Rápidamente se
enzarzaron en una conversación apresurada mientras se estudiaban mutuamente.
Le había dicho Vicente
que era muy joven pero ahora que la observaba de cerca no le parecía tanto.
Quizás habría pensado, más bien, que andaba cerca de los treinta. A lo mejor la
sensación de más edad la provocaba su físico, le parecía altísima. Todo en ella
daba sensación de grande. Mientras hablaba movía las manos con lentitud, como
apoyando sus palabras. Eran unas manos larguísimas. Las movía con elegancia,
casi como si bailaran.
De entrada le
caía bien. Había temido que fuera una mujer mal encarada o de trato tosco, pero
a medida que hablaba le iba pareciendo una persona educada, le agradaba su
aspecto. Inspiraba cierta confianza. Tal vez no fuera tan mala idea, si era
dispuesta para enfrentarse con las tareas de la casa, tal vez pudiera servir.
- ¿Te gustan las
faenas de la casa? -preguntó.
- Bueno, tengo
tres hermanos y en mi casa siempre he tenido que ocuparme de muchas cosas
ayudando a mi madre. Se me da bien. Me gusta mucho cocinar, soy bastante buena
cocinera.
- ¿Es que en tu
país tampoco los hombres ayudan en casa?, yo creía que eso sólo pasaba en
España.
- Creo que eso
es universal -dijo la joven riendo-, no creo que haya ningún país en el mundo
en que los hombres no intenten dejarnos todas las faenas de la casa a las
mujeres. Son unos listos.
- Sí, hija, con
tantas reivindicaciones lo que hemos conseguido las mujeres es trabajar dentro
y fuera de casa. O sea, el doble que antes.
Irina la
observaba mientras hablaba. Le parecía que estaba algo tensa, como un poco a la defensiva. Vicente
le había dicho varias veces que se estaba estropeando deprisa, pero no era esa
la sensación que apreciaba. Tenía unos bonitos ojos negros que transmitían
sinceridad. Quizás las gafas le hacían parecer mayor, pero se veía que era una
mujer joven todavía. Le gustaba su voz, limpia y suave. Llevaba el pelo algo
descuidado, todo su aspecto en general parecía un poco dejado, pero solo eso,
en modo alguno pensaba que estuviese estropeada.
Tan solo creyó
adivinar un poso de abandono en su persona. No parecía una mujer feliz. Tampoco
era de extrañar, con un marido como el que tenía. Seguramente no se merecía ese
trato, parecía una buena persona, franca y confiada.
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