martes, 16 de julio de 2013

El Nuevo Mundo - 1

Cuando Hernán Cortés inició el camino que le llevaría a conquistar el imperio azteca, no era un recién llegado a los nuevos territorios de ultramar; ya había vivido siete años en La Española y desde hacía ocho residía en Cuba; era secretario del gobernador Diego Velázquez y se había convertido en un próspero encomendero, siendo poseedor de una de las mayores fortunas de la isla. A pesar de estar tan cerca, los españoles asentados en las islas del Caribe habían establecido muy pocos contactos con el segundo imperio más poderoso del nuevo mundo, del que desconocían su existencia. Desde 1515, solo dos expediciones habían bordeado el litoral, una al mando de Hernández de Córdoba, y otra comandada por Grijalva, ambas con escasos y negativos resultados. En 1518, el gobernador Velázquez decidió hacer un tercer intento y encargó a Cortés la dirección de la empresa. Lo que se planificó en un principio como una misión exploratoria se convirtió, por el genio y carácter de su comandante, en una conquista de dimensiones legendarias. En pocos meses, trescientos españoles derrocaron al emperador y se hicieron con el dominio de un imperio habitado por más de quince millones de personas. Una hazaña de proporciones inverosímiles. Una serie concatenada de circunstancias fortuitas, tuvieron que aliarse para que pudiera producirse un hecho de tan extraordinarias dimensiones.
Apenas una década más tarde se reprodujo otro hecho de características similares. Cuatro mil kilómetros hacia el sur, Francisco Pizarro, al mando de poco más de cien españoles, se hizo con el dominio del imperio Inca, aún más poderoso, desarrollado y cohesionado que el azteca. Si la primera hazaña resulta inverosímil, que otra similar se repitiera solo unos años después, debe forzosamente provocarnos un formidable asombro.
Esos dos hechos fueron los más trascendentes por la calidad y poderío de los pueblos conquistados, pero no fueron los únicos extraordinarios. Durante todo el tiempo que duró la exploración de los nuevos territorios se sucedieron gestas excepcionales, llevadas a cabo por un puñado de hombres de una determinación sobresaliente, de una energía imperecedera, de un temple especial, desde el jefe que los dirigía hasta el último soldado.
Álvar Núñez Cabeza de Vaca, realizó la increíble proeza de recorrer a pie más de 4.000 kilómetros de manglares, selvas y desiertos, atravesando territorios de pueblos indómitos, desde Florida al Golfo de California, en un viaje que le llevó ocho años. Dejó constancia de su epopeya en su libro “Naufragios”.
Alonso de Ojeda, explorador de Venezuela, fue herido en una batalla por una flecha envenenada que le atravesó el muslo. No queriendo acabar como Juan de la Cosa, hinchado como un globo y muerto entre horribles dolores por otro dardo emponzoñado, se arrancó la flecha y pidió que le pusieran dos planchas de hierro al rojo vivo prendidas con unas tenazas para cauterizar la herida. Soportó el indescriptible dolor sin ningún elemento anestesiante. Se quemó toda la pierna pero sobrevivió. Murió pobre en La Española, indigente o acogido en un convento, según las versiones.
El soldado Pedro de Orgaz, fue remando desde el puerto de Cienfuegos hasta Jamaica, en una canoa tomada a los indios, sin instrumentos de navegación, en demanda de ayuda para rescatar a los hombres de Ojeda que habían quedado aislados sin navío. Volvió en una carabela al mando de Pánfilo de Narváez.
Francisco de Orellana surcó en un bergantín 5.000 kilómetros por el Amazonas durante siete meses y consiguió alcanzar la desembocadura y arribar hasta Venezuela.
Son tan numerosos los hechos memorables que muchos quedan escondidos tras los más llamativos. La sucesión de gestas realizadas por un puñado de hombres en tan corto espacio de tiempo, ese afán exploratorio superando adversidades y peligros, resulta sobrehumano, rayano en lo increíble.
Durante los cinco siglos que nos separan de estos hechos, las figuras de Hernán Cortés y Francisco Pizarro, han estado expuestas a las circunstancias y los intereses de cada momento. Durante el siglo XVIII, Cortés fue reivindicado como símbolo de la independencia mexicana, el auténtico “Inventor de México”. Pero la Leyenda Negra que con tanto éxito los anglosajones se ocuparon de propalar para su propio beneficio, se ha empeñado en convertirlo en un personaje siniestro, así como en reducir la conquista a una masacre de inocentes. Otro tanto ha ocurrido con la imagen de su pariente Francisco Pizarro. Se han escrito cientos de libros defendiendo una versión o la contraria, pero basta con echar una ojeada a las sociedades que han llegado hasta nuestros días para hacernos una idea objetiva. En toda la América hispana se ha producido un mestizaje enriquecedor en el que se fundieron los hombres y mujeres de uno y otro lado del océano. En la América anglófona ha habido una preponderancia absoluta del hombre blanco, los indígenas prácticamente desaparecieron sin dejar rastro. Ante esa evidencia hay que hacer un ejercicio de cinismo para defender que los españoles efectuaron un genocidio y los ingleses una ocupación civilizada.
"Con el alma entre los dientes". La historia de un hombre que acompañó a Cortés y Pizarro en sus conquistas de México y Perú. Novela disponible en Amazon.
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CON EL ALMA ENTRE LOS DIENTES: De Tenochtitlán a Cajamarca de [Molinos, Luis]

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