El
rey en su palacio está angustiado. Los negros presagios le tienen abrumado. Dice
a Petlacálcatl que traiga a sabios y hechiceros, quiere saber si ven señales de
próximas guerras, de desastres, de temblores de tierra, si perciben enfermedades,
pestilencia, inundaciones, secura, hambre, quiere saber si en todo el reino se ha
oído llorar a Cihuacóatl.
Los
augures vienen de los confines de sus dominios, del último poblado, de la más
lejana montaña. Acuden todos los nigrománticos. Todos están mudos, nadie avanza
nada. Lo que está presto a venir, vendrá. Lo que está ordenado, se hará. Lo que
tiene que ser, será. Lo que debe suceder ya ha sido dicho y tratado en los
cielos. Ante nuestro señor Motecuhzoma se consumará un profundo misterio. Poco
tiempo hay que aguardar. La espera será tan breve que pronto sabrá qué es.
El
rey se encoleriza, no le dan respuestas, manda encerrarlos a todos en
prisión.
Llama
de nuevo a Petlacálcatl: Ve y pregunta a esos nigrománticos de dónde vendrá lo
que tiene que venir, del cielo o de la tierra, del este o del oeste.
Petlacálcatl
va a la prisión donde los ha encerrado y puesto bajo guardias. Abre y no hay
nadie, han desaparecido como humo, los guardas no saben nada, no han visto
nada, no han oído nada.
Señor,
mátame, córtame en pedazos, haz lo que desees, los brujos han desaparecido, cuando
llegué y abrí las puertas todo estaba vacío, no están, creo que volaron, marcharon al fin
del mundo.
El
rey, en cólera, llama a Tlacohcálcatl, ordena que vayan a las casas de los
nigrománticos, saqueen, maten a sus parientes, que no quede rastro. Van y
degüellan a sus mujeres, atraviesan el pecho a sus hermanos, rompen los cráneos
de los niños contra las paredes. Arrancan los cimientos, queman los despojos,
no queda rastro.
Llega
al palacio un macegual, viene de la costa del mar grande del este. Se
arrodilla, besa el suelo, no osa levantar el rostro, tiembla de miedo. Señor,
disculpa mi atrevimiento, vengo de la orilla del mar grande, por donde sale el
sol, he visto cosas nunca vistas, he visto dos como torres flotando sobre las
aguas, iban y venían sin tocar la tierra. Descolgaron un bote y bajaron unos
hombres, blancos de piel, largas barbas y cabello hasta los hombros. Eso es lo que
he visto, señor.
El
rey llama a Petlacálcatl, que vayan unos teuctlamacazquis a la costa, que miren
al mar, que digan qué ven. Los sacerdotes van a la orilla y ven unos como
cerros pequeños que flotan sobre las aguas, unos hombres blancos y barbudos se
bajan en un bote y pescan con anzuelo. Los sacerdotes suben a un amate frondoso
para mejor mirar. Miran hasta que los hombres vuelven a la torre y entran en
ella. Los sacerdotes, bajan del árbol y corren sin parar hasta
México-Tenochtitlan a decir lo que han visto.
Señor,
hemos visto unos como cerros o torres que flotan sobre el agua sin tocar la
tierra. Unos hombres han bajado en un bote y han pescado con cañas. Eran de
carnes muy blancas, más que nuestras carnes, los más llevan largas barbas y
cabello hasta los hombros. En las cabezas traen unos bonetes colorados o unos
sombreros redondos muy grandes, visten sayas, unas verdes, unas azules, otras
pardas o grises. Eso hemos visto, señor.
El
rey Motecuhzoma, en su palacio, está triste y pensativo. Calla y medita,
ninguna palabra sale de su boca.
Fragmento de "Con el alma entre los dientes", novela que narra la llegada de los españoles a los imperios de México y Perú.
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Opinión de lectores
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