Uno de los barcos hacía aguas y hubo que
ponerlo en seco para carenarlo, lo que hizo que nos detuviésemos allí unos días.
Los indios de la isla se mostraron amistosos y trajeron comida a cambio de
collares. Cortés tenía noticias de que en la tierra que veíamos enfrente
habían naufragado varios hombres unos años atrás, y que alguno de ellos
continuaba con vida. Como estaba muy interesado en localizarlos, escribió una
carta y la envió con unos indios, junto a unos collares de cuentas para el
rescate. Partieron en una canoa y regresaron a los pocos días diciendo que sabían
dónde vivían dos españoles pero que no los habían podido traer. Cortés entonces
decidió ir a por ellos, y como ya estaba reparada la embarcación, nos ordenó
hacernos a la mar. Justo cuando partíamos se desató tan gran temporal que no
hubo más remedio que regresar a refugiarnos en el ancón para pasar la noche y
aguardar hasta que se calmasen las aguas. A la mañana siguiente, ya con la mar
serena, y prestos a partir, vimos venir una canoa con tres indios. Detuvieron
el bote cerca de donde estábamos y bajaron a tierra, venían desnudos, salvo unos taparrabos que
les ocultaban las vergüenzas, y portaban arcos y flechas. Dos se quedaron en la
orilla, como atemorizados, y el tercero se acercó decidido a nosotros, alzando
los brazos y gritando. Era cenceño y cárdeno, y llevaba el pelo trasquilado al
modo de los indios esclavos. Al ver que venía hacia nosotros tan decidido y
alegre, con aquella forma de gesticular y gritar, pensamos que no estaba en sus
cabales. Hasta que estuvo muy próximo no entendimos qué decía. Aunque tenía un
acento lastimoso logramos descifrar algunas de sus palabras:
-¡Dios!, ¡Santa María!, ¡Sevilla!
Se arrodilló y elevó los brazos al cielo
dando gracias al Altísimo.
Por su aspecto todos le habíamos tomado por
indio, pero era uno de los españoles perdidos. Llevaba ocho años entre los
indígenas y tenía que hacer esfuerzos para expresarse en castellano. De los
naufragados solo sobrevivían dos, él y otro que no quería venir. Intentó superar
las dificultades que encontraba para volver a expresarse en castellano, y nos
relató su aventura poco a poco:
"-Jerónimo Aguilar me llamo, natural de Écija,
franciscano. Ha ocho años, estando en el Darién, estallaron conflictos entre
Diego Nicuesa y Vasco Núñez de Balboa. Partimos con el regidor Valdivia en una
carabela para dar cuenta a don Diego Colón de lo que estaba aconteciendo, pero
cerca de Jamaica la embarcación empezó a hacer aguas y se nos fue a pique muy
rápido. Llevábamos un cargamento de quince mil pesos de oro para la corona,
todo se perdió, junto a la vida de gran parte de la tripulación. Solo nos
salvamos veinte, entre hombres y mujeres, tuvimos que apretarnos en un pequeño
esquife, nos encomendamos a Dios, y nos dejarnos arrastrar por las corrientes.
Estuvimos catorce o quince días a la deriva, sin agua ni comida, la mitad
murieron antes de arribar a la costa. Cuando al fin alcanzamos tierra firme,
nos asaltaron los indios y nos llevaron prisioneros. El capitán y otros cuatro
acabaron en la piedra del sacrificio. Mientras los comían, tres hombres y dos
mujeres pudimos escapar. Anduvimos errando hasta que caímos en manos de otros
indios menos sanguinarios. Nos tuvieron de esclavos, trabajando como bestias para
ellos. Las dos mujeres y uno de los hombres murieron pronto, extenuados. Al
final solo sobrevivimos dos, el Señor sabrá por qué. Todos los días, sin faltar
ninguno, le rogué para que pudiera retornar con los míos. ¡Alabado sea Dios! Por
fin habéis llegado. Más de ocho años he pasado cautivo.
-¿Y tu compañero?
-Gonzalo es su nombre. Es un marinero oriundo
de Palos, tosco y bragado. Cuando el cacique me autorizó a venir, pasé por su
pueblo a buscarlo, pero no quiso acompañarme. Él encontró una nueva vida, no
sufrió lo que yo, está casado y tiene tres hijos, él no está de esclavo, es
esforzado y se distinguió en las guerras que acostumbran a librar. Le nombraron
capitán, es respetado, tiene ascendiente con el cacique. No quiere abandonar a
su familia, me dijo que ya es uno de ellos, alguien importante. ¿Adónde voy a
ir?, preguntó. Ni siquiera tuve tiempo para intentar convencerle, su esposa me
amenazó con un palo, quería agredirme, nada pude hacer para que me acompañara."
-¿Qué te parece, Felipe?, nadie sabe dónde
está el destino de cada uno. El tal Gonzalo encontró su vida entre los
indígenas. Si no quiso venir con nosotros es porque allí era más feliz. No hay
que preocuparse tanto por el porvenir, a veces el destino te lleva al lugar
adecuado sin tú proponértelo.
Fragmento de "Con el alma entre los dientes", novela que narra la llegada de los españoles a México y Perú. Disponible en Amazon.
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