jueves, 5 de diciembre de 2019

En defensa del ujier.



Hace casi cuatro años, escribí lo siguiente:

He estado siguiendo la sesión de investidura y me ha llamado la atención un hecho ciertamente lamentable. Cada vez que un diputado o diputada se situaba en el estrado para deleitarnos con la correspondiente retahíla de lugares comunes, un caballero de cierta edad subía los escalones que llevan al atril con un vaso de agua para su señoría. Este señor iba embutido en un circunspecto uniforme acompañado de la correspondiente corbata perfectamente anudada al gollete. Una vestimenta impecable pero a todas luces molesta. Sin embargo, la señoría de turno vestía en ocasiones de modo que podríamos calificar como desenvuelto, tal vez rozando la ordinariez. Me parece humillante. ¿Por qué se obliga a un empleado subalterno a vestir de modo encorsetado e incómodo mientras los próceres de la patria van como si estuvieran en un chiringuito de la playa? Reclamo el derecho de los ujieres a vestir pantalón corto y chancletas, si ese es su deseo, para que puedan realizar su labor de un modo más relajado y placentero. Mantenerlos oprimidos en los uniformes me retrotrae a los tiempos de la esclavitud, es una prueba fehaciente de que no se han eliminado las odiosas diferencias de clase. Estas señorías que tan preocupados se muestran con las desigualdades sociales deberían empezar por eliminarlas de su lugar de trabajo (es un decir). Es una falta de respeto a los humildes trabajadores obligarlos a vestir de un modo que esquivan alegremente los que deberían dar ejemplo. Si los diputados y diputadas persisten en acudir al Congreso, el recinto en el que están representando a todos los ciudadanos, como si se acabaran de levantar de la cama después de haber dormido con la ropa puesta, justo es que los ujieres y demás empleados del lugar vistan como les venga en gana.

A raíz de la reciente sesión de constitución de las nuevas cortes he podido constatar que en el tiempo transcurrido, no solo no hemos mejorado, sino que la cosa ha ido francamente a peor. Ya no solo por la falta de cuidado en la forma de vestir, sino y más grave, en la forma de proceder. Lo primero que tienen que hacer los nuevos diputados y diputadas para ocupar sus escaños, y en consecuencia, para cobrar sus sueldos, es, lógicamente, jurar o prometer la Constitución. Es muy sencillo, hasta un niño puede hacerlo. Sin embargo sus señorías se enredan en bastardear la formula añadiendo al simple hecho de decir “juro” o “prometo” las mayores idioteces que se le pueden ocurrir a un cerebro infantiloide. Además de estúpido, es indignante que los que están allí para representarnos porque nos hemos molestado en ir a votar unas listas en las que iban incluidos, y que van a cobrar de los impuestos que nos detraen a todos, no guarden la mínima compostura con las formas que la importancia del acto demanda. Y es indignante que la presidencia, que debería ser cuidadosa con la solemnidad del momento, pase por alto esos comportamientos que desvirtúan la ceremonia y asuma que han aceptado la Constitución unos personajes que realmente están diciendo que no la aceptan. Estoy harto de que nosotros, los sufridos paganos, tengamos que soportar estas humillaciones. Estoy harto de que estos politicuchos de mierda se rían de los que les hemos votado. Estoy harto de que no sean capaces ni de cumplir con la mínima obligación que les corresponde. Estoy harto de que cualquier mindundi sin preparación se crea autorizado a pasarse por el forro normas y comportamientos que nos exigen a todos los demás. Y por eso reivindico que los ujieres, por ser lo que están más cerca de esas supuestas señorías, adopten conductas similares y cuando, por ejemplo, les demanden un vaso de agua, contesten: “Pídeselo a Snoopy, o al Capitán Trueno, o a Spiderman.” Y que se les seque la garganta. Total, para las idioteces que dicen.