le había sido acordada por el rey. La línea divisoria se había
establecido en la costa, en la desembocadura del río Santiago, pero al
prolongarla hacia el interior no quedaba claramente definida y se prestaba a
las discusiones que efectivamente se produjeron. Cada bando pretendía tener
razón y no había una autoridad que definiera exactamente los límites. A pesar
de las enormes pérdidas aún contaba con fuerzas superiores a las que le podía
oponer Fernando Pizarro. Entró en Cuzco, apresó a Fernando y Gonzalo Pizarro, y
tomó posesión de la ciudad.
Se sucedieron conversaciones entre los
antiguos socios que se prolongaron durante meses. Finalmente Almagro accedió a
liberar a Fernando Pizarro con la promesa de que este regresaría inmediatamente
a España. Pero en cuanto estuvo con su hermano, se olvidaron del compromiso y
prepararon un ejército para marchar sobre Cuzco. El 26 de abril de 1538, las
tropas de uno y otro bando se enfrentaron en la llanura de Las Salinas, a menos
de una legua de Cuzco. Las faldas de las colinas circundantes se llenaron de
indios dispuestos a asistir al espectáculo de una batalla entre españoles, en
la que por primera vez no tenían que exponer ellos sus vidas. Almagro era viejo
y estaba muy enfermo, no podía montar y tenía que ser llevado en litera. Confió
su ejército al mando de Rodrigo Orgóñez. La batalla duró poco, apenas un par de
horas, las tropas de Fernando Pizarro se impusieron y Almagro fue hecho
prisionero. La pelea fue breve pero cruenta, el campo quedó salpicado de los
cuerpos de docenas de muertos, a media noche todos los cadáveres estaban
desnudos, los indios que contemplaron la batalla desde las alturas, bajaron y
se llevaron las ropas y las armas de los que habían caído.
Ahora era Almagro el preso y Fernando Pizarro
el carcelero. Cuando la situación fue la opuesta, Almagro respetó la vida de su
enemigo, pero esta vez las cosas ocurrieron de modo distinto. Pizarro no tuvo
compasión, después de tenerlo algo más de dos meses en prisión, le sometió a un
rápido juicio, se le condenó a muerte, y Don Diego de Almagro, conquistador,
descubridor y Adelantado de Chile, fue estrangulado con el garrote, y su
cadáver decapitado en la plaza Mayor de Cuzco.
Pocos días después, Francisco Pizarro entró
en Cuzco entre vítores y fanfarrias. Ya no tenía ningún enemigo interno, los
partidarios de Almagro perdieron todos sus privilegios y fueron dispersados;
Pedro de Valdivia, con una nueva expedición, a Chile; Francisco de Olmos a la
bahía de San Mateo; García de Alvarado a Huánuco.
Francisco Pizarro era el dueño y señor de
todo el Perú, amasaba una inmensa fortuna, poseía encomiendas en las que
tributaban 30.000 indios, era propietario de palacios, terrenos, rebaños,
barcos y minas, y el rey le había otorgado el título de Marqués.
En el verano de 1541 le llegó la noticia de
la muerte de Pizarro. Un grupo de diez o doce partidarios del hijo de Almagro,
al mando de Juan de Herrada, fueron a su casa y lo abatieron a estocadas. El
gobernador se encontraba en compañía de unos amigos y de su hermano de madre,
Francisco Martín de Alcántara. Cuando
oyeron el tumulto, la mayoría de los invitados se apartó y dejó solos a los dos
hermanos que, armados de sus espadas, se enfrentaron con arrojo al numeroso
grupo de asaltantes. Martín de Alcántara recibió una estocada en el pecho que
lo atravesó y cayó muerto. El viejo conquistador se defendió solo durante unos
minutos, manteniendo a raya a los que querían acabar con su vida. A pesar de la
edad, seguía manteniendo la energía y el coraje que había acreditado durante
toda su vida. Conservaba la fuerza y la pericia con la espada que le habían
hecho a vencedor de mil batallas. Pero los enemigos eran muchos, lo rodearon y
le atacaron por todos lados. Lo cosieron a estocadas, en un brazo, en las
piernas, en el pecho, una le sajó la garganta, la sangre manó a borbotones,
viéndose morir pidió confesión pero se la negaron. Se llevó la mano a la
herida, y con los dedos llenos de sangre trazó la señal de la cruz en el suelo.
Después se desplomó sobre ella, muerto.
Curiosamente, el jefe de los asaltantes era
Juan de Herrada, el mismo que había actuado de abogado defensor en el juicio de
Atahualpa.
CON EL ALMA ENTRE LOS DIENTES.
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