jueves, 26 de junio de 2014

El 26 de junio de 1541 murió Francisco Pizarro.

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En el verano de 1537, le llegaron noticias de nuevos incidentes en Cuzco, esta vez causados por las desavenencias con Almagro. Cuando Martín regresó a España, lo hizo en el mismo barco que traía a Fernando Pizarro para visitar la Corte. El Emperador quedó tan satisfecho con el tesoro que trajo y con sus relatos de la conquista, que accedió a sus demandas y a las de su hermano. Confirmó las concesiones ya acordadas al gobernador Francisco Pizarro y añadió a su jurisdicción otras 70 leguas al sur de los límites anteriores. A Almagro le concedió el derecho de descubrimiento y posesión de hasta 200 leguas de las tierras situadas al sur de las de Pizarro. La expedición que organizó Almagro para descubrir los nuevos territorios resultó un completo fracaso. Al principio utilizó la calzada del Inca, pero después tuvo que internarse en los pasos de la cordillera, caminar por estrechos senderos que bordeaban barrancos vertiginosos, atravesar ríos caudalosos y bravíos, y soportar los intensísimos fríos de las alturas. Las bajas temperaturas mataron a decenas de indios y negros esclavos, algunos perdieron la vista, a otros muchos se les congelaron las extremidades. Al quedarse sin víveres tuvieron que comerse algunos caballos. Cuando salieron de la trampa de las montañas, solo encontraron nativos salvajes y aguerridos que les dieron cruenta guerra, y ningún oro del que pensaban hallar. A la vista de la dificultad de la empresa y de los nulos resultados decidieron volver. Tardaron dos años en recorrer más de dos mil kilómetros en condiciones extremas, salvando cumbres nevadas y áridos desiertos, perdiendo más de quinientos hombres, y exponiendo a todos los demás a seguir el mismo fin. Almagro volvió con la intención de asentarse en Cuzco, consideraba que la ciudad entraba dentro de la jurisdicción que le había sido acordada por el rey. La línea divisoria se había establecido en la costa, en la desembocadura del río Santiago, pero al prolongarla hacia el interior no quedaba claramente definida y se prestaba a las discusiones que efectivamente se produjeron. Cada bando pretendía tener razón y no había una autoridad que definiera exactamente los límites. A pesar de las enormes pérdidas aún contaba con fuerzas superiores a las que le podía oponer Fernando Pizarro. Entró en Cuzco, apresó a Fernando y Gonzalo Pizarro, y tomó posesión de la ciudad. 

Se sucedieron conversaciones entre los antiguos socios que se prolongaron durante meses. Finalmente Almagro accedió a liberar a Fernando Pizarro con la promesa de que este regresaría inmediatamente a España. Pero en cuanto estuvo con su hermano, se olvidaron del compromiso y prepararon un ejército para marchar sobre Cuzco. El 26 de abril de 1538, las tropas de uno y otro bando se enfrentaron en la llanura de Las Salinas, a menos de una legua de Cuzco. Las faldas de las colinas circundantes se llenaron de indios dispuestos a asistir al espectáculo de una batalla entre españoles, en la que por primera vez no tenían que exponer ellos sus vidas. Almagro era viejo y estaba muy enfermo, no podía montar y tenía que ser llevado en litera. Confió su ejército al mando de Rodrigo Orgóñez. La batalla duró poco, apenas un par de horas, las tropas de Fernando Pizarro se impusieron y Almagro fue hecho prisionero. La pelea fue breve pero cruenta, el campo quedó salpicado de los cuerpos de docenas de muertos, a media noche todos los cadáveres estaban desnudos, los indios que contemplaron la batalla desde las alturas, bajaron y se llevaron las ropas y las armas de los que habían caído.

Ahora era Almagro el preso y Fernando Pizarro el carcelero. Cuando la situación fue la opuesta, Almagro respetó la vida de su enemigo, pero esta vez las cosas ocurrieron de modo distinto. Pizarro no tuvo compasión, después de tenerlo algo más de dos meses en prisión, le sometió a un rápido juicio, se le condenó a muerte, y Don Diego de Almagro, conquistador, descubridor y Adelantado de Chile, fue estrangulado con el garrote, y su cadáver decapitado en la plaza Mayor de Cuzco.

Pocos días después, Francisco Pizarro entró en Cuzco entre vítores y fanfarrias. Ya no tenía ningún enemigo interno, los partidarios de Almagro perdieron todos sus privilegios y fueron dispersados; Pedro de Valdivia, con una nueva expedición, a Chile; Francisco de Olmos a la bahía de San Mateo; García de Alvarado a Huánuco.

Francisco Pizarro era el dueño y señor de todo el Perú, amasaba una inmensa fortuna, poseía encomiendas en las que tributaban 30.000 indios, era propietario de palacios, terrenos, rebaños, barcos y minas, y el rey le había otorgado el título de Marqués.

En el verano de 1541 le llegó la noticia de la muerte de Pizarro. Un grupo de diez o doce partidarios del hijo de Almagro, al mando de Juan de Herrada, fueron a su casa y lo abatieron a estocadas. El gobernador se encontraba en compañía de unos amigos y de su hermano de madre, Francisco Martín de Alcántara.  Cuando oyeron el tumulto, la mayoría de los invitados se apartó y dejó solos a los dos hermanos que, armados de sus espadas, se enfrentaron con arrojo al numeroso grupo de asaltantes. Martín de Alcántara recibió una estocada en el pecho que lo atravesó y cayó muerto. El viejo conquistador se defendió solo durante unos minutos, manteniendo a raya a los que querían acabar con su vida. A pesar de la edad, seguía manteniendo la energía y el coraje que había acreditado durante toda su vida. Conservaba la fuerza y la pericia con la espada que le habían hecho a vencedor de mil batallas. Pero los enemigos eran muchos, lo rodearon y le atacaron por todos lados. Lo cosieron a estocadas, en un brazo, en las piernas, en el pecho, una le sajó la garganta, la sangre manó a borbotones, viéndose morir pidió confesión pero se la negaron. Se llevó la mano a la herida, y con los dedos llenos de sangre trazó la señal de la cruz en el suelo. Después se desplomó sobre ella, muerto.  

Curiosamente, el jefe de los asaltantes era Juan de Herrada, el mismo que había actuado de abogado defensor en el juicio de Atahualpa.

CON EL ALMA ENTRE LOS DIENTES.
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Con el alma entre los dientes: De Tenochtitlán a Cajamarca

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